Las huellas estaban aún claras en la nieve, incluso con la ventisca comenzando a azotar. Se agacho y levantando su iggaak las vio en detalle y vio que eran profundas, la nieve del fondo húmeda. Atanarjuat… el fuerte. Sus huellas eran cómo las de los nanuk, aunque aquella bestia noble no se comparaba con la presa que actualmente Hanta perseguía. Se movió por la espesura de la nieve recién caida lenta pero inexorablemente hasta que salio a una planicie congelada que lo cautivo. La inmensidad, la planicie, era una parte de su alma. El viento frigido le soplaba en el alma, la inflaba de valor y vida; mientras soplase el viento en alguna parte y le acariciara las mejillas, el podría persistir. Habia nacido en ese mundo hostil, y esa madre cruel le había dado de comer, lo había vestido, le había enseñado a ganarse su nombre y a heredar las habilidades y responsabilidades que ser llamado “Hanta” significa. “Seras buen cazador, lo que alcance tu deseo sera tuyo. Pero asi cómo tomas de este mundo, serás responsable de llevar las almas de tus presas al mas allá” Se había vuelto verdaderamente un gran cazador, pero nunca habia olvidado que era un pasajero mas en este mundo helado. El calor de su tribu lo sacaba de estas cavilaciones. Era un calor que lo había abandonado, por lo menos desde la llegada de Atanarjuat. Pensar en él le hacía doler el costado, acaricio su herida aún fresca.
Recordaba el día que lo encontraron tremendamente malherido con su padre cuando estaban cazando. Estaba en la orilla de un rio, bañado en su propia sangre con los ojos abiertos mirando al cielo y probablemente implorando a Kaila que le preste algo más de vida para. Pensándolo bien no se imaginaba a Atanarjuat implorando a nadie, ni siquiera a un dios. Asi de orgulloso es. Lo llevaron hasta la tribu en un trineo improvisado y lo metieron en el qarmaq de su familia dándole calor con un fuego pequeño, ante la mirada atónita de las familias. “¿Quien es?” “No sabemos, estaba junto al rio Koksoak casi muerto”. Le cambiaron las ropas y lo taparon, esperando que con suerte despierte. La tercera noche después de encontrarlo, la madre de Hanta fue a revisarlo por última vez antes de dormir y casi despierta a todos cuando al momento de acercarse a escuchar su respiración, encontro al extraño con los ojos abiertos de par en par mirándola fijamente. La mujer entre asustada y confundida quiso alejarse pero el hombre la tomo de la muñeca, fuerte. No decía nada pero su agarre se volvió cada vez mas fuerte, hasta que la madre finalmente gritó. La hoja en blanco que era la cara del extraño se transformo en una mueca burlona y la soltó. Después de muchos soles esa mujer sigue con un gran dolor en la muñeca y las marcas inconfundibles de las uñas del extraño.
Al dia siguiente de este suceso todos rodearon al Atanarjuat que silenciosamente respondió a todas sus dudas con una oración “No recuerdo nada, solo que me atacó un oso mientras caminaba por el bosque”. No sabia de donde venía, no recordaba sus padres, hermanos, abuelos. Era un extraño para nosotros y para sí mismo. Rápidamente se recuperó y empezó a desarrollar tareas en la tribu, principalmente la cacería y la recolección. Toda actividad que fuese caminar por horas o correr tras presas, hacía correr la sangre de las bestias. Aunque no faltase comida, Atanarjuat no perdía la oportunidad de mostrar su superioridad física y estratégica sobre su entorno. Esta actitud que era rechazada por todos y enfureció a Hanta, el que más respetaba a los animales y que a pesar de su destreza para cazarlos. Los ojos negros de Hanta se clavaban con dolor e ira cada vez que Atanarjuat se ponia en riesgo innecesariamente para justificar clavar su lanza en el lomo de un Caribu. Todos se alejaban cuando despellejaba al animal aun vivo. Borbotaba la sangre, las venas se desgarraban bajo la hoja de Atanarjuat y su mirada latia de placer. Disfrutaba destruyendo esas hermosas creaciones, intimidar a todos con su presencia avasallante. Un dia cómo cualquier otro, tras un tiempo de incomodidad por parte de las familias decidimos que sería momento de que se fuera, para lo que todos los hombres nos armamos con lanzas y lo rodeamos en el momento que salió del qarmaq, le dimos una bolsa con provisiones e incluso su propia lanza. Su mirada era la de una bestia sedienta de sangre, de carne fresca. Nos gritó cómo un animal con el pelo crispado y las venas de la cara y cuello pulsantes. “¡Así me agradecen, imbéciles! si no fuera por mí ¿Cuántos días hubiesen sobrevivido sin carne, sin grasa, sin huesos o colmillos para sus herramientas? Ustedes me necesitan más de lo que yo a ustedes. Fueron una manera de conseguir techo, pero fuera de eso una piedra en el camino, con sus miradas, sus quejas sobre mis métodos…¡Ya pagarán, desgraciados!” Corrió dejando sus cosas atrás y desapareció en el bosque tan rápido cómo apareció.
