El agua fría

El agua fría

Eral

18/07/2025

Era de noche. Como el tiempo estaba en tiempo de helada en mi pueblo peruano, cuando aún me hallaba en el comedor de la cocina, me alisté una gran taza transparente redonda con agua tibia para enjaguar mis dientes. No iba a sufrir el agua semihelada en mi boca. Tampoco iba a lavar mis manos con el líquido vital demasiado frío y no estaban tan sucias como para enfermarme y con la taza no sería necesario meter mis manos al agua para llevarme agua a la boca y enjuagarme los dientes. Como era el último en salir, apagué las luces, cerré la puerta y con mi gran taza redonda llena de agua tibia en la mano me dirigí al baño. El detalle es que en el momento en que deposité la transparente taza con agua en el estante del baño, uno de mis afanes llegó a mi cabeza: ¿qué negocio empezar en mi pueblo pequeño para tener un poco de dinero?, que hasta ahora no ganaba ninguno. Pensaba en qué acción haría llegar dinero a mis manos cuando comencé a cepillar mis dientes, y durante toda la labor. Luego, cuando hube terminado la escobillada, quedé listo para enjuagarme. Y sin obedecer mi programación dirigida para ese momento abrí el caño y puse una mano en la corriente muy fría para llevarme agua a la boca y enjuagarme. Fue entonces que intuí que en ese momento estaba haciendo algo extraño, y, asimismo, denuncié que no había lavado mis manos y que estaría ingresando algunas bacterias a mis dientes. Pero a pesar de esos sentimientos mentales seguí adelante y decidido a terminar la tarea. Y, además, con el enjuague bucal se irían todas las bacterias y apelé que mis manos no estaban tan sucias. Y con estas victorias terminando todo mi aseo nocturno, llegó el momento de alzar la cabeza y devolver el cepillo al estante, cuando, ¡ah!, vi calmada resplandecer mi gran taza redonda y transparente encima del tapiz bien cargada su agua tibia… Entonces comprendí qué era esa acción extraña que estaba realizando, y por qué no me había lavado las manos para cepillarme. Y luego de una carcajada de impotencia, tomé el agua y lo vertí al inodoro, y, con el cuerpo y la mente desarmados, en silencio cerré la puerta del baño y avancé el camino. Y ya colocando la taza en el lavadero me dije que nunca más me volvería a pasar aquello, o sí. Y me fui a mi habitación a chatear con mis amigos y a dormir.

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