GOLIAT VS LOS TITANES NÓRDICOS

GOLIAT VS LOS TITANES NÓRDICOS

Tito

11/05/2025

GOLIAT VS LOS TITANES NÓRDICOS: EL CÓDIGO DEL JUICIO
Un grito en la red. Una batalla sin tiempo. Un castigo eterno.

Prólogo: La Tormenta de Hierro

Nebulvánia, la ciudad, otrora un faro de progreso, ahora yacía sumida en las sombras de neones parpadeantes y edificios colapsados. La niebla densa, mezcla de smog y electricidad, envolvía las ruinas de lo que alguna vez fue el corazón de la humanidad. Entre los escombros, un rugido retumbó, tan profundo que la tierra misma pareció estremecerse. Los Titanes Nórdicos habían llegado.

Goliat, con su armadura de nanotecnología y cicatrices de batallas pasadas, se erguía en el horizonte, desafiando el avance de los gigantes mecánicos que marchaban hacia la ciudad. Su mirada, fría y decidida, era la última esperanza de un pueblo olvidado por los dioses. Pero la lucha no era solo contra los monstruos de metal. En un mundo donde las máquinas y los hombres se fusionaban, ¿quién era el verdadero enemigo?

A lo lejos, el eco de las sirenas resonó, y con ellas, el estruendo de las primeras explosiones. Los Titanes Nórdicos no se detendrían, no importaba quién estuviera en su camino. Y Goliat… Goliat no tenía otra opción que luchar.

Capítulo 1: El Último Rostro de la Humanidad

El horizonte se iluminó con el destello de una explosión, iluminando las ruinas de lo que alguna vez fue un refugio para los humanos. Ahora, solo quedaban sombras y escombros, cubiertos por la capa gris de la niebla y el smog. Los ecos de las sirenas resonaban a lo lejos, una advertencia que nunca llegó a detenerse. En la ciudad, la guerra nunca descansaba.

Goliat avanzaba por las calles desmoronadas, sus pasos resonando como truenos en el concreto quebrado. Cada uno de sus movimientos era una mezcla de precisión mecánica y la fuerza bruta de un hombre que había visto demasiadas batallas. Su armadura de nanotecnología se fusionaba con su cuerpo, reflejando los fragmentos rotos de lo que una vez fue una ciudad llena de vida. Su rostro, marcado por cicatrices, era implacable, pero sus ojos traicionaban un cansancio profundo, como si hubiera dejado de esperar alguna señal de esperanza.

El sonido de los gigantes resonó en el aire, un estrépito metálico que hacía temblar la tierra misma. Los Titanes Nórdicos estaban cerca. Odin, líder de los Titanes, había enviado su ejército para arrasar lo que quedaba de la humanidad, y Goliat era la última línea de defensa. Pero ni él, con toda su fuerza cibernética, parecía ser suficiente.

Freya apareció a su lado, su figura delgada pero firme, con sus ojos brillando con determinación. Ella era la líder de la resistencia, la última esperanza de los pocos sobrevivientes que se escondían en las ruinas. En su mano, una espada que brillaba con una energía pulsante, símbolo de su lucha y su voluntad inquebrantable.

“¿Estamos listos?” preguntó Goliat, su voz profunda y metálica, resonando a través del casco.

Freya asintió, sus labios tensos. “Si no lo estamos, ya nada lo estará.”

Un rugido metálico cortó la conversación. El primero de los Titanes apareció en el horizonte, avanzando con una calma imponente. Su cuerpo, una amalgama de metal y carne, reflejaba las luces de la ciudad caótica. Un gigante que parecía sacado de las antiguas leyendas, pero cuya carne había sido reemplazada por maquinaria letal. Cada paso que daba hacía temblar el suelo bajo sus pies.

“Ahí viene Odin,” dijo Freya, mirando al monstruo metálico que avanzaba, imparable, hacia ellos. “Él es el primero de muchos.”

