Nubes de sangre Y Orgullo.

Nubes de sangre Y Orgullo.

Mitutoyo

17/04/2025

Introducción.

En un mundo distinto al nuestro, donde la paz había reinado como un eterno amanecer, no existían guerras, violencia ni discriminación. Era un paraíso inmaculado, intocado por las sombras de la humanidad. Pero ¿quién podría haber imaginado que, por voluntad divina, todo aquello cambiaría de forma tan abrupta?

Un día como cualquier otro, el mundo entero se estremeció. Un hombre, sin previo aviso, alzó su voz y desató una guerra que nadie vio venir. A su lado cabalgaban los Cuatro Jinetes, espectros de destrucción que sembraban terror y muerte a su paso. Masacraban sin remordimiento, torturaban sin piedad. No había distinción: hombres, mujeres, jóvenes, ancianos. Todos eran presa de su furia insaciable.

La masacre dejó huérfanos a incontables niños y despojó a miles de sus familias. Madres lloraban la pérdida de sus hijos, mientras los campos se teñían de rojo con la sangre de los inocentes. El aire estaba impregnado de un hedor metálico y ácido, una mezcla de muerte y desesperanza que nadie podía ignorar.

El único camino hacia la supervivencia era someterse al régimen del hombre que había invocado esta era oscura. Aquellos que resistían eran arrastrados, destrozados y expuestos como advertencia. El miedo se convirtió en la nueva moneda, y la obediencia en el único refugio.

Once años de esta opresión sofocante transcurrieron, once años en los que la humanidad pareció olvidarse de su propio corazón. Pero en las sombras, donde ni siquiera los Jinetes podían mirar, comenzaba a germinar una semilla de rebelión. Eran pocos al principio, apenas un murmullo entre el estruendo del caos. Sin embargo, aquel murmullo creció hasta convertirse en un clamor que prometía romper las cadenas de aquel régimen infernal.

No buscaban solo la paz perdida, sino también la justicia que les había sido arrebatada. No luchaban solo por los vivos, sino también por los muertos, cuyas almas clamaban desde el más allá. En su desesperación, la rebelión adoptó los métodos más crudos y despiadados, reflejo de la brutalidad que había caído sobre ellos. Para devolverle la luz a su mundo, estaban dispuestos a hundirse en la misma oscuridad.

Así, la lucha por la paz se transformó en una guerra de venganza y redención, donde los límites entre el bien y el mal se difuminaban con cada día que pasaba

Capitulo Uno: El Grito De Rebelión De Una Alma.

En la frialdad de este mundo, donde la esperanza parecía haber sido devorada por las sombras, una chispa emergió. Fue una sola alma, con un grito ahogado de dolor y furia, quien encendió la llama de la rebelión. Aquella chispa iluminó el camino para quienes habían perdido toda fe, mostrando que aún era posible desafiar al régimen opresor que los había condenado.

El levantamiento en armas no parecía imposible para esa alma y sus seis compañeros. Siete jóvenes, marcados por el sufrimiento y unidos por el deseo de recuperar lo que una vez fue suyo, decidieron enfrentarse al caos con sus propias reglas. Cada uno de ellos poseía habilidades únicas, forjadas en el crisol de la desesperación:

  • Joe: La mano derecha del líder, una sombra letal y precisa. Era conocido por su maestría con cualquier tipo de arma, desde las más rudimentarias hasta las más avanzadas. Su mirada fría era un reflejo de las vidas que había tomado, siempre al servicio de una causa mayor.
  • Omar: El analista y genio del grupo. Su mente era un arma tan peligrosa como cualquier espada o bala. Capaz de descifrar patrones y prever movimientos, Omar era el cerebro detrás de cada estrategia, siempre un paso adelante del enemigo.
  • Sara: Una fuerza indomable, maestra en todas las artes marciales. Su disciplina era tan feroz como su determinación. Sara representaba la lucha cuerpo a cuerpo, la habilidad de enfrentar el peligro sin más que sus manos y su voluntad.
  • Hina: Dueña de una precisión mortal con la katana y unos sentidos agudos que la convertían en una cazadora nata. En el silencio de la noche, Hina era un fantasma que se movía con la gracia de la muerte misma.
  • Kenso: Un veterano endurecido por los horrores del inicio de la guerra. Había visto el mundo arder y sobrevivido al caos, perfeccionando el arte del sigilo y el asesinato silencioso. Kenso era un recordatorio viviente de los errores del pasado y una advertencia para el futuro.
  • Martina: La mente tecnológica del equipo, capaz de convertir cualquier dispositivo en un arma de guerra. Desde hackeos que desmoronaban sistemas de defensa hasta drones que sembraban el terror en las filas enemigas, Martina era el corazón digital de la rebelión.
  • Arturo: El líder, la chispa que encendió la llama. Arturo no era simplemente un guerrero; era un símbolo de resistencia. Su voz, cargada de determinación y dolor, resonaba como un eco en los corazones de quienes aún se aferraban a la vida. Arturo no solo lideraba la revolución; era su esencia misma.

