La Cartera Infinita 40

La Cartera Infinita 40

Mateo Arriz

19/09/2025

Capítulo 40: Ecos del pasado

El mundo lo aclamaba.
Los hospitales estaban en funcionamiento, los pacientes recibían atención gratuita, la gente sonreía y agradecía su nombre en todas partes. Kaito Takahashi se había convertido en una leyenda viviente, un símbolo de esperanza que trascendía fronteras.

Pero aquella noche, mientras las luces de la mansión brillaban con fuerza y la ciudad dormía envuelta en la calma del progreso, él no podía dormir.

Se giraba una y otra vez en su cama, los ojos abiertos en la penumbra. Sus pensamientos lo arrastraban, como olas contra las rocas, hacia un pasado que había intentado dejar atrás… pero que nunca desaparecía.

El Kaito del presente era un líder, un creador de sueños.
El Kaito del pasado era un desecho social.

Y esa cicatriz, aunque cubierta por logros, aún ardía.

Se levantó en silencio, procurando no despertar a Haruka ni a sus padres. Caminó por el pasillo de la mansión, sus pasos resonando apenas sobre el mármol pulido. Cada rincón de aquella casa era un recordatorio de lo lejos que había llegado… pero también de lo bajo que alguna vez estuvo.

Se dirigió al garaje, tomó las llaves de uno de los autos y salió en plena madrugada. No sabía bien por qué lo hacía, solo sabía que algo en su pecho lo obligaba a regresar a ese lugar que había jurado nunca volver a ver.

El trayecto fue largo, más emocional que físico. La ciudad resplandecía con carteles luminosos, algunos incluso mostrando noticias recientes sobre sus hospitales, sobre Harmonia Records, sobre él mismo. Pero mientras los demás veían un ídolo, él veía a un chico de dieciocho años, sucio, humillado, sin esperanza.

Finalmente, llegó.

La vieja casa aún estaba allí.
Una estructura de madera carcomida, con el techo a medio colapsar, paredes húmedas y manchas de moho que parecían cicatrices de un cuerpo moribundo. Las ventanas estaban rotas, y la puerta colgaba de una bisagra oxidada.

Kaito apagó el auto y bajó lentamente, quedándose quieto frente a lo que alguna vez fue su hogar.

El aire olía a polvo, a abandono.
Y con ese olor vinieron los recuerdos.

Cerró los ojos y lo vio.

Vio a su yo más joven, sentado en el suelo frío con Haruka, ambos con ropas sucias y estómagos vacíos.
Vio los sillones rotos, donde las ratas anidaban más cómodas que su propia familia.
Vio a su madre llorando en silencio, tratando de esconder las lágrimas para no preocuparlos.
Vio a su padre saliendo cada mañana, buscando trabajos temporales que apenas alcanzaban para un poco de arroz.

Y se vio a sí mismo, caminando hacia empleos donde lo humillaban, donde lo llamaban inútil, donde la gente lo trataba como basura. Recordó la sensación de ser invisible y, al mismo tiempo, señalado con desprecio.

Los gritos, las burlas, las risas de quienes lo pateaban cuando estaba en el suelo.
El frío de las noches donde la manta no alcanzaba para cubrirlos.
La vergüenza de ver a su hermana con un uniforme escolar tan sucio y desgastado que los demás niños se burlaban de ella.

Cada recuerdo era un cuchillo, y esa noche todos lo atravesaban sin piedad.

Kaito abrió los ojos, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar. Se obligó a entrar en la casa. El crujido del suelo bajo sus pies fue un eco de su infancia. Caminó por las habitaciones, observando cómo todo se desmoronaba.

El cuarto donde dormía con Haruka era apenas un rectángulo vacío, con las paredes cubiertas de manchas negras. Recordó las conversaciones en la oscuridad, cuando ella le decía que algún día todo sería diferente, aunque ninguno de los dos lo creía.

Se dejó caer de rodillas en medio de la habitación. El polvo se levantó alrededor de él, y por primera vez en mucho tiempo, dejó que las lágrimas cayeran.

—¿Por qué? —susurró, su voz quebrada—. ¿Por qué tuve que vivir así?

No esperaba respuesta. Pero, como siempre, la fría voz mecánica apareció en su mente.

Felicitaciones, Anfitrión. Todas las misiones asignadas hasta el momento han sido completadas exitosamente. Las recompensas han sido entregadas en su totalidad.  

Estado: Excelente. 

Kaito cerró los puños.
—No… no quiero felicitaciones ahora.

El sistema guardó silencio, pero él continuó.