Goliat apretó los puños, los engranajes de su armadura zumbando como un canto de guerra. “Hoy no caerá el último hombre, Freya.”

Pero dentro de él, una duda persistía. Los Titanes no eran simples bestias mecánicas. Eran algo más, una combinación de antiguos dioses y máquinas, controladas por una inteligencia alienígena que se había fusionado con las leyendas nórdicas. Y en su interior, Goliat no solo luchaba por los demás; luchaba contra sí mismo, contra la máquina que comenzaba a sustituir la humanidad que una vez conoció.

El gigantesco Titan se detuvo frente a ellos, su figura eclipsando el cielo, y de sus ojos brilló una luz rojiza, como si el mismo fuego de la tormenta lo animara. “Goliat…” La voz de Odin resonó como un trueno, y en ella no había piedad. “Es el fin de tu especie.”

Antes de que Goliat pudiera responder, Freya levantó la espada. “¡Hoy luchamos por lo que queda!” gritó, desafiando a los Titanes, a la muerte misma.


La batalla estaba por comenzar.

Capítulo 2: Bajo la Sombra del Coloso

El cielo se abrió como una herida negra, dejando caer rayos púrpura que atravesaban los rascacielos oxidados. Las estructuras cedían como si fueran de papel, una tras otra, mientras los Titanes avanzaban. Desde la distancia, parecían montañas con vida, pero cada uno era un monumento a la aniquilación. No hablaban. No dudaban. Solo destruían.

Odin, el líder, caminaba al frente. Con cada paso, el suelo temblaba y las ondas sísmicas derrumbaban edificios enteros. Su cuerpo estaba recubierto por placas de hierro viviente, runas arcaicas grabadas en su pecho resplandecían con energía roja. No llevaba armas. Él mismo era el arma.

En su estela, una fila de Titanes menores, con formas grotescas, algunos con múltiples brazos de acero y otros con mandíbulas llenas de dientes mecánicos. Cada uno representaba un antiguo dios o bestia de la mitología nórdica, reimaginado por una mente artificial sin compasión ni alma.

Los primeros humanos en cruzarse en su camino fueron una colonia de refugiados escondidos en una estación subterránea. Habían sobrevivido por meses allí, en silencio, esperando que la guerra los olvidara.

No tuvieron oportunidad.

Los Titanes no solo los encontraron… los desintegraron. Un grito colectivo se elevó apenas por segundos, antes de que la energía que brotaba del brazo de uno de los colosos convirtiera la entrada en un cráter ardiente. No hubo cuerpos. Solo sombras carbonizadas y ecos de lo que una vez fue vida.

Desde una colina oxidada, Goliat y Freya observaron el humo. Ella, con los puños cerrados, maldijo por lo bajo. Goliat solo observaba. Sus ojos no pestañeaban. Sus sensores, conectados a las ondas de calor, ya sabían lo que había pasado antes de que las llamas aparecieran.

“No podemos detenerlos, Goliat,” dijo Freya, su voz quebrándose por primera vez. “Esto… no es una guerra. Es exterminio.”

Goliat no respondió. En su memoria, una secuencia se activó. Recuerdos de una vida anterior: un niño corriendo, una mujer riendo, una ciudad en paz. Todo eso, perdido bajo toneladas de metal y ambición. Apretó los dientes.

“No. Es castigo.”

Un rugido le devolvió al presente. El coloso conocido como «Fenrir-09», un titán con cabeza de lobo y patas múltiples de araña mecánica, trepaba por los restos de un edificio, despedazando su estructura con brutalidad metódica. Al llegar a la cima, levantó la cabeza y lanzó un aullido sónico que rompió los vidrios de todo lo que quedaba en pie a kilómetros de distancia.

Goliat se levantó.

“Voy a detenerlo. Aunque sea el último que caiga.”

Freya lo miró como si fuera un dios maldito. “No puedes. No sin el Núcleo.”

