Reflexiones a mis 30

Reflexiones a mis 30

Hace unas semanas cumplí 30 años. Treinta.

Esa edad en la que aún no eres lo bastante mayor para ciertas cosas, pero tampoco lo bastante joven para otras.

Ese número que te hace sentir que tu vida ya debería estar en marcha, con objetivos claros y en proceso de cumplirse. Déjame decirte que si piensas así, yo también lo hacía.

A los 20 soñaba que a esta edad ya tendría un piso, alquilado o comprado. Soñaba con haber encontrado al amor de mi vida y que, fruto de ello, tendríamos alguna criatura. Idealizaba seguir viendo a mis amigos varias veces por semana, salir de fiesta varias veces al mes, viajar a lugares paradisíacos, exóticos, increíbles.

No he cumplido todas esas expectativas —o no del todo—, pero no creo que sea motivo para rendirse.

A veces bajamos los brazos cuando sentimos que no podemos más, cuando no vemos ese salvavidas en medio del mar enfurecido. Lo que olvidamos es que no debemos esperar una mano salvadora que nos rescate.

Somos nosotros mismos quienes debemos alzarnos, nadar hacia tierra firme y plantar allí nuestros sueños, trabajarlos hasta recoger los frutos de nuestro esfuerzo.

Porque los 30 no son un final: son el punto de partida hacia lo que de verdad queremos construir.