Un señor se sienta. Su apariencia no importa. De todas formas, sea como sea que te lo describa, te imaginarás al tuyo propio. Entonces imagina un señor. Sentado. Está en la sala de espera de un doctor; nada urgente. No se ve preocupado, más bien aburrido. Cierra los ojos y los abre, los vuelve a cerrar. Piensa que nada está pasando, o bueno, siente que nada está pasando porque nada a su alrededor inmediato se está moviendo. Todo es blanco, inmóvil y suena a lámpara.
Abre los ojos y su rostro cambia de aburrición a la confusión total. Se está viendo a sí mismo y no hay un espejo frente a él. De hecho, ahora no parece haber nada frente a él, ni las sillas ni las ventanas ni las revistas; solo él mismo. El segundo se sienta al lado del primero, él no está confundido, pareciera que estaba esperando ese momento. Al principio no dice nada y espera a que él le diga algo, pero al darse cuenta de que éste solamente se le queda viendo con la boca abierta, decide comenzar.
‘¿Cómo estás?’, pregunta y no recibe respuesta alguna. ‘Bien’, le dice, ‘entiendo que te comportes así. Yo también lo haría… En fin, lo que vine a decirte es que debes confiar más en ti. ¡Ah! y que necesito un lugar donde dormir esta noche. Mañana partiré, pero necesito que me hospedes’.
‘¿Adónde vas?’
‘Oh, bien, esa va a ser la primera pregunta. Está bien. Pues voy, voy, voy… ¿Adónde voy? Pues bien la verdad es que no te puedo contestar esa pregunta, todavía no. Pero a ver, intentemos con otra.
‘¿Por qué no me puedes contestar esa pregunta?’
Con una risa ligera le contesta, ‘porque no entenderías… todavía’.
‘¿Entonces en algún momento me lo dirás?’
‘Probablemente. Si estás listo, sí’.
‘Bien… ¿Quién eres?’
‘Soy tú.’
‘No. Yo soy yo.’
‘Pues sí, y yo, yo. Y tú eres yo también. Pero yo soy tú. No sé cómo más decírtelo.’
‘Pero ¿Cómo…?’
‘Dejemos las preguntas para después. Solamente necesito que me des asilo. ¿Sí?’
‘No.’
‘¿Cómo que no?’
‘Pues perdón, pero no sé quién…’
‘Señor Missleman, el doctor Herbert lo puede ver’, se escucha en la sala de espera.
‘¡Vamos!’
‘¿Cómo que vamos? Es mi cita. Tú no vas a entrar.’
‘Pues si tú necesitas una endoscopía entonces yo también. Recuerda, soy tú.’
‘Mira, si algo malo sale de la endoscopía te aviso y te haces lo que me digan que nos tenemos… que me tengo que hacer. Con permiso.’
Pero entran los dos.
‘Señor…es Missleman. No sabía que eran dos’, dice el doctor en lo que se rasca el cráneo con los ojos entrecerrados en un cuarto blanco que huele a yodo y suena a lámpara.
‘No lo somos’, contesta uno.
‘Bueno, no precisamente’, dice el otro.
‘No entiendo’, dice el doctor.
‘No hay nada que entender doctor. Solamente revise a uno de nosotros y díganos qué tenemos’, dice un poco molesto el señor Missleman que había llegado a sorprender al otro señor Missleman.
‘Me va a revisar a mí’, repone el otro señor Missleman.
‘Bien, tome asiento de este lado’, ordena el doctor.
Una vez fuera, el señor Missleman se dirige hacia su casa y se trata de deshacer del otro señor Missleman.
‘¡No puedo creer que nos haya cobrado el doble! Yo no tenía contemplado este gasto. De hecho creo que me lo vas a tener que reembolsar. ¡Además estamos bien! Es un robo, un asalto.’
‘¿De qué hablas? No te voy a reembolsar nada. No sé ni quién eres, ni qué haces aquí… no vas a dormir en mi casa.’
‘Nuestra casa. Y verás cómo sí lo haré.’
‘Voy a llamar a la policía.’
‘¿Y qué les vas a decir?’
‘Que mi gemelo tarado me está jodiendo otra vez.’
‘Mmm puede que funcione. Pero para mañana ya no estaré aquí… no servirá de mucho.’
‘¿Cómo? ¿A dónde vas? ¿Cómo llegaste? ¡Quién eres!’, grita finalmente desesperado.
‘Como al parecer me tengo que ganar tu confianza para que me dejes dormir en tu casa, te voy a decir todo. Soy tú…’
‘Sí, eso me quedó claro.’
‘Todavía no acabo… Soy tú de otra dimensión. Pero precisamente hoy nuestras dos dimensiones se cruzan y este es el día en que nos conocemos y mañana yo me voy… o bueno, me quedo pero pues… ¿me entiendes no?’
‘¿Por qué no me dijiste eso desde un principio?’
‘¿Y eso me lo crees a la primera? Genial… Bueno, ¿puedo dormir en tu casa, que en realidad es mi casa?’
‘¿Cómo sé que no me vas a asesinar?’
‘¿Cómo sabes que al salir de tu casa no te va a golpear un coche? Todo es una apuesta.’
‘Ese es un ejemplo malísimo. Sabes que este caso es muy distinto.’
‘Sí, pero en verdad necesito que me dejes dormir en la casa.’
‘Vete a un hotel.’
‘No estás entendiendo. Si no dormimos juntos nos vamos a morir. O chance solo yo. O chance solo tú.’
‘Mira la verdad no confío… ¿Tenemos que dormir juntos? Mira la verdad no confío en ti porque tú sabes cosas que yo no, y si fueras yo no tendrías porqué saberlas. ¿Me entiendes?’
‘Sí, sí, ya veo. Pues bueno, un hotel entonces. Pero no digas que no te lo advertí. Y va a haber mucho problema con el papeleo cuando encuentren a uno de nosotros muerto y el otro tenga que identificar el cuerpo… y vas a tener problemas o vas a morir. De todas formas no te conviene. Adiós.’
Cada uno de los señores Missleman se va por otro camino. A media noche ninguno de los dos muere pero ambos lo hacen. Ninguno de los dos deja de existir y al mismo tiempo los dos se desintegran.
Si el Universo tuviera cabeza, en ese momento se la hubiera estado rascando; y si tuviera ojos, habrían estado entrecerrados mirando con escepticismo la realidad. «Algo no se siente bien,» hubiera pensado, «creo que voy a tener que repetir este día,» hubiera concluido.
De pronto en un cuarto blanco, inmóvil y que suena a lámpara, el señor Missleman abre los ojos y su expresión pasa del aburrimiento a la confusión. Esta vez sí habla ‘¿Quiénes son ustedes?’, les pregunta a los dos señores Missleman. ‘Pues no sé si nos vayas a creer’, dice uno, ‘somos tú’, afirma el segundo.
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