“Lo que padeces habla de quién eres” era el slogan del mejor laboratorio de enfermedades a nivel mundial. La gente pobre se tenía que conformar con la gripe estacional, la única enfermedad que contagiaba de forma espontánea sin hacer distinción. El hecho de ser libre de cargos le hacía ser esperada con entusiasmo.

Los adinerados disponían de una extensa colección de los más exquisitos padecimientos que se ofrecía a clientes distinguidos, mediante grips probadores, colocados en las estancias de los comercios más exclusivos. Cada uno era esperado con emoción creciente a medida que se daban a conocer detalles sobre sus efectos en el cuerpo.

La cantidad que se llegaba a pagar por algunas enfermedades sorprendía a más de uno, sobre todo si se tomaba en cuenta que todos los males de la Tierra aquejaban a los enfermos, por no más de cien días. Las encuestas revelaban que, para cualquier consumidor, el gasto siempre valía la pena. Cada centavo invertido en enfermedades, era dinero bien aprovechado. La vida resultaba tan insípida como el agua, si no se saboreaba realmente su amplia gama de matices.

Siendo así las cosas, un sin número de enfermedades y padecimientos, iban y volvían seguidos de apellidos extravagantes, al arbitrio de un grupo de modistas que los retocaban, haciéndolos cada vez más perniciosos, para luego lanzarlos al mercado, donde eran recibidos con entusiasmo por un público consumidor cada vez más hambriento de sensaciones.

Los padecimientos de corazón, pulmón, hígado, páncreas y riñones, eran seductores. Se jugaba con la muerte. El envenenamiento, accidental o planeado, y el suicidio, no eran raros. Decisiones románticas por toda esa atmósfera cargada de dramatismo y arte que les rodeaba.

En los medios, expertos y advenedizos, vertían sus opiniones sobre si esta, o aquella otra colección era mejor, o si acaso algún suicidio había logrado capturar el verdadero espíritu de la temporada.

Londres-París-Roma-Tokio-Berlín

Cascadas de catálogos describían las maravillosas obras de cada diseñador. La humanidad también caía en cascada. La mayoría de los padres se preocupaban poco por la higiene de sus hijos. El manejo de alimentos, de agua y de desechos se convirtió en un problema social y no de salud pública. Y qué decir de la conducta sexual. Existía aún el control natal, pero la limpieza era desdeñada y hasta se la veía como una manifestación de mojigatería propia de otras épocas.

Rasín, el cuarto hijo del jeque, tenía a sus pies un espectáculo subyugante. Suspiró ante la belleza de la postal. Nadie hubiera imaginado que accedería al trono. Sin embargo, así había sucedido. Después de que su padre y sus hermanos perecieran durante La Plaga, él había sido entronizado. Otras cosas en apariencia imposibles habían ocurrido también.

Al igual que sus ancestros, Rasín se había dedicado a la explotación de petróleo para convertirlo en su heredad. Su riqueza se había triplicado en los últimos años, pero no era el hombre más rico del mundo a causa de la extracción, lo era por haber sido el cerebro detrás de la invención de los parasoles. Esas construcciones en medio del desierto, muy parecidas, en diseño, a la que, en su fachada tenía aquellos magníficos ventanales por los que Rasín se deleitaba contemplando el crepúsculo.

Toneladas de estructura metálica que simulaban hongos. Edificaciones climatizadas y dotadas con todos los servicios necesarios para sustentar la vida. Ciudades pequeñas, que ahora se levantaban por todas partes, albergando a más de la mitad de la población de La Tierra.

Durante la crisis energética que terminó con los combustibles fósiles, cuando la civilización se hallaba al borde del colapso, solamente su pueblo había conseguido medrar, gracias a la actitud audaz que siempre tuvo el cuarto hijo del soberano.

Una vez al frente del gobierno, Rasín consiguió dotar a su pueblo y luego al mundo, de la energía necesaria para moverlo durante toda la eternidad, o por lo menos hasta que el sol muriera definitivamente. Para entonces, para cuando eso sucediera, su gente ya habría descubierto la manera de crear nuevas fuentes de energía. Aún después de que todas las estrellas murieran, los descendientes del jeque Rasín, lograrían mantener el tren de la civilización sobre sus rieles. Así sería. La modestia no era una cualidad del jeque. Consideraba que la humanidad aún le estaba en deuda a pesar de haberle pagado con una enorme riqueza.

Una voz familiar borró todos los gratos cálculos que Rasín hacía cada vez que pensaba en todo lo que el mundo aún tenía que abonarle al salvador de la humanidad. Todo lo que él deseara.

-Sus jardines son los más exquisitos del mundo. Como diría El Poeta: un atisbo del paraíso.

Rasín agradeció el comentario con una, apenas perceptible, inclinación de la real frente. No, la modestia definitivamente no iba con él.