La noche cayó rápido ese día y el mundo quedó en silencio. Fue la primera noche donde nadie vio estrellas en el cielo, cómo si no quisieran ver lo que iba a ocurrir. No había pájaros silbando, ni ciervos caminando, ni estrellas observando. El padre de Hanta decía que era mal augurio, sobre todo con las palabras del desterrado. “¡Ya pagarán, desgraciados!”. Nadie quería dormir esa noche, así que mantuvieron un fuego grande y se quedaron alrededor, contando historias y llenando el silencio, hasta que finalmente la noche les robó la última anécdota que les quedaba. Se había vuelto un sepulcro. Las horas pasaron y el fuego moria, así que Hanta y su hermano menor fueron a buscar madera a la arboleda cercana, no más de cien pasos. Se movieron en completo silencio y comenzaron a tomar ramas del suelo, cuando un ruido rompió la calma. El pequeño, junto a Hanta se agacharon y miraron en todas las direcciones sin éxito. Cómo nacido de la oscuridad, vieron surgir en silencio al desterrado. Sus ojos brillaban cómo los de un lobo, se movía silencioso cómo un zorro. Su mirada era la de un monstruo. Hanta tomó a su hermano de la mano y lo lanzó hacia el lado de la tribu para salvarlo y grito al resto para dar alarma del ataque. Atanarjuat se lanzó rápidamente sobre Hanta y rápidamente se vieron envueltos en una batalla a muerte. Duró todo muy poco, y cuando se levantó solo podía recordar caer al suelo, resistir un poco y finalmente ser apuñalado en el costado y golpeado con una roca, quedando inconsciente. Al levantarse la aldea se habia vuelto una escena aterradora. Estaba en un charco de mi sangre, que afortunadamente no fue profunda. Todos estaban muertos a excepción de su hermano, el cual se escondió y pudo ver todo lo que paso e incluso a donde se fue caminando triunfante el asesino. En ese mismo momento Hanta dejó a su hermano en el qarmaq y siguió las huellas del hombre que mató a toda su tribu. Era él el que se había robado el calor de la tribu y que le había faltado el respeto al mundo entero. Fue él el ladrón de las estrellas la última noche, el culpable de que los animales los abandonaran la noche anterior. Atanarjuat era culpable y debía pagar con su sangre.
En la planicie observó el camino de huellas con el iggaak y muy lejos pero inconfundiblemente un hombre. Se miraban mutuamente, él en la altura de la duna congelada, aquel otro en el fondo de aquella montaña helada. La herida ardía porque su sangre bullía bajo la piel de Hanta. Bajo lentamente y el hombre lo esperó ahí hasta que llegó al pie de la montaña, una planicie blanca los separaba. Una planicie donde el respeto a la vida y la muerte se batía en duelo con la depravación, el sucumbir al impulso dominador del humano. Hanta caminó hacia el vacilante, cuando sintió las voces de su familia, de toda la tribu, alentarlo y darle sus bendiciones. Acercándose a su rival las voces empezaron a alzarse, a despedirse y dejarlo cumplir con el encargo que tenían para él. Hanta empezó a correr con todas sus fuerzas gritando hasta impactar a Atanarjuat y rodar en la nieve. Otra vez estaban combatiendo, esta vez uno de los dos caerá para no volver a levantarse. Atanarjuat sacó nuevamente el cuchillo, pero Hanta lo detuvo justo antes de impactar en su pecho. “Te hubieses quedado con el llorón de tu hermano, cuando mueras le voy a llevar tu cabeza cómo recuerdo”. Hanta lo pateó en el estómago quitándoselo de encima y desenvainó su cuchillo. Sintió cómo su herida sangraba, la tapo con su mano. “Te voy a despellejar vivo. Vas a querer haberte quedado con los cadáveres de tus padres…Esos viejos tontos ni se resistieron. Fue muy facil” Las cicatrices de Atanarjuat, las que se había hecho antes de ser encontrado en el rio, había enrojecido, su mirada no era humana. La bestia cargó contra hanta blandiendo su cuchillo en todas direcciones. Hanta se movía hacia atrás en dirección al único árbol que había en la planicie, un pino altísimo y raquítico. Quedó de espaldas a este, atrapado. Atanarjuat sonreía, cargo con el cuchillo frontalmente. Hanta hábilmente se movió al costado esquivando por poco la puñalada, el monstruo cayó junto al árbol, gruñendo. Escucho a sus padres “¡Ahora!” Cargo con su cuchillo con el peso de su cuerpo, rápido cómo un rayo, aterrizando sobre Atanarjuat. Este intentó sacarse a Hanta de encima pero su fuerza se desvanecía. Se retorcia cómo un roedor atrapado, mientras gritaba cómo un animal. Su grito retumbaba en la infinitud de aquel ambiente, hacía eco en la eternidad. La resistencia cesó finalmente y los ojos se fueron apagando temerosamente, aceptando que esta vez nadie lo salvaría. Nadie lo sacaría del costado del rio. Atanarjuat posó su vista sobre Hanta, luego al cielo, implorando. La visión se apagó, quedando opaca, los brazos cayeron al costado del cuerpo. Hanta se separó del cuerpo y miró la montaña por la que había bajado, su hermano lo habia seguido y lo observaba. Por un momento penso en cumplir la tradicion ante la muerte, el pasaje al más allá. “No lo hagas. Su castigo será terrible, dejalo asi” Esa voz era desconocida, pero obedeció. Atanarjuat parecía haberse achicado, cómo si se hubiera evaporado parte de su cuerpo. Parecía diminuto. Simplemente tomó el cuchillo del cuerpo y dejó atrás al monstruo. Había aprendido que hay bestias que es mejor no salvar de la muerte.
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