La fotografía de portada, ganadora del Premio World Press Photo del Año, fue realizada por la fotógrafa palestina Samar Abu Elouf.

Los nombres 


Ahmed, Ayloul, Hala, Hind, Kenan, Layan, Mohammed,
Reem, Mahmoud, Tala, Sham y los miles de nombres
de nñas y niños asesinados por el genocida Netanyahu. 

Un guijarro. Mullido sin saberlo, suave,
Ahmed, ahora vienes como verbo de días
que caben en la palma de mi mano.
Te acaricio en las lágrimas ¡siempre!
Y apenas puedo recoger tu última sonrisa,
la del más alabado pétalo del lirio.

Muere septiembre, Ayloul, llega en la pena
indócil de la sombra tras el fuego
que todo lo consume. Muere septiembre
al fin mi primavera en estampido,
quedan los cántaros sin agua buena,
con pájaros sin nidos, aunque aún resuena
el canto del bubul de orejas blancas
donde el escombro duele hasta las uñas.
Ayloul, llanto de otoño, pequeña reina,
agita tus alas ¡y vuela! hacia la libertad
lleva contigo este canto, hala lala layya,
las pesadillas siempre acaban,
las pesadillas siempre acaban,
pequeña reina.

Hala, tu luz me envuelve.
Brillas en mi propia sombra.
Lloro sin descanso la leche negra del alba.
La naturaleza de la lágrima es nerviosa
y oigo su crujido sordo cuando caen las bombas
sobre tu cuerpo diezmado bajo las leves cenizas
de unas sábanas muertas.
Alcanzo a acariciar tu último aliento.
Luego, sueño tu brillo espléndido,
y llegas de tu luz hasta los días
en que ya no habrá genocidio
mutilando el corazón de tu pueblo,
y ahí te abrazo y me abrazas y nos purificamos.

Oigo en la lejanía tu voz redonda, Hind.
Llamas desde la sangre. Es entre las balas
caóticas que tu pequeña voz aturde.
¿Dónde está la humanidad? ¿De qué tamaño
ha de ser tu muerte para que llegue tu voz
a esos ajados corazones? Miro tus plegarias
y tú miras las mías, y tengo en mi costado
tu despedida que no tiene edad ¡jamás!
Ni aroma ¡nunca! ni refugio,
acariciando tu muerte con mi mano
y llevo desde entonces una llaga en el alma.

Eres mi refugio, Kenan. Voy a esperar allí
a la humanidad. Tal vez llegue algún día,
lo intuyo. Sueño hasta el aliento con la libertad,
la independencia, la justicia. Las pesadillas siempre acaban.
Hala lala layya, recibe el bálsamo de una amorosa nana.
Protegerás mi odio y no habrá nada que agregar
a la intimidad de tu cuidado. No cabe misericordia
en la mortaja. Ahora mismo vibra entre dos párpados
tu pequeña estampa y mi ojo suspira
porque agotó sus lágrimas. No es el destino
el que te ha arrebatado. Ni el temperamento
de las balas que matan con precisión,
ni la confianza del acero de ojos azules que desmiembra.
Son los conquistadores que profanan la tierra,
y este verso rabioso los repudia, baja de un púlpito de muerte
y los condena a cada uno a su propio infierno.
En ti me refugiaré; arrojaré mi alma como una piedra blanca
y blandiré la Justicia ante los hombres de ojos azules.
Luego, cuando tengas la tierra,
encontraré tu pequeña calavera y la llenaré de besos,
para darte el amor que fatídico cargo sin consuelo.

De ello resulta tu suavidad de pan aún tibio,
y tu ternura aloca mi memoria y quiero hablarte
como al hombre, como a la mujer,
como al que me duele de pena hasta el tobillo
y me mira de a ratos, esperando que revele tu nombre
en verso, en prosa, y que descubra en el tañer de una cuerda
de rabia la ternura que guarda todavía tu cadáver,
tu pequeña existencia entretejida de amor sin esperanza.
¡Layan! ¡Layan! Repito tu nombre
en el sosiego de una caricia humana.
Es así el rezo en el umbral de un infierno.
Layan, y tú sigues suave.
Layan, y tú sigues pétalo.
Layan de savia nueva.
Layan en el estupor de una semilla blanca.

¡Layan!

¡Layan!

¡Layan!

Los genocidas portan la muerte de un calibre doble.

¡Layan!

¡Layan!

¡Layan!

