El Árbol Dador de Paz
El sol se ponía en el horizonte, derramando una cascada de luz arrebolada, horadando la espesura de los árboles dejando una atmósfera de sosiego en todo el bosque.
Esta serenidad se quebrantó al crepitar las hojas secas y marchitas que tapizaban el sendero angosto, donde eran aplastadas por los pasos acelerados de un hombre.
Su respiración agitada perturbaba la armonía del susurro del viento que hacía mecer las ramas de los árboles en un suave vaivén. Y lo que debía ser un refugio de paz, aquel hombre de actitud aprensiva lo convertía en un manojo de nervios. Su mirada escudriñaba cada rincón del bosque como si tratara de encontrar algo.
El sol iba menguando por el poniente al mismo ritmo que los pasos del hombre que atajaban el camino con mesura; el aire empezaba a refrescar, y el rostro angustioso del hombre se tornó gradualmente en un rostro como de quien suelta la cuerda al saber que no puedes ganar. Aunque sabía que no podía darse por vencido, continuó hasta llegar a un claro del bosque cubierto de flores silvestres, formando una estera multicolor donde el sendero que lo atravesaba se veía interrumpido por un conjunto de rocas que formaban un peñasco.
Todo el paraje era acariciado con los últimos rayos de sol que resplandecían el color de la vegetación en un matiz bermejo. La energía del momento era capaz de penetrar en lo más recóndito de la psique del hombre y borrar todo rastro de preocupación y aflicción humana para darle paso a una estela de profundo sosiego, disolviendo el estado aprensivo con el que venía como una gota de agua dulce en el mar.
Al aproximarse al peñasco, se percató de que los bordes rugosos y ásperos de la roca se iban esculpiendo en una estructura cuadrangular, formando una superficie lisa, construida por bloques. En la parte superior del peñasco se iba coronando por un muro almenado que sobresalía de la estructura cuadrangular.
Cuando terminó esa transformación, la parte inferior resplandeció y empezó a cambiar a un color nacarado en un movimiento suave y continuo hasta la parte del muro almenado, dejando al hombre anonadado. Los ángulos obtusos y la forma cuadrada de la torre pasaron a ser ángulos finos y delicados, fusionándose con la parte superior, convirtiendo la estructura en una escultura tallada en una sola pieza.
Finalmente, lo que era un conjunto de rocas y piedras terminó convirtiéndose en una torre de marfil iridiscente e inmaculada, que irradiaba su propia luz, emulando al color de los rayos pálidos de la luna llena.
—¡Qué está pasando! ¿Me estoy volviendo loco acaso? —dijo el hombre.
—Todos tenemos un poco de locura cuando somos quien vinimos a ser —le respondió una voz templada desde lo alto de la torre, donde se movían unas orejas de conejo al parecer muy grandes y peludas.
—¿Qui… qui… quién eres tú?
—Yo soy el Sr. Torre y resguardo el camino que deseas continuar.
—El camino que resguardas, ¿es el que lleva al árbol dador de Paz, por el cual me aventuré en esta búsqueda?
—No lo sé.
—¿Entonces por qué resguardas el camino?
—Para los hombres que buscan y no encuentran.
—¿Entonces no hay nada?
—Depende —le contestó el Sr. Torre.
—No entiendo, ¿depende de qué?
—Mmm…
—Ya no tengo más tiempo que perder, la noche comienza y tus respuestas me dan dolor de cabeza. Tengo un árbol que encontrar. A parte no das la cara más que las orejas de tu mascot… taaaa —Repentinamente saltó un conejo parado en sus dos patas, con un bastón en una mano y una túnica dorada puesta, hecha de un material que nunca había visto. El hombre gritó y quedó paralizado al percatarse de que había estado hablando con un conejo.
—No puedes encontrar al Árbol Dador de Paz, cuando ni siquiera crees en un conejo que habla. Ahí está tu dilema: para encontrar realmente hay que creer, tener fe; cuando se cree fervientemente no hay que buscar, simplemente se es.
—Pues ahora creo porque te veo y escucho, pero sin ver ni escuchar, ¿Cómo puedo creer?
—El árbol te encuentra cuando se está listo, y es porque lo creíste desde tu interior, no desde tu exterior. Si tu anhelo más profundo es encontrar el árbol Zhōng, el dador de Paz, el sendero seguir debes, pero recuerda, solo sigue sobre el camino que vienes.
—Mi anhelo más profundo es liberarme de esto que atormenta mi ser.
—Entonces, siendo así, la brecha entre Zhōng y tú ahora es más corta.
—¿Por qué?
—Porque tu deseo trasciende tus necesidades mundanas. Lo que buscas es una cualidad de la naturaleza: la Paz. No buscas dinero, ni salud, ni el amor, buscas el origen que da todo eso.
—¿A cuánta distancia está eso de aquí?
—Para Zhōng no hay espacio ni tiempo, solo la experiencia que te lleva a él. Mi deber como el Sr. Torre es mostrar el camino a quien tenga ojos para ver y oídos para escuchar y tú al parecer cumples con esas cualidades. Recuerda, el camino donde tus pasos vienen es el camino seguro, el camino del medio. Ahora continúa o renuncia a tu anhelo más profundo.
Al terminar, el Sr. Torre regresó dentro de su torre y el silencio quedó.