—Dime algo, sistema… desde aquella vez, desde el primer día que apareciste frente a mí, nunca me lo he preguntado en serio. Pero hoy quiero saberlo. —Su voz temblaba—. ¿Por qué yo? ¿Por qué elegiste a alguien como yo?

El sistema tardó unos segundos en responder, como si analizara la petición.

No puedo responder a esa pregunta , Anfitrión

Kaito apretó los dientes.
—¡Dímelo! ¿Por qué? ¿Por qué entre millones de personas elegiste a un pobre idiota, un inútil que no sabía nada, que todos despreciaban? ¿Qué viste en mí?

Restricción del sistema . 

No puedo responder a eso , Anfitrión.

El silencio que siguió fue insoportable. Kaito golpeó el suelo con fuerza, levantando más polvo. Su corazón ardía con una mezcla de rabia y tristeza.

—Siempre ha sido así… desde niño. Todos me dieron la espalda, todos me humillaron. Ni siquiera podía mirar a los demás a los ojos. Y entonces apareciste tú… y de pronto todo cambió. Pero sigo sin entenderlo. ¿Por qué yo?

El sistema no respondió.
Y ese silencio fue peor que cualquier burla, que cualquier golpe recibido en el pasado.

Kaito se recostó contra la pared húmeda, respirando con dificultad. Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas, y no intentó detenerlas.

—¿Sabes qué es lo peor, sistema? —murmuró con voz baja—. Que a veces tengo miedo. Miedo de que todo esto desaparezca de repente. Que un día despierte y vuelva a estar aquí, en esta casa, con nada en las manos. Que todo lo que construí sea solo un sueño.

El sistema permaneció en silencio, procesando, como siempre.

—He luchado contra enemigos, contra magnates, contra asesinos… he gastado fortunas imposibles y he creado algo que nadie más podría. Pero dentro de mí, todavía sigue ese chico pobre y sucio que lloraba en esta habitación. Ese chico nunca se ha ido.

Se quedó callado por varios minutos, escuchando el viento colarse entre las tablas rotas de la casa.

Finalmente, habló en un susurro.
—Si algún día desapareces, sistema… si algún día me quitas todo… ¿qué será de mí?

No hubo respuesta. Solo el eco del silencio.

Kaito permaneció en esa casa durante horas, perdido en sus recuerdos y pensamientos. Caminó por cada rincón, tocando las paredes, recordando cada momento de dolor, de hambre, de desesperanza.

Se sentó en la cocina, donde su madre solía preparar arroz con lo poco que conseguían.
Se paró en el pasillo, donde su padre volvía cansado, con las manos ásperas por el trabajo duro.
Se detuvo en el patio, donde Haruka jugaba con cualquier cosa que encontrara, tratando de fingir que era feliz.

Cada rincón era un recordatorio de lo lejos que había llegado… y de lo cerca que siempre estuvo de rendirse.

Finalmente, cuando el cielo empezaba a aclararse con los primeros rayos del amanecer, Kaito salió de la casa. Se detuvo en la entrada, mirando una última vez esa estructura derruida.

—No importa lo que digas o no digas, sistema —dijo en voz baja, limpiándose el rostro con la mano—. Puede que nunca me digas por qué me elegiste… pero yo ya encontré mi respuesta.

Se quedó en silencio, y luego continuó:
—Me elegiste porque nadie más podría entender lo que significa estar abajo, hundido en la oscuridad. Porque solo alguien que lo perdió todo puede valorar de verdad lo que significa tener algo.

Su voz se quebró, pero una leve sonrisa apareció en su rostro.
—Si esa es la razón… entonces no importa. Haré que todo lo que haga valga la pena. Por mi familia, por la gente, por mí mismo.

Kaito regresó a la mansión mientras la ciudad despertaba. El sol iluminaba los edificios, y las calles se llenaban de vida. Mientras conducía, su reflejo en el espejo retrovisor le mostró algo curioso: ya no se veía como aquel chico derrotado, sino como un hombre que había aprendido a aceptar su pasado.

Al llegar, Haruka lo estaba esperando en la entrada, con el ceño fruncido.

—¿Dónde estuviste toda la noche? —preguntó con tono preocupado.

Kaito la miró y sonrió débilmente.
—Solo fui a recordar… para no olvidar de dónde venimos.

Ella no entendió del todo, pero no insistió. Lo abrazó con fuerza, y Kaito correspondió, sintiendo que, aunque el pasado dolía, el presente lo llenaba de una calidez que nunca antes había tenido.

Esa noche, los fantasmas de su pasado no desaparecieron… pero Kaito aprendió a vivir con ellos.

Y aunque el sistema no le dio la respuesta que buscaba, comprendió que a veces el silencio también es una respuesta.

Etiquetas: sistema

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