Y sin embargo tu ríes aún con tu muñeca de paño
sostenida contra tu pecho con tus manos.
Tu nombre pulsa la intensidad de un cielo que echa nubes
que acaban las vidas al borde de la noche de Gaza.
Y aquí, Layan, cae otra bomba.
Y aquí, Layan, el fósforo que llueve arde hasta los huesos.
Y aquí, Layan, repite palabrotas un soldado que juega
con su víbora llena de sangres, y él bebe la leche negra del alba.
Y tu Layan, pequeña danza de un mañana imposible,
me envuelves en tu misericordia con tu síndone sagrado de lino.
¡Y ellos te han crucificado!

Sean alabados los niños asesinados.
Un día en luto, en medio de la muerte,
un arpegio de sol los acarició al final de las bombas.
El fuego decidió las despedidas. Entonces, entre nosotros,
hilos de voz reclamaron mis acaricias. “Denme amor”, dijeron,
“¡escúchennos! Ha pasado el azote hasta dejarnos ciegos”.
El sol sobre sus pechos echó luz a ese instante.
Y yo vi esa luz y escuché sus voces.
Los abracé muertos contra mi pecho.
Luego, lavé a los niños. Puros y misericordiosos.
Fueron mis lágrimas el agua pura y tibia que los acarició.
Las hojas de sidr perfumaron sus muertes.
Con el kafan de mi alma envolví sus cuerpos.
Tengo el kafan del alma hecha de blanco lino,
lucía una gota roja de sangre que reposaba lo horrendo.
Hice pequeñas trenzas con sus sueños.
Entre sus labios les dejé mis besos en racimos.
Los alabé. Mis alabanzas para ellos fueron como palomas.
Lloré.
No comí pan, no arrojé piedras, ni tañí un instrumento.
Solo lloré.
No tengo consuelo.

A la hora del hambre se oyó el llanto de la madre.
Ya no cabía ni en la plegaria ni en un grito.
¡Tala! ¡Alma mía! La tierra fue arrasada y ella estaba muerta.
Hay tanto dolor, ¡tanto! Inconmensurable.
En lo que fue su casa, dormía el infortunio
del caos de las bombas sobre el mediodía de los escombros.
Siega la muerte la espléndida niñez.
¡Tala! ¡Muerta! Baja adventicia a las profundidades de la patria.
Hunde tu raíz desnuda palmo a palmo. Entra en la tierra seca
palmo a palmo, y áspera entra y renace día y noche.
Pequeña palmera. Que tu raíz se extiende día a día por la patria.
Es un íntimo vigor el que te nutre. Hay tanto de amor,
tanto de humanidad que soporta el martirio
que tu raíz no cesa. Crece. No te ve el genocida, es ciego de alma.
Su ojo estaba muerto antes de llegar al mundo;
y tú enraízas bajo la tierra la nueva historia,
el regreso a la patria arrebatada. Vuelve al futuro
que es promesa. En medio de la desolación
crecen al cielo tus frondas en un rezo
y en abanico verde reza a quien rezaba en el instante
del martirio. Son versículos que te citan y renuevan
cada día como el destino palestino a la tierra ancestral.
Danos tus frutos. Dátil en Jericó germina en el templo
que fue derrumbado y brota agitando las antiguas osamentas
de los que resistieron la nakba cada día.
Tala, pequeña palmera, tu dulce sombra nos consuela.
Alma nuestra, niña. ¡Tala! Crece en la resistencia
hasta el día que renazcas de eterna primavera.

Mahmoud Ajjour, llama a mi corazón. Llama
al mundo con fuerza. Despiértalo de su indiferencia.
Luego toca a mi pecho con tu amor de niño,
toca como si fueras el mejor magistrado
y dame sin piedad tu reino. Exígeme la comunión de la ternura,
y rechaza con tu apacible voz las hostias agrias de la indiferencia.
Mahmoud, vayamos de la herida al abrazo,
de la mutilación del cuerpo y de la patria a la esperanza.
No es este el tiempo de la bienaventuranza. Las niñas
y los niños mueren en Gaza de a montones.
Apenas miro tu rostro sé cuántos de ellos no alcanzaron
a completar la ronda. Estaban repartidos en las ruinas
al sonido del pandero y del tambor cantando
niña, niña, ve a traer el agua, ve a traer el agua
que muero de sed cada mañana, cuando llegó el misil.
Diseminados, inanimados, pequeñas ampollas,
leves escarapelas rotas caídas a lo profundo de las sombras.
Aún percute la bala sus matanzas para que no quede rastro
de lo humano. Y luego el fuego y bajo él las ruinas,
bajo las ruinas los desaparecidos. De piedra a piedra,
de llama a llama, de carne a carne en cada montón de escombros
porque donde hubo hogares quedó solamente el exterminio.
Asisto a tu pena como un espectador a las exequias
de los que quedaron y oigo la letanía de un coro
de niños que repite para siempre hala lala layya.
Te sigo hasta Qatar.
Aprendo del nuevo sueño que te asiste y a tu madre
y lloro. Tengo un sepulcro incrustado en el pecho
y solo el abrazo de tus piernas me repara.