Hubo un cambio repentino en la manera en que el hombrecillo que hablaba, se dirigió al jeque.

-No obstante, existe ese tesoro que nunca ha entrado en tus arcas.

Sin importar su apariencia, que bien podría tratarse de una caricatura del propio rey Rasín, aquel hombre se permitía el lujo de hablarle de un modo familiar, incluso retador. El hombre que lo hacía, era una copia ultra imperfecta de la majestuosidad del soberano. La escena era semejante a la de un perro faldero ladrando con insolencia a un mastín.
-Ni una sola Copa adorna tus vitrinas.
Inferior o no, esas palabras provenían de un espíritu igual de altanero que el de Su Majestad. La sangre real corría por sus venas, y esta, no le permitía hacer el intento por ocultar ni el sarcasmo ni la ponzoña.
Un pensamiento retorcido cruzó por la mente de Rasín. Si La Plaga también le hubiese dado caza a él mismo… Este ser despreciable que ahora sonreía con estólida malicia, se hubiera alzado como rey. Con toda seguridad, el mundo se habría ido al caño, o en el mejor de los casos, se hubiera hundido en la barbarie. No existiría sobre la superficie de la Tierra aquel esplendor que ahora podía verse, aún desde los parasoles de la colonia lunar.

El jeque tomó el último sorbo de su bebida y se acercó lentamente a su pariente. Le miró con el despreció que siempre sintió por él. Con el tono gélido que lo caracterizaba, le habló al oído:

-Será mía.

La pesquisas de Juliana Freites le habían llevado hasta Sárkovy. Una noticia que leyó en el espacio-puerto de la Luna, le hizo encender todas las luces de alarma:

Así como Claris Adam fue ejecutada, así como William Wales…”

El guía se dirigió a Uc Asm con voz perentoria:

-Perra miserable, una noble señora de los mundos interiores desea inspeccionarte. Compórtate con respeto.

Uc Asm movió la cabeza como una serpiente a punto de morder; el guía saltó hacia atrás como un gato asustado y maldijo. Elvia rió.

-Retírese. -le dijo Juliana Freites- Quiero hablar con ella en privado.

El sarkoy accedió de mala gana. Además de los venenos, el chisme es el pasatiempo favorito en ese planeta.

Elvia examinó a Freites con ojos duros pero divertidos.

-He pagado para hablar con usted -empezó Juliana-. De hecho, vengo de la Tierra con este único propósito.

-¿Y debo organizarle una cacería de trocotines?

Freites ignoró el sarcasmo, y continuó.

-¿Vendió usted un veneno muy peculiar a un noble terrestre?

Un leve resplandor brilló en la profundidad de los ojos impenetrables.

-¿Viene de su parte?

-No.

El resplandor murió.

-Ahora está condenada a la cooperación.-Continuó la doctora. – He oído que la nueva versión del ignus produce los más terribles dolores.

-Debo admitir que no me produce curiosidad averiguar en mi propio pellejo, si eso es verdad o mentira.

-¿Se le ha condenado por hacer negocios con un notorio asesino?

-No ha sido por eso. El Maestro Cofrade había preparado una lista de precios especiales para la nobleza terrestre. Ignorante por completo, le vendí dos dosis de una peculiar mezcla de panacea, a un antiguo cliente.

-Entonces ¿por qué debe cooperar? Interrogó Frietes.

-Envidia. ¿Ha visto como el guía, saltó cuando hice un movimiento brusco? Me acreditan el don de envenenar con la mirada, y las malas lenguas han esparcido el rumor de que en las uñas almacenaba, veneno suficiente como para matar a doscientas personas.

Freites observó con sobresalto los delicados dedos coronados con sangre seca y despojados de uñas.

-Me encargaré de que muera por alfa o por beta, pero no por cooperación, solamente que me diga ¿a quién vendió la panacea.

-No albergo grandes esperanzas -Elvia se encogió de hombros-, pero no pierdo nada hablando. Ignoro el verdadero nombre de la persona. Le conocí en el año de La plaga, y no le hubiera reconocido, de no ser porque le acompañaba su hijo. Es idéntico a su padre, cuando era joven. Ha cambiado mucho, desde entonces. Ahora usa otro nombre y es más calculador, aunque sus pasiones son más terribles. De no ser porque conozco su origen, juraría por Godogma que es un hijo de Sárkovy.

-¿Cuál era su nombre cuando le conoció?

-Harid Basharud.

