Dicen los ancianos que, en los confines
de la tierra, se alza una montaña tan majestuosa como sombría, cuya
cima permanece cubierta de nieve, pero cuyo interior late como si en
él palpitara un corazón ardiente. Nadie osa acercarse a sus laderas
cuando el viento sopla desde sus entrañas, trayendo consigo un
murmullo grave, semejante a un lamento humano. Los pastores aseguran
que, en noches de luna llena, aquel murmullo se transforma en un
canto tan triste que hiela la sangre, como si la montaña recordara
su propia historia de dolor.
Cuenta la leyenda que, muchos
siglos atrás, en aquellos mismos valles vivía un joven llamado
Aitor. Era hijo de un humilde leñador, pero en su corazón habitaba
un espíritu distinto, más cercano al de los poetas y soñadores que
al de los hombres rudos de la montaña, desde niño ya solía perderse
por los senderos solitarios, donde escuchaba el eco del agua en los
barrancos y buscaba en el cielo respuestas a preguntas que no sabía
formular.
Una tarde de primavera, mientras caminaba por un
sendero poco frecuentado, escuchó un susurro, tenue como el roce de
la brisa. Al girarse, vio junto a un manantial una joven de belleza
extraña, con ojos oscuros y cabellos que brillaban como el carbón
encendido. Sus movimientos parecían danzar con el rumor del agua, y
su voz, cuando habló, fue como el eco de una flauta lejana.
-No
temas -dijo-. Soy hija de esta montaña… mi nombre es Irati,
espíritu del fuego que la habita.
El joven quedó prendado al
instante, nunca antes había visto criatura tan hermosa, y aun
sabiendo que no era humana, no pudo resistirse a la fascinación que
despertaba en él. Desde aquella tarde, cada noche buscaba el
manantial secreto, y allí la encontraba esperándole. Hablaban de la
vida, del cielo, de los sueños. Aitor la amaba con la devoción de
quien descubre un milagro, e Irati, aunque lo sabía condenado,
comenzó a corresponderle.
Aquello alertó a los dioses que no toleraban que el
fuego eterno se mezclase con la sangre mortal. El espíritu de la
montaña pertenecía a lo sagrado, y aquel amor desafiaba el orden
establecido y la misma tierra, celosa guardiana del secreto, temblaba
cada vez que los amantes se encontraban.
Una noche, cuando la
luna se alzaba redonda sobre las cumbres nevadas, Aitor llevó a
Irati hasta la cima, donde el aire era puro y las estrellas parecían
al alcance de la mano. Allí, en medio de la inmensidad, juraron
amarse más allá de la muerte, y fue entonces cuando la montaña
despertó.
El suelo comenzó a rugir bajo sus pies, el fuego,
contenido durante siglos en las entrañas, buscó salida, las rocas
se abrieron y una llamarada inmensa iluminó el valle, como si un
corazón gigantesco latiera por última vez. Aitor abrazó a Irati
con fuerza, sin soltarla ni un instante, mientras la lava los
envolvía en un fulgor ardiente.
Los aldeanos, que observaban
horrorizados desde el valle, vieron cómo la cima se iluminaba como
una antorcha y escucharon un canto desgarrador que parecía surgir
del mismo cráter: era la voz de Irati despidiéndose, era el grito
de amor y condena de los dos amantes.
Cuando al fin la tierra
se calmó, la montaña había cambiado para siempre. De sus entrañas
ardientes brotaba un calor inextinguible, como si en su interior
palpitara un corazón que nunca dejaría de latir. Desde entonces, en
las noches de viento, la montaña suspira,y quienes se atreven a
escuchar juran que en ese susurro late todavía la voz de Irati
llamando a su amado.
Los ancianos dicen que aquel fuego no es
otra cosa que el amor imposible de un mortal y un espíritu divino,
condenado a arder por toda la eternidad. La montaña guarda su
secreto, y su lamento se confunde con el viento, recordando a los
hombres que ningún amor que desafíe a los dioses puede escapar a su
castigo…Y sin embargo, cada vez que la nieve cubre la cima, parece
dibujar la forma de dos cuerpos abrazados, como si la naturaleza, en
su infinita compasión, hubiera querido darles al fin el reposo que
les fue negado.
by seeyou
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