Han pasado ya 14 años pero el recuerdo sigue latente en mi ser…
La tarde de ese martes me cambió la vida.
Era una tarde relativamente tranquila, algo cotidiano sin mayores novedades, llegaba de mi escuela y después de disfrutar del almuerzo jugaba con mis padres en la comodidad de su cama (en la que aún dormía a pesar de mis 6 años), cuando sonó el teléfono, más bien el celular, un clásico que pocos recordarán con su pequeña pantalla cuadrada, teclas numéricas que debías presionar varias veces para atinarle a la letra que deseabas escribir y que debías deslizar hacia arriba para abrirlo.
Papá contestó, al instante sus ojos se llenaron de lágrimas pero mantenía la compostura, su voz en ocasiones se quebraba, hablaba tan bajo que apenas escuchaba murmullos inentendibles, lo miré atenta sin saber qué sucedía y a la expectativa de una explicación. Salió de la habitación sin decir más y cerró la puerta, entendí que quería estar solo o era algo privado así que esperé, pasaban minutos cual si fuesen horas, daba vueltas de lado a lado en la cama impaciente por saber la razón de uss lágrimas, jamás lo había visto llorar en mi vida, sentía una impotencia enorme ¿Cómo una niña de 6 años podría ayudar a papá en lo que sea que hubiera pasado? Cuando al cabo de unos minutos volvió, colgó la llamada y solo dijo «Papá falleció», su padre, el suegro de mamá y MI ABUELITO, ya no estaba más. Esas 2 palabras que salieron de su boca me aplastaron por completo. Quien me vió crecer, me crió, veló por mí, mi compañero de tardes en el taller, mi guía, el que esperaba mi llegada con ansias y aún más el hombre que me enseñó a vivir con toda la locura de este mundo.
El dolor me envolvía cual si deseara ahogarme en él, las lágrimas corrían por mis mejillas sin cesar, no podía decir nada, solo lloraba amargamente, mamá me abrazaba con todas sus fuerzas, sentía como mi estómago apretaba cual si quisiera meterme en un caparazón, rogaba por que fuera mentira, por que se equivocaran, mi ingenua ilusión y esperanza decían que quizá solo está profundamente dormido, tenía un sueño muy pesado y que despertaría en cualquier momento… mi anhelo de verlo se tornó en desesperación. Era inconcebible para mí que la persona a la que más amaba en este mundo ya no esté más, corrijo a la que más amo.
Es increíble cómo en ese momento la memoria es tan lúcida que trae a tí todos los recuerdos felices dando tiros fijos haciendo la herida aún más profunda, un mar de lágrimas del que resulta imposible salir y lo único que puedes hacer es dejarte llevar en la corriente de lágrimas hacia un vacío infinito.
Fuimos de inmediato al departamento donde vivían mis abuelos y al entrar me quebré, fijé mi mirada en su habitación y ahí estaba, lo ví recostado en su cama boca arriba, con el rostro pálido, las manos juntas sobre su vientre e inmóvil, esto último fue lo que más me golpeó. Toda esperanza e ilusión murió al verlo, era definitivo no despertaría.
Mis padres y las hermanastras de papá (a quienes apenas conocí esa tarde) hablaban de trámites, doctores, funerarias y sin fin de asuntos que para mí no valían nada. En el fondo solo quería gritarles: ¡Que no ven que mi abuelo está muerto! Para mí nada tenía más importancia que ese hecho, no quería saber donde lo enterrarían, cuándo sería el velorio, ni qué doctor llenaría el acta de defunción… solo quería que me lo devuelvan; pero no salía nada de mi boca, ni un murmullo, ni una queja, solo los veía desde un rincón apartada de todos tratando de entender qué había pasado.
Cuando una de sus hermanastras me vió solo preguntó ¿Ella es la nenita? Nenita, una palabra que al escucharla aún me mueve el piso, era la manera en la que se refería a mí mi abuelito, sabían que había una pequeña que siempre pasaba con él, la «nenita» que tanto amó, a la que le demostró que amar no son solo mimos y caricias, eran acciones, tiempo de calidad y sobretodo estar presente ahí. Mis padres asintieron, ella me veía con ternura y compasión, pero nada podía consolarme.
Quien me vio crecer, se había ido para siempre.
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