La Cartera Infinita 3

La Cartera Infinita 3

Mateo Arriz

17/08/2025

Capítulo 3: El primer regalo de un nuevo destino

La puerta vieja y carcomida de la casa Takahashi se abrió con un chirrido, como si incluso la madera protestara cada vez que era forzada a cumplir su función. Haruka entró primero, con los brazos casi doblándose bajo el peso de las bolsas que llevaba. Sus mejillas estaban sonrojadas por el esfuerzo, pero en sus ojos brillaba algo nuevo: ilusión. Detrás de ella, Kaito también cargaba varias bolsas, aunque no parecía agotado. Su respiración era tranquila, su mirada firme. Dentro de sí todavía sentía la vibración extraña del sistema que había cambiado todo en su vida.

El interior de la vivienda contrastaba brutalmente con lo que acababan de traer. El suelo estaba lleno de grietas, cubierto por un tatami deshilachado que apenas conservaba la forma. El aire olía a humedad y a polvo acumulado, una mezcla desagradable a la que los cuatro miembros de la familia ya se habían acostumbrado.

—Haruka, Kaito… —La voz cansada de su madre, Midori, se escuchó desde la pequeña sala. Su rostro, marcado por arrugas de preocupación más que por la edad, se iluminó al verlos—. ¿Qué es todo eso que traen?

Kaito no respondió al instante. En cambio, dejó las bolsas en el suelo, una tras otra, hasta que la pila ocupó buena parte del espacio vacío frente al sillón casi roto. Haruka imitó a su hermano y, con un gesto orgulloso aunque tímido, señaló una de las bolsas.

—Mamá… papá… —dijo, girando su rostro hacia el hombre que salía de la habitación contigua, con la espalda encorvada por los años de trabajos pesados y mal pagados—. ¡Miren!

De una de las bolsas sacó un uniforme escolar completamente nuevo: la tela impecable, los pliegues perfectos, el blanco reluciente de la blusa contrastaba con lo grisáceo y desgastado de lo que Haruka había llevado puesto esa misma mañana. Sus padres se quedaron petrificados, como si estuvieran viendo una ilusión.

—¿Es…? —balbuceó Midori, llevándose la mano a la boca—. ¿Un uniforme nuevo?

—Y zapatos también. —Kaito levantó una caja rectangular y la colocó en la mesa baja. Al abrirla, un par de zapatos negros, brillantes y limpios como recién salidos de una vitrina, reflejaron la escasa luz de la bombilla colgante del techo.

El padre, Daichi, se acercó con paso lento, incrédulo. Tocó la tela del uniforme con la punta de los dedos, como si temiera que al hacerlo desapareciera.

—Hijo… ¿cómo…? —preguntó con la voz ronca, cargada de emociones contenidas.

Kaito tragó saliva. No podía revelar todavía la verdad del sistema; ni siquiera él mismo comprendía del todo lo que significaba tener “dinero infinito”. Pero sí podía decir algo que fuera suficiente.

—Conseguí… una oportunidad —dijo con sencillez—. No quiero que Haruka siga yendo a la escuela con la ropa en ese estado. Y tampoco quiero que ustedes vivan sin poder disfrutar de algo digno.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Midori. Su cuerpo tembló, y en un impulso abrazó a Haruka, quien sonreía como no lo había hecho en mucho tiempo.

—¡Gracias, hermano! —exclamó ella, rodeando a Kaito con los brazos después—. ¡Es lo más bonito que alguien ha hecho por mí!

Kaito permaneció en silencio, pero dentro de sí algo ardía. Un fuego nuevo, cálido, que lo hacía sentirse diferente. Toda la humillación, la burla y la miseria que lo habían acompañado hasta ahora parecían desvanecerse, al menos un poco, frente a la alegría de su familia.

Esa noche, la cena fue sencilla: arroz con algunas verduras que Kaito también había comprado. Pero para ellos, acostumbrados a raciones pequeñas y a veces incompletas, aquello era un banquete. Comieron juntos, hablando entre risas, como si por unas horas hubieran olvidado la pobreza que los oprimía.

Sin embargo, cuando todos se acostaron, la realidad volvió a golpear la mente de Kaito. Se acostó en el suelo, sobre un colchón que apenas tenía relleno. Giró la cabeza y vio a sus padres durmiendo en una cama que ya no resistía mucho más, con una manta delgada que no lograba cortar el frío que se colaba por las rendijas de la casa. Haruka, en otra esquina, también se acurrucaba bajo una frazada vieja, tiritando suavemente.