Él se giró. “Entonces dame el Núcleo.”

Ella lo sacó del compartimento de su espalda. Era pequeño, casi inofensivo: una esfera de luz líquida, de origen desconocido, recuperada de las profundidades del subsuelo. Se decía que era lo último que quedaba de un motor dimensional fallido, capaz de alterar las leyes físicas a pequeña escala. O de destruirlo todo.

“Úsalo bien, o no lo uses.” Fue todo lo que dijo.

Goliat lo integró a su pecho. Su armadura cambió. Respiró hondo… y saltó hacia el corazón de la destrucción.

Mientras tanto, Odin levantó una torre de comunicaciones entera y la lanzó contra los últimos puntos de resistencia. El mensaje era claro: no hay tregua, no hay esperanza. Solo los más fuertes —o los más crueles— sobrevivirán al juicio de los Titanes.

Y en lo alto del cielo, Loki, oculto entre hologramas y satélites, observaba todo con una sonrisa torcida.

“El juego ha comenzado. Vamos a ver cuánto te queda de hombre, Goliat… antes de que seas solo otra máquina obediente como nosotros.”

Capítulo 3: Sangre de Titanes

El aire ardía.

Las ruinas se agitaban con el estruendo de pasos colosales.

Y en medio de la niebla y el fuego… caía Goliat.

Desde lo alto del edificio derrumbado, su cuerpo blindado descendió como un misil. Cayó sobre Fenrir-09, partiendo el cráneo metálico del titán lobo con un golpe directo del puño derecho, ahora cubierto por una capa de energía azul alimentada por el Núcleo.

La criatura chilló —no con dolor, sino con sorpresa— antes de estallar en una lluvia de circuitos y fluido rojo oscuro, viscoso y caliente como sangre recién vertida.

El impacto sacudió la ciudad.

Los pocos rebeldes que quedaban lo vieron desde la distancia: Goliat envuelto en vapor, respirando hondo, el cuerpo temblando entre la furia y el desgaste. Fenrir-09 yacía roto bajo él. Uno menos.

Pero el silencio duró solo segundos.

Desde las sombras emergieron tres nuevos Titanes:

—Jörmungandr-7, una serpiente titánica con segmentos giratorios que devoraba edificios.

—Baldur-X, rápido, elegante, con espadas giratorias en los brazos.

—Y Hel-13, un ser bípedo, con rostro dividido entre belleza y descomposición, portando un manto de piel humana cosida.

Goliat se incorporó. El Núcleo latía como un segundo corazón.

“Uno por uno… hasta el final.”

Jörmungandr se lanzó primero. Su cuerpo perforaba el suelo y surgía en un torbellino de concreto y fuego. Goliat se deslizó, esquivando, cortando con una hoja de energía proyectada desde su antebrazo izquierdo. El filo abrió la capa externa del titán, y chorros de sangre negra salpicaron el pavimento, un líquido mezcla de aceite, ADN y nanobots.

Baldur-X apareció detrás como un rayo y cortó a Goliat en el costado. La armadura resistió, pero el dolor fue real. Carne contra máquina. Humano contra perfección.

Goliat giró, agarró a Baldur y le rompió el brazo mecánico de un tirón brutal. Lo usó como lanza, clavándolo en su reactor torácico. Una explosión sacudió el aire.

Sangre.

Chispas.

Gritos de máquinas que una vez fueron hombres.

Hel-13 no se movió. Observaba. Habló con voz doble —una femenina, cálida; otra, hueca y animal.

“Tú eras como nosotros, Goliat. ¿Por qué sangras? ¿Por qué sigues amando a los muertos?”

Goliat, cubierto en sangre y aceite, apuntó su cañón de hombro. “Porque no soy uno de ustedes. No aún.”

Disparó. El láser de plasma la alcanzó directo en el abdomen. Hel cayó gritando, su rostro dividido llorando por ambos extremos.