Sigo la inmensidad de tu segundo, tu minuto
que a cántaros corre por las ruinas
y hace una estela viva donde vernos.
Ágil tu corazón íntimo late al último suspiro
que llega donde el alma convalece su pena sin consuelo.
Infancia delicada, Reem, espléndida naturaleza
bajo lunas crecientes y el rostro al cielo quieto
casi mustio, los ojos sin ardor tal vez después
del infortunio de una bala o de una bomba
que dejó a tu sombra desvestida
sin pulso, sin risas, sin destino.
Tus asesinos confían en sus ministerios
que harán de tu cadáver su morada.
No lo permitiremos. Tu muerte me involucra.
Hay tanto dolor ¡tanto! donde se quiera.
En la noción de la tierra arrasada
pasas por mi lado a mi costado fúnebre gacela
de tanto escalofrío, y me buscas y reclamas
nomeolvides-nunca-no me olvides.

Prólogo
¡Niñas! ¡Niños! ¡Niñas! ¡Niños!
Heridas. Heridos. Mutiladas, Mutilados.
Muertas. Muertos. ¡Muertas! ¡Muertos!
Ruegos de la infancia. ¡Véanlos todos!
En ellos encarnízase el invasor.
Sus armas llegan en escuadrones grises
llenos de muerte. (El canto de un sacerdote
en el templo de los fariseos
da a la pólvora su bendición de fuego).
Pasa la muerte con sus palabrotas
y donde había vida-hogar-patria,
solo quedan escombros.
Y hambre.
Y sed.
Y peste.
Y tumbas.
Los suplicantes envuelven en los kafan
las formas palestinas de los masacrados.
Gaza a golpes.
Gaza a coágulos.
Gaza a pedazos.
Gaza sin corderos ni palomas.
Gaza. Gaza. Gaza.
Gaza bajo el odio del plomo ardiente.
Gaza en el olivo incinerado.
Gaza. Gaza. Gaza.
Inmóviles piedras sobre piedras
y debajo, queda el caos de las ruinas
donde orbitan los sepultados ciegos y sordos
su íntima y fúnebre osamenta.
El mundo observa el crimen pero calla.
Mundo del lobo a cuenta de los débiles
que riegan con su sangre la vid de las desgracias.

I
Sham.
Sham.
Sham.
Sham bate un tambor de lata.
¡Tam!
¡Tam!
¡Tam!
Lo han matado a la altura de sus pulmones.
Silencio.
La sangre, lacónica sustancia de la infancia.
Ya nadie danza en las ruinas.
El silencio escolta a la quietud.
Llueve.
Septiembre está tan lejos con su frío otoño.
Llueve. (Ayloul está tan fría, las hojas caen
y su cadáver estaba lleno de otoños).
Sham espera el canto del gallo. Abajo
de su cadáver llega el alba. Destella.
Luz del sol, luz. Brilla en el sufrimiento.
¿No es esa luz su amor? Y sin embargo llueve.
Y hace frío y llueve y Ayloul también muerta
sube al alma desde lo que queda del ave.

Coro
Somos los que recordamos
a los muertos entre las ruinas.
Somos los que nombramos a los muertos.
Nombres. Nombres. Nombres.
Los repetimos: son trozos de lirios;
átomos de secretos sin futuros
esparcidos como polvo, humo
de pétalos quemados por el fósforo.
Nombres. Nombres. Nombres.
Ahmed,
Ayloul,
Hala,
Hind,
Kenan,
Layan,
Mohammed,
Reem,
Mahmoud,
Tala,
Sham.
Somos los que envolvemos en la mansedumbre de los kafan
las formas palestinas de los masacrados.
Entre la greda roja del sufrimiento
abrimos de par en par nuestra oración al cielo
y el amor y el dolor unen sus melancolías.

Sham nos guía, aunque llueva.
Sham nos guía aunque caiga Ayloul,
aunque el frío cale los huesos.
Cantamos porque el mundo calla,
cantamos porque la infancia grita.
Cantamos porque el mundo calla ¡calla!

II
Invasor
Un hocico de fuego en su armadura negra:
Ahmed, hurgo tu carne con mi diente.
Mato. En la sangre el hueso de los amaneceres
guarda por siempre un relámpago muerto.

III
Sea alabado. Y aunque ya no hay verde
en la tierra arrasada, germina al cielo cantando.
Su corazón ayuna de odio y sigue su camino
en los que ahora recuerdan su nombre.
Sea alabado.

