Capítulo 30: La súplica de las sombras
El amanecer apenas asomaba cuando la voz del sistema retumbó en la mente de Kaito:
【Misión completada: Derrota a Kurohime y sus asesinas.】
Recompensa: Medicina china rango divino.
Kaito abrió los ojos, sentado en su despacho dentro de la mansión. Frente a él apareció un cofre etéreo, que se disolvió al instante, integrando en su ser un conocimiento milenario. Técnicas médicas, curaciones instantáneas, fórmulas capaces de sanar hasta lo imposible… todo fluyó por sus venas.
—Con esto… podría curar incluso heridas que la ciencia jamás entendería… —susurró, apretando el puño.
Pero no hubo tiempo de disfrutar la victoria.
En otro rincón de la ciudad, Kurohime regresaba a su organización. Aún sentía en su cuerpo los ecos de la batalla contra Kaito: la fuerza de sus golpes, la precisión de sus disparos, su decisión de no matarla.
Desde aquella noche, su mente no podía apartarlo.
«Ese hombre… ¿por qué me perdonó? ¿Por qué siento este respeto extraño… incluso atracción? ¿Qué tiene él que me obliga a pensar en cada movimiento suyo?»
Sus cinco asesinas, cada una con las vendas aún frescas, compartían el mismo silencio reflexivo. Ninguna lo decía en voz alta, pero todas sentían lo mismo: respeto, y un extraño magnetismo imposible de negar.
Sin embargo, no hubo tiempo para dudas.
Noticias terribles llegaron: varias organizaciones rivales habían descubierto que Kurohime estaba debilitada. Habían unido fuerzas para atacar directamente su base, buscando destruir su imperio de una vez por todas.
Esa misma noche, el cuartel de Kurohime ardió en caos. Oleadas de enemigos invadían pasillos, patios y salones. Sus subordinados luchaban con valentía, pero caían uno tras otro. Las cinco asesinas combatían con todo lo que tenían, pero incluso ellas estaban siendo superadas.
—¡Jefa, son demasiados! —gritó una de ellas, bloqueando con sus cadenas un golpe que la lanzó al suelo.
Kurohime, en lo alto de un balcón, observaba la masacre. Apretó los dientes. No podía permitir que todo terminara así.
—Vayan por él… —ordenó con voz firme.
Las cinco levantaron la mirada.
—¿Él…? ¿Quieres que vayamos por Kaito? —preguntó la de las garras metálicas, incrédula.
Kurohime cerró los ojos, recordando la fría calma en el rostro de Kaito cuando la derrotó.
—Sí. Él es el único que puede salvarnos. No importa el precio… tráiganlo aquí.
Horas después, Kaito trabajaba en su oficina revisando planes de expansión para Harmonia Records, cuando sintió un escalofrío. No estaba solo.
Al girar, se encontró con una imagen sorprendente: las cinco asesinas estaban allí, de pie frente a él. Vestían ropas oscuras, sus heridas aún visibles, pero en sus ojos no había odio… sino desesperación.
Antes de que Kaito pudiera hablar, todas cayeron de rodillas al unísono.
—¡Kaito! —exclamaron al mismo tiempo.
Él parpadeó, incrédulo.
—¿Qué demonios hacen aquí?
Pero no hubo respuesta inmediata. Una de ellas, con lágrimas en los ojos, se inclinó aún más, hasta rozar el suelo con la frente.
—Por favor… ayúdanos. Nuestra jefa… nuestra organización… están siendo destruidas. No tenemos a quién más acudir.
Otra se arrastró hasta él y se aferró a su pierna con fuerza.
—Te lo suplicamos. Si no vienes, todo se perderá.
Las demás hicieron lo mismo, abrazándose a sus piernas, presionando con desesperación.
Kaito frunció el ceño, incómodo.
—¿Se han vuelto locas? Ustedes intentaron matarme hace apenas unos días.
—¡Lo sabemos! —dijo la de las cadenas, con voz quebrada—. Pero ahora comprendemos tu poder, tu voluntad… tu grandeza. Tú eres el único capaz de detener a esas organizaciones.
El despacho quedó en silencio. Kaito respiró hondo, mirándolas desde arriba, cada una desesperada, rendida ante él.
En ese momento, la voz del sistema resonó en su mente:
【Nueva misión: Ayuda a Kurohime y a su organización a sobrevivir al ataque.】
Recompensa: Respeto absoluto de Kurohime, de sus cinco asesinas y de toda su organización. Desde este momento, te servirán fielmente en todo.
Los ojos de Kaito brillaron. La magnitud de la misión no era pequeña. Si aceptaba, no solo salvaría a Kurohime, sino que uniría a toda una organización bajo su sombra.
Suspiró, mirando a las mujeres que aún se aferraban a él.
—Está bien. Me encargaré de esto.
Las cinco levantaron la mirada, sorprendidas, con un brillo de esperanza.
—¿D-de verdad…? —susurró la de las garras metálicas.
Kaito asintió.
—No por ustedes, ni por ella. Sino porque no pienso dejar que nadie crea que puede aplastarme a mí o a los que están bajo mi mirada.
Se levantó de su asiento, sus pasos firmes retumbando en el despacho.
—Guíenme a donde está ocurriendo la batalla.
Las cinco asesinas se pusieron de pie, temblando de emoción, y lo siguieron de inmediato. Sabían que el destino de su jefa y de toda su organización estaba ahora en las manos del hombre al que habían intentado matar… y al que ahora estaban dispuestas a seguir hasta el fin.
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