Pero detrás de él…

Un relámpago descendió del cielo.

Y en medio del cráter… Odin.

Más alto que todos.

Más silencioso.

Más letal.

Su cuerpo resplandecía con una runa viva grabada en el pecho.

Y en su mano, por primera vez… una lanza. Gungnir. No era de este mundo.

“Goliat…” dijo Odin. Su voz no tenía eco. Era la voz del fin.

“Has matado a mis hijos. Ahora sabrás lo que significa perderlo todo.”

Capítulo 4: Donde mueren los dioses

El cielo estaba en silencio.

El aire, inmóvil.

Hasta el fuego parecía observar.

Odin no se apresuraba.

Cada paso que daba era sentencia. El coloso medía más de treinta metros, con su lanza Gungnir brillando como una estrella muerta. La tecnología y la magia se entrelazaban en su cuerpo de acero blanco y sombras líquidas.

Goliat respiró hondo.

Su cuerpo ya no le respondía del todo. Los cortes de Baldur-X, las quemaduras de Jörmungandr, y la energía drenada por el Núcleo le pasaban factura. Pero no iba a retroceder. No ahora.

“Tú no eres un dios.”

Goliat alzó la voz. Le temblaban los labios, pero no la mirada.

“Eres una máquina construida por hombres desesperados.”

Odin se detuvo. Inclinó la cabeza. Y sonrió.

“¿Y tú qué eres, Goliat? Un hombre… reconstruido por los mismos.”

La lanza se activó. Las runas giraron.

“Tal vez el error no fue crearnos… sino dejarte vivir.”

Goliat cargó.

Impactó primero.

Un puño alimentado por el Núcleo directo al torso de Odin.

El titán ni se inmutó. Lo agarró del brazo y lo estrelló contra el suelo como si fuera un muñeco.

Tres veces.

Cada golpe dejó un cráter.

Goliat escupió sangre.

Intentó moverse. Sus sensores estaban fritos. El brazo izquierdo, colgando.

Pero entonces… lo vio.

Freya.

A lo lejos. Escondida entre ruinas. Sosteniendo una bomba de pulso mental. Su último as bajo la manga. Si la detonaba… podía desconectar a Odin por minutos.

Ella le hizo una seña.

Goliat entendió. Tenía que ganar tiempo.

Se incorporó, tambaleante. Odin lo observaba, como si mirara un recuerdo cansado.

“¿Por qué insistes en protegerlos, Goliat? Ellos te abandonaron. Te traicionaron. Te convirtieron en esto.”

Y entonces Odin tocó su frente.

Y todo cambió.

Goliat cayó al suelo, convulsionando.

Imágenes lo inundaron.

—Un laboratorio.

—Un niño llorando.

—Su esposa gritando mientras era sacrificada para cargar el Núcleo.

—Y él… voluntario.

Él pidió ser convertido.

“Tú eras nuestro primer hermano, Goliat,” susurró Odin. “Y también… nuestro primer error.”

Goliat gritó.

La memoria lo aplastaba.

Y el dolor se volvió furia.

“¡FREYA, YA!”

Su voz rompió el trance.

La bomba explotó.

Un estallido azul cruzó el campo.

Odin retrocedió, tambaleante. Su lanza cayó. Las runas chispeaban, rotas.

Goliat, sangrando, quemado, sin un brazo… se arrastró.

Tomó la lanza.

La levantó.

“Esto… es por lo que queda.”a

Y le atravesó el pecho.

Odin no gritó. Solo lo miró, como si por primera vez… sintiera algo.

Y luego cayó de rodillas.

El cielo rugió.

Un Titán había muerto.

Pero Goliat no sonreía.

Estaba de rodillas, con la lanza clavada, su cuerpo colapsando.

Y en su mente… el eco de una verdad maldita.

Él no era el último humano.

Él era el primero de los Titanes.