Coro
Vive, alabado. ¡Vive! Tatúa tu espectro
la patria en los escombros salvajes de lo que fue tu casa.

IV
Traigo el invierno iracundo y quemo con sal y arena
la tersa piel de Ayloul.

Coro
Primavera: te martirizaron. Frente al estupor
de lo que fue el olivo, el abismo del fósforo
consumió tus canciones. Cenizas en el crimen
de tu esmirriado cuerpo visten tu descenso
al patrimonio de la sepultura.

V
Otoño en resurrecciones.
La suerte de mil hojas que no caen
y el viento que las mece con su canción de cuna:
hala lala layya, hala lala layya.
La voz es un granizo verde, un sonido verde
en la vasija de barro que guarda el agua limpia
hasta la plácida noche. Crecerá en los panes
prometidos, en los recintos del agua pura,
en el fresco de los labios de los herederos.
No morirá jamás. ¡Estará en tantas vidas!

Coro
¡Estará en tantas vidas! En los secretos párpados,
los labios solemnes, los bailes nupciales.

VI
Invasor
Apagaré tu aura luminosa. Noche a la noche
la luna machacada, en el acero atroz
tus venas contra el muro, rotas,
serán apenas una mancha prisionera.

VII
Será su luz, la luz tutelar de los hacinados
entre los látigos, las hambrunas, las pestes,
las noches de cadenas. Será la luz.
Será la calma, el agua, el remedio, la esperanza.
Será el alba de la patria. ¡Cómo no ha de brillar!

Coro
La justicia de tu luz, Hala, descubrirá
la dulzura de su brillo. El hambre antigua de la Nabka,
la sed antigua de la Nabka, el éxodo inagotable de la Nabka,
la ira del soldado usurpador se rendirán a tu fulgor,
al fermento bendito de tu halo.

VIII
Viento de la lejanía, el horizonte a sílabas
repite el perfume de la luna entre la arena
y su redonda voz sube en un burbuja
cargada de mensajes. Lejanía de los corazones,
allí donde la luz de Hala es imprecisa,
llega al presente en la garganta de los que reclaman.

IX
Invasor
¿Por qué no habría de asesinarte, Hind?
¿No es mi voz la leche negra de la madrugada?
Vuelvo a la Nabka como serpiente negra
y echo la bala contra tu frágil cuerpo.

Coro
El dolor nos toma de los hombres. Nos toca
la médula del hueso. Todos hemos oído tu redonda voz,
Hind. Todos. ¡Todos! ¡También los genocidas!
Y ahora suena tu voz acusatoria
como una extendida y pura turbulencia.

X
Invasor
No es una muerte sino todas. A cada instante una nueva.
Muerte del trigo, del llanto, de las hembras,
las piedras, las formas, los vientos, los colores,la infancia.
Muerte hasta la cabeza y el tobillo, muerte.
No dejaré nada. Nada. Lámpara, pan, cama, sueños,
piedras, nada. Seré la Nabka irreparable.

XI
Los nombres de mis muertos son flores propias,
y en sus pétalos quiero llorar el zumo de la resurrección,
decir ¡amén! vuelve a la vida, ¡vuelve! Deja el kafan
atrás, palpa la aurora de unos besos de madre
que llega para el consuelo y el socorro.
Ay si amanece tanto de cielo y tanto de pájaro a cada lado
y entonces no lloraré cadavérico y sin frutos, tan solo esperaré,
esperaré y esperaré a cada mandamiento en cada mano
y no lamentaré de sombras y de espinas ni de hastíos,
sabré que volverán junto a nosotros desde esas tumbas frías
y cantarán en coro sus sonrisas de niños como entonces.

Los nombres de mis muertos son flores propias,
brotan del sufrimiento, también de la esperanza,
su misericordiosa savia huele a olivo milenario.
Hay un temblor de amor en cada uno.
Hay en los nombres alabanzas, otoños, luces y también lejanías.
Guardan amor en cada pliegue y ofrendan ternura
a pesar de tanto odio. Abrazan aún sin brazos.
Corren dichosas como blandas gacelas
por la tierra arrasada. Echan raíces y ofrendan alivio
con su amorosa sombra. Entibian con su luz
nuestros helados corazones. Es hora de la palabra.
De hundir las manos en la carne herida,
de besar en el rostro a los martirizados,
de tocar con las yemas de los dedos los truenos,
de hacer del canto las campanadas de los templos,
y no decir nunca, no puedo más y aquí me quedo.
No sé si viviré los días para ver su patria liberada
de esta poción de muerte a cada instante. Tal vez no,
no será esa mi hora de alegría. Pero así será, no tengo dudas.

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