Estos siete jóvenes, marcados por cicatrices tanto físicas como emocionales, se enfrentaban a un enemigo que parecía invencible. No luchaban solo por la paz perdida, sino por la justicia que tantos clamaban en silencio. Su grito de rebelión no era solo un acto de valentía; era una declaración de guerra contra el olvido, una promesa de que no descansarían hasta que el régimen fuera destruido.

En una de las cuatro bases que la rebelión aún controlaba, los siete estaban reunidos. La atmósfera en la sala era tensa, cargada de expectativa y determinación.

—Empecemos esta reunión —dijo Arturo, con una voz firme que imponía respeto.

El líder continuó mientras desplegaba un mapa holográfico en la mesa central.

—Tenemos informes de que gran parte del territorio del país de Rusia ha sido tomado. Está bajo el dominio de uno de los jinetes, Sepuku. Si no recuperamos ese territorio pronto, estaremos en una clara desventaja estratégica. La extensión del terreno y sus recursos son vitales para mantener nuestro movimiento.

—Entonces, nuestro primer objetivo será retomar el territorio ruso —añadió Joe, su tono cargado de determinación.

—Exacto. Omar, comienza a diseñar un plan de infiltración. Martina, asegúrate de hackear cualquier sistema de comunicación o defensa que nos pueda dar ventaja. Kenso, necesitamos un reconocimiento silencioso del área ocupada. Sara y Hina, preparen a las unidades de combate.

—Entendido —respondieron todos al unísono, sin vacilaciones.

Así comenzaron los preparativos para la primera gran ofensiva de la rebelión. Cada paso dado en esa dirección no solo era un movimiento estratégico, sino una declaración: el régimen no sería eterno.

Mientras las sombras seguían dominando el mundo, la chispa de estos siete jóvenes amenazaba con convertirse en un incendio que lo consumiría todo.

Capitulo Dos:

Nieve Ensangrentada

La llegada a la helada Rusia marcó el inicio de una batalla que teñiría la nieve de rojo. Mientras los rebeldes avanzaban en silencio, la jinete Sepuku recibía un mensaje del proclamado “Dios de la Muerte”.

—Sepuku, se avecina un peligro para nuestro régimen. Encárgate de ellos y no me decepciones —resonó su voz, fría y autoritaria.

—Lo sé, jefe. No lo decepcionaré —respondió Sepuku con calma, aunque en su mente no podía evitar subestimar a los rebeldes. «Oh, vamos, ni que fueran la gran cosa esos idiotas», pensó con desdén, acariciando el mango de su katana.

En el interior del transporte rebelde, Arturo daba las últimas instrucciones a su equipo.

—Dime, Omar, ¿qué sabemos de la jinete Sepuku? —preguntó, su voz cargada de seriedad.

—Sabemos que tiene orígenes japoneses. Su habilidad con la katana es legendaria. Fue la responsable de poner a toda Francia de rodillas con su espada. Se dice que su katana tiene la capacidad de congelar el alma de sus adversarios con el más mínimo corte —explicó Omar, hasta que Hina, con evidente molestia, lo interrumpió.

—Con que ella también usa una katana, ¿eh? —murmuró mientras apretaba con fuerza su propia espada.

—Entonces yo seré quien la mate —afirmó con determinación, desenvainando su arma y admirando el brillo letal de su hoja.