Kaito se mordió los labios. La imagen lo desgarraba.

(No puede seguir así… No mientras yo tengo esto.)

—Sistema… —susurró, casi sin atreverse.

Una luz azulada apareció frente a sus ojos, invisible para los demás.

[SISTEMA DE LA CARTERA INFINITA – ONLINE]
Misión secundaria disponible:
“Hogar digno”
Descripción: Tu familia vive en condiciones precarias que atentan contra su bienestar. Como anfitrión del Sistema, tienes la obligación de guiarlos hacia una vida mejor.
Recompensa: +1 habilidad especial aleatoria / +1 punto de reputación familiar.
Condiciones: Comprar un lugar seguro, cálido y cómodo para tus padres y tu hermana.

Kaito leyó la misión varias veces, incrédulo. No solo le pedía gastar dinero: le ordenaba invertir en el bienestar de quienes amaba. Una chispa de emoción se encendió en su pecho.

(Esto… esto es lo que siempre soñé. Poder darles algo mejor. Si realmente tengo dinero infinito… entonces no hay límites.)

El joven no pudo dormir. Pasó horas mirando el techo agujereado, planeando en silencio. Al amanecer, cuando la tenue luz entró por las rendijas, ya había tomado una decisión.

—¿Salir? —preguntó Daichi con el ceño fruncido al ver a su hijo prepararse temprano—. ¿Otra vez?

—Sí, padre. Hoy quiero que todos me acompañen.

Los tres lo miraron sorprendidos. Haruka aún sostenía con emoción el nuevo uniforme que había colgado cerca de la ventana.

—¿Adónde iremos? —preguntó Midori, con un dejo de sospecha.

Kaito sonrió.

—De compras.

Al principio hubo protestas. Daichi decía que no podían gastar más, que aquello era un error. Midori, preocupada, temía que algo malo pasara. Pero la determinación de Kaito fue tan firme que, al final, los tres aceptaron.

Salieron juntos, la familia completa, caminando por las calles que tantas veces habían recorrido cabizbajos. Solo que esta vez, Kaito llevaba la frente en alto. La gente los miraba como siempre, algunos con desprecio por sus ropas viejas, otros con indiferencia. Pero Kaito no se inmutaba.

Al llegar al centro comercial, los ojos de Haruka brillaron como estrellas. Jamás había entrado a un lugar tan lleno de luces, escaparates y música alegre.

—Hermano… ¿podemos de verdad…? —murmuró ella, sin atreverse a terminar la frase.

—Sí. Hoy todo cambiará —respondió él, con seguridad.

Uno por uno, comenzaron a elegir. Para sus padres, ropa nueva, zapatos cómodos, abrigos para el invierno. Para Haruka, además del uniforme, vestidos, mochilas, libros y hasta dulces que devoraba con la risa inocente de una niña que al fin tenía un poco de infancia.

Cada vez que pasaban por la caja, Kaito sacaba su tarjeta —manifestada por el sistema como una extensión del “dinero infinito”— y el saldo nunca disminuía. Era como si el universo entero hubiera decidido darle a su familia lo que tanto merecía.

Cuando finalmente salieron cargados con más bolsas de las que podían sostener, Daichi ya no pudo contenerse.

—Hijo… —su voz tembló—. No sé cómo lograste esto… pero gracias. Has hecho más por nosotros en un día que yo en toda mi vida.

Midori, llorando de nuevo, abrazó a Kaito.

—Eres nuestro milagro.

Haruka, saltando alrededor con sus zapatos nuevos, gritaba de alegría.

Kaito los observó a todos. En su interior, el sistema volvió a brillar:

[Misión “Hogar digno”: Progreso 50%]
Acción requerida: Adquirir una vivienda para tu familia.]

El corazón de Kaito se aceleró. Miró a sus padres, luego a su hermana. Había dado el primer paso, pero lo más importante aún estaba por venir.

(Una casa nueva… un verdadero hogar. Eso es lo que tendrán. Lo juro.)

Mientras caminaban de regreso bajo el sol de la tarde, Kaito comprendió que su vida ya no era la de un paria. No importaban las humillaciones ni el pasado; ahora tenía un poder ilimitado, y con él construiría un futuro en el que su familia jamás volvería a sufrir frío, hambre o desprecio.

Y esa convicción, más fuerte que cualquier riqueza, comenzó a forjar al verdadero Kaito Takahashi.

Etiquetas: sistema

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