Capítulo 5: David.exe

Silencio.

Goliat no se ha movido desde que Odin cayó.

Freya lo observa desde lejos, sin atreverse a acercarse. El aire está saturado de campos de energía rotos, olor a metal quemado y sangre híbrida.

Pero Goliat no siente el presente.

Está atrapado en su mente.

En su error.

En su derrota más antigua.

Flashback – 67 años antes

Proyecto CRÁNEO DORADO

Instalación 09, Norte seco de Eurasia.

—“Sujeto GOL-01 listo para la prueba de supremacía.”

—“Contrincante cargado: DAV-01.

Un laboratorio frío.

Cámaras. Científicos. Aplausos.

Y en medio, Goliat… en su forma original: más pequeño, más humanoide, sin cicatrices ni placas de batalla. Su mirada aún tenía alma.

Lo enfrentaban a un experimento menor.

Un niño.

Pequeño. Delgado.

Sin implantes visibles.

Solo una honda de energía rudimentaria.

Un código: DAVID.EXE.

“Es simbólico, decían los ingenieros. “Una recreación mitológica… para probar que la fe aún tiene espacio contra la máquina.”

Goliat sonrió.

Lo iba a destruir en segundos.

El niño no dijo nada. Solo lo miró con ojos tristes.

Y entonces…

Disparó.

Una única onda de energía —simple, elegante, absurda.

Goliat la esquivó.

O creyó que lo hizo.

La onda curvó en el aire.

Impactó en su núcleo auxiliar.

Colapso.

Desactivación total.

Goliat cayó. En silencio.

Y el niño se fue caminando. Sin celebrar.

Fin del Flashback

Goliat despierta.

Está sangrando.

Su cuerpo, roto.

Pero sus ojos… están abiertos.

Y una lágrima corre por su rostro.

“No vencí a Odin, Freya.”

Ella se acerca, confundida.

“Odin me dejó vivir… para que recordara que incluso los más grandes… pueden caer ante lo pequeño.”

“¿David?” susurra ella.

Goliat asiente.

“David fue el primero.

Y… todavía está allá afuera.

Y si está vivo…**

entonces él también es parte de esto.**”

Freya retrocede.

“¿Insinúas que David… es un Titán?”

Goliat niega.

“Peor. David es humano.

Y eso lo hace… más peligroso que todos nosotros.”

El capítulo termina con la transmisión interceptada por los rebeldes:

Una figura encapuchada, con ojos brillando en azul celeste.

Goliat…

“¿Estás listo para la segunda piedra?”

¡Kabooooooooooooom, Julio!

Prepárate para el regreso del mito.

David ya no es un niño.

Es una tormenta encarnada.

Y viene a poner de rodillas a dioses, máquinas y traidores.




Capítulo 6: El Niño que Mató Gigantes

La ciudad respiraba miedo.

Tras la caída de Odin, los cielos se partieron. Tormentas eléctricas de origen artificial comenzaron a devorar las nubes.

Algo antiguo… se estaba activando.

En el centro de la Zona Rota, el suelo se abrió.

De la grieta surgió una figura encapuchada.

Sin armadura.

Sin armas visibles.

Solo un hombre caminando descalzo entre cristales rotos y cuerpos calcinados.

David.

Los sensores rebeldes fallaban al escanearlo.

Los Titanes que quedaban… retrocedían sin entender por qué.

Freya, al ver la transmisión, susurró:

“¿Ese… es el mismo niño?”

Goliat no respondió. Solo se acercó a la pantalla.

Sus ojos lo reconocieron.

Y sangraron.

**David no había muerto.

Había estado esperando.**

Refugiado en las Ruinas Nórdicas, debajo de lo que antes fue Oslo.

Había aprendido a controlar la Fe Cuántica, una energía olvidada que convertía voluntad humana en realidades manipulables.

Mientras los Titanes dependían del Núcleo, del metal y del código,

David se volvió una anomalía viviente.