—No te precipites, Hina. Antes de enfrentarla, debemos derrotar a su ejército —respondió Arturo, manteniendo su tono sereno, aunque sus ojos reflejaban una tensión que no podía ocultar.

—Llegaremos en seis minutos —anunció Martina, ajustando los sistemas del vehículo.

Antes de entrar en combate, Arturo decidió dirigirse a sus soldados. Salió del transporte y se posicionó frente a ellos, su figura imponente resaltando en medio del paisaje nevado.

—Hoy marcamos el fin de un régimen autoritario. En este mismo momento, la rebelión no solo desconoce este régimen, sino que le declara la guerra. Debemos aplastar a este parásito, acabar con esta plaga que ha infectado nuestro mundo. Lo que hoy digamos no será pronto olvidado; lo que hagamos, perdurará durante miles de años.

El eco de su discurso llenó el aire helado, arrancando un grito de guerra de las gargantas de los soldados. Pero el clamor fue interrumpido abruptamente por una explosión. El enemigo ya había lanzado el primer ataque.

Los rebeldes respondieron de inmediato. Las balas surcaban el aire, las explosiones resonaban en la distancia y los gritos de dolor y furia se mezclaban en una sinfonía de caos. La nieve blanca se transformó en un lienzo teñido de sangre.

Martina coordinaba los drones explosivos desde la retaguardia, desintegrando filas enemigas con precisión quirúrgica. Joe avanzaba como un espectro, su puntería letal abriendo camino. Hina se movía con la gracia de un depredador, su katana destellando mientras cortaba a sus adversarios. Poco a poco, la rebelión comenzaba a tomar ventaja.

Entonces, el campo de batalla se detuvo, congelado por un sonido que cortaba el alma: el agudo filo de una katana desenvainándose. Una figura caminaba entre los cadáveres con una calma que resultaba perturbadora. Era ella: Sepuku.

Su paso era lento pero decidido, indiferente al caos que la rodeaba. Cuando llegó al corazón de las filas rebeldes, desenvainó su espada con una elegancia mortal. En un abrir y cerrar de ojos, diez soldados cayeron sin vida. Algunos sin cabeza, otros desollados. La sangre manchó la nieve a su alrededor, formando un charco carmesí que reflejaba el brillo de su katana.

Hina, que observaba desde la distancia, apretó los dientes mientras la furia y el miedo luchaban por dominarla. Arturo, inmóvil, evaluaba la situación. La rebelión había encontrado a su peor pesadilla, y la verdadera batalla apenas comenzaba.

Sepuku seguía caminando con indiferencia, avanzando con pasos lentos pero letales, como un ángel de la muerte. Cada movimiento de su katana era certero, separando cabezas de cuerpos con una facilidad que helaba el alma de quienes osaban enfrentarse a ella. La hoja de su arma, empapada en sangre, brillaba con un rojo carmesí bajo la luz pálida del invierno.

De repente, Sepuku se detuvo. Sintió algo. Una presencia asesina que rompía la monotonía de sus masacres. Sin girarse, dejó escapar una ligera sonrisa. Y entonces, llegó. Un golpe feroz, directo a su espalda.

Sepuku giró sobre sus talones, bloqueando el ataque con un movimiento rápido y preciso. Las espadas se encontraron, y el sonido metálico resonó como un trueno en el campo de batalla. Frente a ella estaba Hina, con su katana firmemente en mano, la furia ardiendo en sus ojos.

—Vaya, vaya… —murmuró Sepuku, con una sonrisa burlona en los labios—. Parece que finalmente encontré a alguien interesante. Disfrutaré matarte.

—¡Cállate! —rugió Hina, con ira ardiente en su voz—. ¡Aquí la que morirá serás tú!

Con un empujón rápido y calculado, Sepuku separó a Hina, tomando distancia. Observó a su adversaria con una mezcla de curiosidad y desdén, como si la viera como un simple juego. Pero Hina no era alguien que se dejara intimidar.

En un movimiento tan rápido que desafiaba el ojo humano, Hina lanzó un ataque inesperado. Su katana destelló como un relámpago, y Sepuku apenas tuvo tiempo de reaccionar. La hoja cortó su mejilla, dejando un rastro de sangre que goteaba lentamente hasta su barbilla.