El hombre quedó dubitativo por un momento, pero sabía que debía continuar; rodeó la torre para interceptar el camino al otro lado. Al seguir adelante y comenzar a alejarse de la torre, esta regresó a su estado anterior de rocas y peñasco. Ya no lo asombró como lo había hecho en un principio, pero ahora comprendía que si quería encontrar el árbol Zhōng, debía estar abierto a nuevas ideas y realidades diferentes a lo que él pensaba. Su sueño de alcanzar la paz era lo que le provocaba el ahínco para continuar y dejar el sufrimiento: la sensación de no ser suficiente nunca, el miedo constante a perderlo todo, su casa, el dinero, el amor y la salud.
Paso a paso se fue adentrando nuevamente al bosque. Caminó durante buena parte de la noche bajo la luz tenue de la luna llena que se imbuía entre la urdimbre espesura de los árboles. Su entusiasmo desapareció cuando el silencio se rompió por los aullidos de unos lobos. Se detuvo en seco, su piel palideció, un hueco se le formó en su estómago, un miedo atroz lo invadió, y comenzó a escuchar las pisadas que se acercaban a él. A pesar de que sus pies ya le dolían, echó a correr, pero cada vez los escuchaba más cerca. Le llegaba su olor almizclado. Ya no podía más, sabía que lo alcanzarían en cualquier momento y no serviría de nada ocultarse, su aroma lo delataría y se lo comerían vivo.
Decidió parar. Sabía que no podría ganar contra aquella lucha de locura, así que solo le quedaba rendirse, pero no lo haría con miedo, sino a través de la aceptación, de una muerte digna. Moriría sabiendo que por lo menos intentó encontrar el anhelo de su alma. Se echó en el suelo y esperó a que el destino se hiciera cargo. Cuando sintió que las pisadas de los lobos lo habían alcanzado, cerró los ojos y sintió que su mundo terminaba; en lugar de eso recibió unos cálidos y tiernos lengüetazos, sintió también algunas cabezas restregándose en sus muslos, buscando caricias. Abrió los ojos y vio que eran algunos cuantos lobeznos. Una sonrisa le iluminó el rostro y se hizo consciente que el miedo que sentía le había provocado un escenario triste y funesto.
Todo lo que había pensado era su imaginación. Los lobeznos le jalaban la ropa animándolo a seguir. Se sacudió, devolvió las caricias a las pequeñas crías de lobo y emprendió nuevamente su viaje con los lobeznos detrás de él.
No avanzó mucho cuando el camino se dividió en tres: un sendero por la derecha que comenzaba con un portal en forma de triángulo hecho de fuego puro; el sendero de la izquierda comenzaba con un triángulo invertido hecho de agua, y el camino por donde venía empezaba a través de un portal en forma de círculo hecho de la combinación de fuego y agua. Se hallaba en una encrucijada que el Sr. Torre veladamente le había mencionado al advertirle:
«El camino donde tus pasos vienen es el camino seguro»
Sabía por dónde seguiría: el camino del medio. Sin dudarlo, continuó por ese camino y tan pronto atravesó el portal, sus acompañantes se detuvieron en el umbral del camino. Se despidió de ellos y en un parpadeo lo que eran lobeznos se convirtieron en lobos adultos. Se despidieron de él con un aullido al unísono. Al ver esa imagen, sintió como si algún miedo que se encontraba enraizado en lo profundo de sus huesos se hubiera desprendido, dándole más libertad.
A medida que avanzaba, el paisaje de la derecha iba cambiando: los árboles se iban secando, el musgo de las piedras iba desapareciendo, las hojas caían, las ramas de los árboles iban quedando desnudas, como si hubiera sido el año sin primavera y la lluvia ausente durante mucho tiempo. En cambio, en el lado izquierdo del sendero, abundaba el color verde, había flores por doquier, mariposas y abejas yendo y viniendo, incluso vio algunas liebres y venados entre la espesura del bosque. Se podía sentir la vida en esa parte del bosque.
Conforme continuaba, el lado derecho se fue secando más y más hasta que dejó de haber árboles y el paisaje se volvió desolador hasta convertirse en un desierto donde abundaba el terreno pedregoso y la tierra seca.
Por el contrario, el lado izquierdo se fue llenando de humedad, hasta pasar a convertirse en un pantano, y finalmente todo comenzó a pudrirse, dejando un olor agrio y pestilente.
El miedo lo invadió. Probablemente si avanzaba más, en algún punto sería imposible vivir, pues el patrón con el que cambiaban los dos paisajes era aterrador. Cuando estaba a punto de renunciar a su búsqueda, a lo lejos vio algo que centelleaba. Su corazón se emocionó y pensó que era Zhōng, así que corrió usando sus últimas energías, pero cuando llegó se sorprendió al ver un grifo sin maneral, hecho de oro puro, que se mantenía levitando. De él salían borbotones de agua de manera continua; el grifo estaba girado hacia el lado izquierdo, donde se vaciaba el agua sobre un surco que se extendía sobre el paisaje del lado izquierdo donde el exceso de agua había hecho que se pudriera el bosque. Por el contrario, el surco del lado derecho no recibía ninguna gota de agua. Sin embargo, existía un vórtice justo en medio de los dos surcos, el cual estaba formado por dos compuertas que daban a cada uno de los surcos. Sobre el grifo de agua descansaba un letrero que decía:
«Fin de la encrucijada La PAZ se encuentra aquí«
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Querido lector, si has llegado al final de esta fábula, hay tres preguntas que el Sr. Torre tiene para ti:
1.¿Qué harías con el grifo?
2.¿Dónde se encuentra el árbol Zhōng, el dador de paz? (Una pista: el de los pasos presurosos nunca tuvo nombre).
3.¿Cómo interpretarías lo escrito en el letrero?
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