📘 EL PANTEÓN DEL 90: ✝️ La Muerte de Cosio

📘 EL PANTEÓN DEL 90: ✝️ La Muerte de Cosio

Tito

03/06/2025

✝️ La Muerte de Cosio

> “Fue el primero. No el más cercano, pero sí el más impactante.

Porque con él, la muerte dejó de ser algo de los demás… y se volvió nuestra.”

Parte 1: El Último Baile

Era diciembre de 1990. Estábamos terminando el bachillerato, y en el aire se sentía esa mezcla rara entre emoción y tristeza. Ya no más tareas, no más exámenes, no más profes amargados gritándonos en los pasillos. Pero también… ya no más recreos, ni partidos de fútbol en la cancha, ni esas risas tontas que compartíamos sin darnos cuenta de lo rápido que todo iba a cambiar.

El baile de graduación se venía encima, y todos hablaban de eso como si fuera el evento del siglo. Vestidos, trajes alquilados, quién iba con quién… Todo era expectativa. Había algo en el ambiente, como si supiéramos —sin decirlo— que esa noche iba a ser la última en que estaríamos juntos, sin el peso del mundo encima.

Y en medio de todo eso estaba Cosio.

Un pelao medio tonto, decían algunos. Callado, sencillo, de esos que no hacían mucho ruido, pero siempre estaban ahí. Nunca fue de los más brillantes ni el alma de las fiestas, pero tenía algo bueno… algo limpio. Era de esos que no jodían a nadie. Uno de esos panas que no buscas, pero agradeces tener cerca.

Cosio estaba emocionado. Se notaba.

Tenía novia, una vecina suya. Y se le notaba en la cara que estaba feliz por llevarla al baile. Se le iluminaban los ojos cuando hablaba de ella, como si en su mundo callado y tranquilo, eso fuera lo mejor que le había pasado en la vida.

Nunca lo vi tan contento como en esos días.

Parte 2: Solo en la Fiesta

Y llegó el tan esperado baile de graduación.

Yo fui con una pelá preciosa de quinto año. Nadie se lo esperaba. Era como si hubiera sacado un as bajo la manga. Sorprendí a más de uno con ese “filtro” bien guardado, y no voy a mentir: me sentía en la cima. Música buena —pura joya de los 80—, comida decente, la pista llena de risas, abrazos, besos. Era el tipo de noche que uno quiere congelar, solo para no tener que enfrentar lo que viene después.

Pero entre tanta euforia, noté una grieta en el cuadro perfecto.

Cosio estaba en una esquina del bar, sentado solo, con el vaso intacto, la mirada perdida y el alma, quién sabe dónde. No era el mismo pelao ilusionado que hablaba de su novia con esa sonrisita tímida días atrás. Era otro. Más gris. Más jodido.

Me le acerqué, medio ebrio ya, con esa mezcla de lástima y ganas de animarlo.

—¿Qué pasó, awebao? Chupa y olvida. ¿Qué xopa contigo?

Cosio me miró, y lo que me tiró no fue una sonrisa, fue una especie de herida disfrazada de gesto. Irónica. Rota.

—No tengo nada que celebrar, man —me dijo sin rabia, sin lágrimas, con ese tono de alguien que ya no espera nada—. La vida es una mierda. La mujer que amo me dejó… justo hoy. Cumplíamos tres meses. Me dejó aquí, en pleno baile.

Me quedé frío.

¿Qué se le dice a un amigo cuando lo ves caer en cámara lenta, y no hay red abajo? Yo solo tenía 18 años. ¿Qué carajo sabía yo de consolar a alguien en su primera gran pérdida?

—La vida sigue, Cosio —le dije, con la voz bajita, sintiéndome un hipócrita—. Tenemos 18 años.

Y me fui. Volví a la pista. A la música. A los tragos. A mi noche.

Cosio se quedó ahí. Solo. Y nadie más se inmutó.

Parte 3: El Diploma Ausente

Enero 3 de 1991.

La ceremonia de graduación fue en la escuela, igual que siempre. Felicidades por todos lados, flashes de cámaras desechables, abrazos largos que olían a despedida, lágrimas discretas de los que no sabían si volverían a verse. Todos sonreían. Todos celebraban. Era el fin de una etapa, y el comienzo de lo que se supone debía ser el resto de nuestras vidas.

Pero había un espacio vacío.

Una silla sin ocupar.

Un nombre que no fue llamado.

Un diploma que no fue entregado.

Cosio no fue.

Nadie sabía nada. Nadie lo mencionó. Como si su ausencia fuera una casualidad. Pero en el fondo, yo sentí algo raro. Una incomodidad en el pecho. Como un presagio que no sabía nombrar.

Cinco días después… llegó la noticia.

Cosio se había quitado la vida.

Frente a su exnovia.

Tenía solo 18 años.

Narrado por su madre:

Mi hijo llevaba días sin dormir. Ojeroso, callado. Tomando como si el mundo se le estuviera acabando. Le hablaba a las paredes, a la almohada, al aire. Yo lo vi, yo lo sentí… pero no supe qué hacer.

El 8 de enero salió de la casa. Caminó unas cuadras. Como era vecina, no le tomó mucho. Llegó a la casa de ella. Ella lo dejó entrar.

Me dijo que él le habló con una calma que asustaba. Le dijo que si no regresaba con él, se iba a matar ahí mismo. Y ella… ella se le rió en la cara. Le dijo que si quería matarse, que lo hiciera.

Ella se metió al baño.

Y cuando salió… ya era tarde.

Cosio estaba en el piso.

Se había enterrado una daga.

Estilo harakiri, como los samuráis que tanto le gustaban.

Siempre hablaba de eso. De la muerte digna. Del honor.

Llamaron a la ambulancia, pero ya estaba frío.

Muerto.

Al día siguiente… su foto salió en los periódicos.

“Pelao se mata frente a la ex”, decía el titular.

La imagen, llena de sangre. Como si la tragedia fuera un espectáculo.

FIN

Así terminó la historia de Cosio.

No con un aplauso. No con un diploma.

Sino con un silencio espeso.

Un vacío que nunca nadie llenó.

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