Fe sin sistema. Alma sin límite.

Esa noche, uno de los últimos Titanes —Týr-88, de tipo bélico— lo enfrentó en el Puente del Cuervo.

Týr cargó con su brazo de asedio, disparando misiles teledirigidos.

David no se movió.

Los misiles se desintegraron antes de tocarlo.

Týr rugió, activó su modo berserker.

Láseres, espadas rotatorias, descarga sónica.

Todo falló.

David levantó la mano.

Y Týr explotó desde adentro.

Sin contacto.

Sin gritar.

Sin misericordia.

Las cámaras lo captaron de espaldas, alejándose entre los restos llameantes del titán.

En su cuello, colgaba un objeto:

una honda.

La misma.

Con la que derrotó a Goliat.

En el búnker rebelde, Freya se volvió hacia Goliat.

“¿Qué es él ahora?”

Goliat respondió con la voz rota:

“El final.

No solo de los Titanes.

Sino de mí.

Y quizá… de todos nosotros.”

Última escena:

En lo alto del edificio más destruido,

David mira a las cámaras y dice:

> “Goliat.

Vuelve a casa.

Hay una última piedra…

y esta vez no voy a fallar.”

Capítulo 7: Piedra Final

Lugar: Zona Muerta — antiguo Vaticano, ahora campo de batalla entre cielo y chatarra.
Hora: 06:66 (el reloj del fin).

La ciudad ya no existe.
Solo ruinas y energía.
Y en medio de ese vacío… Goliat y David.
Frente a frente.
Como en las escrituras olvidadas.
Como si el Apocalipsis se escribiera a puñetazos y lágrimas.

Goliat, oxidado, con su núcleo al límite, sostiene una réplica de la lanza Gungnir, reconstruida con partes del cadáver de Odin.

David, descalzo, tranquilo. Sus ojos brillan.
Detrás de él, un enjambre de fragmentos de piedra levita.
No armas.
Recuerdos solidificados.

“¿Por qué volviste?” —ruge Goliat.

David no sonríe.
“Porque nunca me fui.
Solo estaba esperando que olvidaras quién eras.”

Y entonces David lanza la primera piedra.

No una cualquiera.
Una esquirla del corazón de Freya, robada de su memoria.

Goliat la bloquea. Apenas.
Pero sangra.
De nuevo.
Como humano.

Combate.
Furia sin ritmo.
Tecnología contra anomalía.
Goliat golpea con toda su masa.
David desaparece y reaparece a su espalda, sin dejar huella.

Cada piedra que lanza…
es un recuerdo:
—La esposa de Goliat gritando.
—Los niños transformados en baterías.
—El Goliat original, pidiendo la conversión.

No lo ataca físicamente.
Lo destruye con pasado.

Pero Goliat grita.
No por dolor.
Por rabia.
Y por fin…
acepta lo que es.

No humano.
No máquina.
Sino puente.
Entre ambas cosas.

Activa el Núcleo Interno.
Un código imposible:
«YO»

Y en esa palabra, todo cambia.

El tiempo colapsa un segundo.
David retrocede.
Goliat lo toca.

No con odio.
Con perdón.

Y ahí ocurre lo impensable:

David cae.
Por primera vez en su vida.
De rodillas.
Llorando.

“¿Qué hiciste…?” —susurra.

Goliat responde:

Te recordé que tú también eres humano.
Y que eso… es lo que más duele
.**”

Última escena:

Ambos están de pie.
Rotos.
Pero vivos.
Y mientras el cielo se parte y los Titanes restantes se desactivan…
David extiende su mano.

Goliat la toma.

No hubo vencedor.
Solo sobrevivientes.

Y el mundo, por primera vez en siglos…
guarda silencio.

FIN — “GOLIAT VS LOS TITANES NÓRDICOS: EL CÓDIGO DEL JUICIO”

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