48

I

 
En la quietud del alba, una voz antigua tantea el aire.
Es la tierra que despierta, como si recordara un nombre.
Camino descalzo entre susurros que nadie pronuncia.
La ciudad, aún somnolienta, respira con lentitud de animal herido.
Y yo, pequeño en su sombra, intento alinearme con su pulso.
Hoy deseo entender ese rumor que se queda entre los árboles.
Tal vez sea mi propio eco buscando regresar.
Tal vez sea otro corazón tocando la puerta del día.

II

 
Un pájaro pasa y deja una línea invisible sobre el cielo.
Su vuelo sostiene al mundo mejor que cualquier muralla.
Me pregunto cuánto pesan las cosas que nunca decimos.
Si será ese peso lo que inclina nuestras espaldas.
La luz cae sobre los muros como una absolución.
Pero no absuelve lo que callamos.
Yo también he sido ese que se esconde para no quebrarse.
Ese que teme, y en el temor inventa otro rostro.

III

 
Entre las montañas, la neblina camina sin rumbo.
Se parece a mis ideas cuando no las vigilo.
Por un instante, me detengo a escuchar el temblor del silencio.
Allí crece algo tenue, una semilla de claridad.
No siempre florece.
Pero basta una chispa para que el día no se rompa.
He visto la tristeza avanzar como un ejército lento.
También he visto la esperanza tumbándole las lanzas.

IV

 
En el rumor del viento vive una lengua más antigua que la nuestra.
Yo la oigo a veces cuando la tarde se desmorona.
Dice que la vida es un río que no admite presagios.
Que todos los viajeros se reconocen por la mirada cansada.
Que nada pertenece, salvo el instante en que respiramos.
Y aun ese instante, frágil, tiembla como una hoja.
Sin embargo, basta para abrazar el mundo.
Basta para nombrar lo que creemos invencible.

V 

 
Toda noche guarda un latido que no se extingue.
A veces lo oigo cuando cierro los ojos.
Es como si el tiempo hablara desde su hondura.
Me recuerda que no somos dueños de nada.
Solo de esta búsqueda que nos guía.
Solo del temblor que nos sostiene.
Y en medio de la incertidumbre, una chispa persiste.
Una llama que el viento no termina de apagar.