LA ULTIMA SEÑAL

LA ULTIMA SEÑAL

Esther

26/10/2025

El mundo calló hace años aunque no recuerdo cuándo exactamente., solo se que los relojes dejaron de contar y los hombres desaparecieron , quedando el viento y yo, arrastrando mis pasos sobre el cemento roto de la ciudad. Cada edificio es un cadáver de vidrio y hormigón, cada farola apagada un testigo mudo de lo que alguna vez…fuimos. Mi refugio es un viejo observatorio en la periferia, con un techo de cristal que permite ver las estrellas, allí guardo un receptor antiguo, cubierto de polvo, inútil salvo por lo que representa: un eco de los días en que el mundo aún hablaba.

No encendía el aparato desde hacía meses pero aquella noche, sin saber por qué, lo hice. El dial giró entre chirridos metálicos y un zumbido constante que parecía llenar la habitación de un frío vivo, al principio no hubo nada más que ruido, pero luego surgió un pulso débil, irregular, como un latido ajeno que resonaba dentro de mí.

La señal era frágil, casi imperceptible, y sin embargo la reconocí, tenía ese.. algo humano, como un eco de lo que la vida había sido o pésimamente recordaba. No podía distinguir palabras completas, solo fragmentos de un idioma antiguo, de las lenguas que mis libros solían murmurar en mis sueños: Nolite timere… No temáis…

Pasaron días en los que solo podía girar el dial, temerosa de perder la frecuencia que parecía pulsar con mi propio corazón. Cada ciclo de la señal traía cambios mínimos: la cadencia de los pulsos se volvía más familiar, como si el emisor supiera que yo lo escuchaba. El viento que recorría las calles vacías parecía transportar la voz hacia mí, hasta que la ciudad misma se transformó en una antena.

A veces, durante las noches, el sonido se filtraba en mis sueños, no era la grabación de un hombre ni de una mujer, sino algo que imitaba la humanidad: un recuerdo atrapado, consciente de ser escuchado. Empecé a notar detalles que no podían ser casuales: descripciones de lugares que solo yo conocía, fragmentos de mi infancia, voces que me recordaban personas desaparecidas…. entonces me di cuenta de que la señal no era externa, sino un reflejo de mí misma, fragmentada, resonando entre las ruinas.

Decidí seguirla… preparé una mochila con linternas, agua, una manta y la vieja grabadora. Cada paso era un diálogo silencioso con la ciudad muerta: los postes oxidados crujían a mi paso, las hojas secas giraban en remolinos que parecían señales, todo me conducía hacia el norte, hacia lo que quedaba de la estación orbital que antes había sostenido transmisiones.

El viaje duró días… atravesé avenidas cubiertas de maleza, túneles colapsados, edificios que se inclinaban como cadáveres sobre la calle., y la señal se volvía más insistente a cada kilómetro,como un pulso que sentía más que escuchaba. A veces parecía anticipar mis movimientos, acelerando su ritmo cuando dudaba, deteniéndose cuando vacilaba. Fue entonces cuando comprendí que no perseguía una fuente, sino un eco de mí misma que esperaba ser reencontrado.

En las ruinas de la estación, el aire estaba cargado de electricidad y polvo, las antenas quebradas apuntaban al cielo como huesos de gigantes caídos, allí, entre cables cortados y paneles que chispeaban, sentí la señal más fuerte que nunca. La consola aún funcionaba, pero no había energía visible, solo la vibración que recorría el metal y el aire. Fue entonces cuando me di cuenta de que la señal no venía de un ser vivo, no era un sobreviviente intentando comunicars, era yo,o lo que quedaba de mí en las ondas, atrapado en una repetición sin fin.

Caminé entre las sombras de la estación, siguiendo la vibración hasta la sala central. Allí, el aire parecía vibrar, palpitar, como si la estructura misma respirara. La señal se volvió un rugido en mi mente, no a través de los oídos, sino del pensamiento. Cada recuerdo…los jardines de mi infancia, el mar, los libros todo absolutamente todo resonaba dentro de mí y se mezclaba con la estática. Me di cuenta de que la frecuencia había aprendido de mí, de mis recuerdos, de mis temores, esta había tomado lo que era mío para recrearlo, multiplicarlo, deformarlo.

Durante horas, caminé entre cables y consolas, sintiendo que mi propia conciencia se fragmentaba. Cada vez que me acercaba a un panel, la vibración me atravesaba el pecho y la cabeza. Era un llamado y una advertencia: quien entrara demasiado cerca podría perderse en la señal para siempre. Aun así, no retrocedí. La curiosidad humana, y quizá algo más antiguo en mí, me obligaba a seguir.

Finalmente, llegué al núcleo de la estación…allí, entre paneles titilantes y polvo suspendido, vi mi reflejo en una pantalla. Este no era un reflejo común: era un cuerpo hecho de luz, vibrando, formado por la misma señal . La vi y reconocí cada rasgo mío, cada gesto olvidado, cada sombra de mis miedos y deseos. No había palabras, no había diálogo, solo la certeza de que aquello era parte de mí que había sobrevivido al mundo, mientras mi cuerpo real seguía caminando entre ruinas.

La comprensión llegó con un frío absoluto, la señal no podía ser destruida porque no era externa; era un fragmento de mi memoria, de mi esencia, un eco que no moriría. Y mientras entendía eso, sentí un tirón que me obligaba a permanecer allí, a fundirme con la vibración, a desaparecer en la frecuencia que llevaba mi nombre y mis recuerdos.

Regresé, o creí regresar, al observatorio, el receptor estaba intacto, cubierto de polvo, lo encendí..todo era silencio, todo parecía normal, pero un pulso sutil recorría mi mente… la señal no había desaparecido; se había trasladado a mí, invisible, constante, ya no podía distinguir entre la voz y mi pensamiento.

A veces me siento frente al aparato, como en aquella primera noche, y giro el dial sin esperar respuesta. El mundo sigue en silencio, pero en mi interior resuena un murmullo perpetuo. Sé que la señal persiste, que yo misma persisto dentro de ella, atrapada entre los recuerdos, el viento y el tiempo, y cuando cierro los ojos, escucho un nombre que no es otro que el mío, que me llama desde un lugar donde el mundo ya no existe: un lugar donde el silencio aprendió a hablar, y donde yo, la última voz, continúo susurrando para no olvidar lo que fue la vida.

ESTHER RODRIGUEZ

Etiquetas: apocalipsis drama

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