Cada mañana era la misma historia. Un insistente timbre repicaba en la habitación. Se daba cuenta que de nuevo había dormido descubierto. Un dolor agudo e intermitente atormentaba los músculos de su espalda baja. Comprobó, como cada mañana, que aún no era la hora de levantarse. Sin embrago, la alarma del comunicador seguía repitiendo su fastidioso tono y seguiría haciéndolo hasta que, bostezando y profiriendo lo más selecto de su repertorio de maldiciones, terminara por sacarle la batería, como todas las mañanas, como cada mañana lo hacía, desde que ella había muerto. Si tan sólo ella le hubiera dicho como desactivar la alarma, si tan sólo le hubiera dicho cómo arreglárselas con el perro y los peces dorados, si tan sólo estuviera como su hijo, postrada en una cama, en estado de vegetal, pero siempre dispuesta a escucharle. Si tan sólo no hubiera muerto.

Cada mañana se repetía la misma serie de pensamientos, que terminaban con sollozos, cada vez más escasos en lágrimas y cada vez más abundantes en amargura.

Desayunó lo que pudo y se vistió mecánicamente, luego condujo hasta el hospital, como lo había hecho el último mes, todos los días, antes de dirigirse al trabajo.

No podía acostumbrarse a todo aquello. Pedir su pase y subir al tercer nivel del sanatorio. Tomar la mano de su hijo y le contarle lo que había hecho el día anterior. Luego, decir lo bien que les hacía a ambos, aquello de las visitas. Prometer que volvería para el día siguiente, porque al otro día, el chico se habría despertado y las cosas irían mejor. En el fondo sabía que era una mentira. Los médicos le habían dicho, que era mejor prepararse para lo peor.

Esta vez fue diferente. Llegó al hospital, un edifico de rugosos muros recubiertos de lozas amarillas al estilo de Dar Sai. Subió por una escalinata hasta el vestíbulo, experimentando esa sensación que nos hace volver la mirada porque nos sentimos observados. Giró la cabeza en ambas direcciones comprobando que el área de ascensores estaba vacía. Uno de ellos abrió las fauces y se apresuró a entrar. Con la misma rapidez pulsó el botón del tercer nivel y luego se dedicó unos segundos a observar el tablero que cambiaba sus rojos números. Las puertas se abrieron, la luz natural que inundaba el piso le invitó a salir. No pudo llegar hasta el cuarto de su hijo. Unos pasos antes de la habitación, fue abordado por un par de sujetos que no tenían el aspecto de médicos, sino de deportistas darsh.

-Señor Gerard, -dijo el mayor de esos hombres-debemos hablar. Los dos hombres le condujeron sin más, hasta una oficina que él podría haber jurado, no se encontraba allí la mañana anterior. Una vez solos, aquel hombre habló sin rodeos:

-Sabemos que su situación económica está al borde del colapso. Sabemos también, que muy pronto tendrán que trasladar a su hijo a un área colectiva y usted sabe lo que eso significa. Por fortuna podemos ofrecerle una alternativa. Un tratamiento que le garantiza recuperar a su hijo, con plena salud. Además está en nuestro poder, asistirlo de tal manera que él obtenga un excelente empleo. No piense que pertenecemos a alguna clase de secta, no. Erik será admitido sin mayor trámite en el proyecto más ambicioso en la historia humana, añadió el hombre.

El afligido padre escuchaba atónito, cada vez más convencido de estar fantaseando: Ver a Erik recuperado y disfrutando una vida sin sobresaltos, una vida de ensueño, de la que, sin importar lo estupenda que fuera, no participaría su esposa.

-Somos un grupo de investigadores, señor Gerard, -aclaró el hombre mientras ofrecía un asiento- auspiciados por notables filántropos, gente que cuenta con el respaldo de grandes corporaciones. Veo que la idea no le desagrada y para que termine de enamorarse, le ofrecemos algo mucho mejor.

El hombre hizo un movimiento digno de un prestidigitador y le mostró enseguida un pequeño contenedor de laboratorio en cuyo interior destellaba un ambarino líquido que cautivó la mirada de Gerard, los destellos eran, ante sus ojos, singulares.

-Este, señor Gerard, es un NSQ. Un ambiente químico-neurológico debidamente decantado, que conserva en sus selectas sinapsis, el entero de la existencia de una persona. Estoy seguro de que le ha parecido particularmente atractivo, pero que ignora el motivo. – Comentó el hombre haciendo girar sensualmente el cilíndrico recipiente entre su pulgar y su índice. – Esto, señor mío, ¡es su esposa! La esencia de aquella maravillosa mujer, se encuentra depositada aquí mismo, señaló un par de veces con el otro índice, y está lista para ser implantada en un cuerpo que será diseñado de acuerdo con sus propias especificaciones, amigo Gerard. Imagínelo. La persona que ama, con todos sus recuerdos, justo al momento de sufrir aquel terrible accidente, podría volver a su lado, como si todo hubiera sido un mal sueño o en el escenario que hemos dispuesto para el caso, despertará de un coma, tal y como su hijo Erik, lo hará. Sucederá, si es que usted lo desea.

Gerard tomó con ternura el preciado cilindro.

CONTINUARÁ…

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