Capítulo 35 – Los Planes del Futuro y Corazones en Guerra
El eco del anuncio de Kaito todavía retumbaba en cada rincón del planeta. Durante los primeros días, los noticieros no hablaban de otra cosa: “El hombre que gastará 800 billones en hospitales”, “¿Genio, loco o visionario?”, “Kaito: de empresario musical a salvador global”.
Pero mientras los debates públicos se multiplicaban, en lo más alto de la torre de Harmonia Records, Kaito ya estaba actuando.
En una sala de conferencias completamente rediseñada, gigantescas pantallas mostraban mapas mundiales, diagramas arquitectónicos y proyecciones médicas. Ingenieros civiles, arquitectos futuristas, médicos de renombre y expertos en logística habían sido convocados.
Kaito se encontraba al frente de la mesa, de pie, con una mirada firme. Vestía un traje gris claro, sin corbata, transmitiendo cercanía pero también autoridad.
—No quiero que esto sea solo un proyecto —dijo, señalando con un puntero el mapa mundial—. Quiero que sea un legado. Los hospitales no estarán en zonas ricas ni en las capitales solamente. Quiero que el primer paso sea en los lugares más olvidados.
Un arquitecto de renombre internacional levantó la mano.
—Señor Kaito, ¿quiere decir que comenzaremos en zonas rurales antes que en las grandes ciudades?
Kaito asintió.
—Exacto. Las grandes urbes ya tienen recursos, aunque no suficientes. Pero hay aldeas, pueblos y comunidades que nunca han tenido un hospital cerca. Ahí es donde empezaremos.
Un silencio de respeto recorrió la sala. Muchos de los presentes habían trabajado en megaproyectos, pero ninguno había escuchado palabras tan directas, tan humanas, de un líder con semejante poder económico.
—Necesito hospitales que puedan sostenerse solos —continuó Kaito—. Autosuficientes en energía, con paneles solares, sistemas de reciclaje de agua, tecnología que no dependa de las grandes redes. Si un desastre golpea, el hospital debe seguir funcionando.
Un ingeniero de sistemas respondió emocionado:
—Eso es posible con infraestructura modular. Podemos diseñar edificios resistentes y expandibles, con alas que se construyan rápido pero que no pierdan calidad.
Kaito sonrió.
—Eso quiero escuchar.
Los días siguientes fueron un torbellino. Gobiernos de distintos países comenzaron a enviar propuestas, queriendo ser los primeros en recibir a Harmonia Hospitals. Empresas constructoras ofrecían servicios, universidades médicas pedían colaborar, e incluso ONGs globales querían participar.
En una videollamada multitudinaria, Kaito reunió a representantes de más de veinte naciones. Su imagen apareció en todas las pantallas, calmada y firme.
—No se trata de política ni de dinero —explicó—. Se trata de vidas. Yo financiaré los hospitales, pero ustedes deberán comprometerse a algo: cero corrupción, cero desvíos. Cada hospital debe estar limpio, transparente. Si alguien intenta usar esto para enriquecerse… simplemente no trabajaremos con ese país.
El silencio fue total. Era la primera vez que un hombre con tanto capital ponía condiciones tan duras y directas. Y, sin embargo, nadie se atrevió a contradecirlo.
Un ministro de salud africano habló con voz temblorosa:
—Señor Kaito, en mi país las madres caminan dos días para dar a luz en una clínica improvisada… si usted construye un hospital ahí, será como un milagro.
Kaito lo miró a los ojos, aunque fuera a través de la pantalla.
—Entonces ese será el primer lugar.
Mientras los planos avanzaban, las redes ardían.
Videos de Kaito en la conferencia alcanzaban mil millones de reproducciones. Hashtags como #HarmoniaHospitals y #KaitoSalvador seguían en tendencia. Grupos de fanáticos ya empezaban a llamarlo El Mesías Moderno.
Los foros de discusión no paraban: unos lo idolatraban, otros lo temían, pero todos coincidían en algo: estaba cambiando el mundo.
Mientras tanto, en otros rincones de la ciudad, Airi, Lena, Miyu, Reina y Sofía no podían quedarse de brazos cruzados. Cada una, en su casa, había sentido la chispa encenderse con fuerza cuando vio a Kaito en televisión. Pero ahora, la chispa se había convertido en fuego.
Airi, la más impulsiva, fue la primera en actuar.
Un día apareció en la recepción de Harmonia Records con una caja de bento casero.
—Díganle a Kaito que vine a verlo personalmente —dijo con confianza.
El personal de seguridad trató de detenerla, pero ella sonrió con picardía. —No se preocupen, no muerdo… todavía.
Quería sorprenderlo, mostrar que podía estar cerca de él incluso en su rutina más ocupada.
Lena, en cambio, fue más calculadora. Ella se infiltró en las redes internas del proyecto de hospitales, consiguiendo acceso legal como “consultora en logística”. Su plan era simple: trabajar directamente al lado de Kaito en los proyectos, demostrando que no solo lo admiraba, sino que podía ser indispensable para él.
Mientras revisaba planos junto a un grupo de ingenieros, pensaba en silencio:
Si lo ayudo a construir el mundo que sueña… su corazón será mío.
Miyu, llena de energía y creatividad, lanzó una campaña en redes sociales bajo el nombre “Voluntarios para Harmonia Hospitals”. Miles de jóvenes de todo el mundo se unieron en cuestión de horas. Ella misma se grababa en videos diciendo:
—¡Apoyemos a Kaito! ¡Mostremos que no está solo!
Su idea era sencilla: ganar su atención demostrándole que podía ser su puente con la juventud global.
Reina, elegante como siempre, decidió usar su influencia en los círculos políticos y de élite. En cenas de gala, reuniones empresariales y foros de líderes, siempre mencionaba el nombre de Kaito, apoyando públicamente su proyecto.
Un día, frente a varios banqueros, levantó una copa de vino y declaró con voz clara:
—El mundo no necesita más promesas vacías, necesita hombres como Kaito.
Era su manera de posicionarse como la mujer que entendía y apoyaba su visión en la cima del poder.
Sofía, por su parte, decidió acercarse desde lo humano. Ella comenzó a trabajar como voluntaria en hospitales locales, grabando testimonios de médicos y pacientes. Luego, llevó personalmente esos documentos a Harmonia Records.
—Esto es lo que la gente sufre día a día —le dijo a uno de los asistentes de Kaito—. Quiero que él los vea con sus propios ojos.
Para Sofía, demostrar que entendía el dolor humano y podía acompañarlo en esa misión era la mejor manera de ganarse un lugar en su corazón.
Pasaron unas semanas. Los planos de los hospitales estaban más avanzados, las alianzas confirmadas, y Harmonia Records se había convertido en un hervidero de actividad internacional.
Una tarde, Kaito entró en su oficina tras una reunión extenuante. Al abrir la puerta, se encontró con algo inesperado: las cinco chicas lo estaban esperando.
Airi con su bento en la mano.
Lena con un portafolio lleno de documentos del proyecto.
Miyu con pancartas de voluntarios entusiastas.
Reina con una carpeta de contactos influyentes.
Sofía con testimonios humanos impresos.
Todas lo miraban con sonrisas diferentes, pero con la misma intensidad en los ojos.
Kaito arqueó una ceja, sorprendido, aunque en su interior entendía perfectamente lo que estaba pasando.
—¿Y bien? —preguntó con calma—. ¿Qué es todo esto?
Airi dio un paso adelante, con su tono directo.
—Es simple: no vamos a quedarnos atrás. Si vas a cambiar el mundo, vamos contigo.
Reina agregó con elegancia:
—Y no solo como admiradoras. Cada una de nosotras tiene algo que aportar.
Sofía lo miró con dulzura.
—Déjanos estar a tu lado, Kaito. No solo como apoyo… también como algo más.
El silencio se volvió denso. Afuera, el bullicio del mundo seguía, pero en esa oficina, todo giraba alrededor de un solo hombre… y de cinco corazones decididos a conquistarlo.
Kaito los miró uno por uno. Sabía que aquella era solo la primera batalla de un juego mucho más grande: la guerra por su corazón había comenzado.
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