Por un momento, el rostro burlón de Sepuku se transformó. La sonrisa desapareció, reemplazada por una mirada que destilaba pura sed de sangre. Pasó un dedo por la herida, observando la sangre con fascinación antes de hablar en un tono bajo y helado.

—Interesante… muy interesante.

Sin previo aviso, Sepuku inició un ataque feroz. Su katana se movía con una precisión elegante, sus golpes cargados de una fuerza implacable que desafiaba a la lógica. Cada movimiento era una danza mortal, un espectáculo de violencia que combinaba la gracia de un artista con la brutalidad de un asesino.

Hina, sin ceder terreno, respondía con movimientos igual de rápidos y precisos. Sus ataques buscaban los puntos débiles de Sepuku, mientras su corazón palpitaba al ritmo del combate. Las katanas chocaban una y otra vez, creando un eco que se extendía por todo el campo de batalla.

A su alrededor, el caos continuaba. Los disparos de los soldados y las explosiones de los drones atravesaban el aire, pero ninguna de las dos parecía notarlo. Para ellas, el mundo había desaparecido. Solo existía el duelo, la prueba definitiva de habilidad y voluntad.

Los soldados rebeldes y las fuerzas enemigas, conscientes del enfrentamiento, comenzaron a apartarse, temerosos de interrumpir aquella lucha. La batalla entre Hina y Sepuku no era solo un enfrentamiento físico; era un choque de ideales, una disputa entre la rebelión y la opresión que definiría el destino de muchos.

El tiempo parecía detenerse.

Durante doce minutos, el choque de las espadas llenó el aire con su resonancia, mientras ambas guerreras acumulaban heridas. Pequeños cortes adornaban sus cuerpos, marcas de la precisión y ferocidad del duelo.

Entonces, Sepuku bajó su katana y cerró los ojos. Hina lo interpretó como una oportunidad única, su chance de terminar la batalla. Con las últimas fuerzas que le quedaban, se lanzó hacia Sepuku, gritando con una mezcla de rabia y esperanza.

Fue entonces cuando el verdadero horror se desató. Con un movimiento rápido y preciso, Sepuku desenvainó nuevamente su katana y la atravesó directamente en el abdomen de Hina.

Hina sintió un frío helado invadir su cuerpo, su katana cayendo de sus manos mientras el dolor la consumía. Sus ojos se dilataron, y un hilo de sangre brotó de sus labios. Sepuku, con una expresión impasible, retiró su espada, dejando que Hina cayera sobre la nieve.

El cuerpo de Hina se desplomó con un golpe sordo, mientras su sangre comenzaba a teñir el paisaje blanco de un rojo intenso. La jinete observó su obra con calma, limpiando la sangre de su katana mientras pronunciaba, con desdén:

—Qué decepción.

En ese instante, un golpe feroz impactó contra Sepuku, lanzándola varios metros hacia atrás. Era Sara. Su rostro estaba empapado en lágrimas mientras veía a su amiga tendida en la nieve, luchando por mantenerse consciente.

—¡Equipo médico! —gritó desesperadamente Sara—. ¡Por favor, vengan rápido! ¡Apresúrense!

El equipo médico llegó corriendo, rodeando a Hina. Con precisión y rapidez, lograron detener la hemorragia y estabilizarla lo suficiente para trasladarla al quirófano. Sara, con los puños apretados, se quedó observando cómo llevaban a Hina, su corazón pesado con la incertidumbre de su destino.

Mientras tanto, la batalla continuaba. La rebelión, impulsada por la furia y el sacrificio, consiguió ganar la primera confrontación y recuperar la mitad del territorio ruso. Pero la victoria tenía un precio amargo: la vida de Hina pendía de un hilo, y las cicatrices emocionales de este enfrentamiento marcarían para siempre a la rebelión.

Después de ganar la primera batalla todos fueron a ver el estado de Hina, el silencio que siguió al traslado de Hina era ensordecedor. Cada miembro del equipo estaba atrapado en sus pensamientos, con las emociones tensas y las manos manchadas de la batalla recién librada. El aire estaba impregnado del olor a pólvora y sangre, mientras la nieve seguía cayendo, como si el mundo ignorara el caos que acababa de ocurrir.

Arturo permanecía de pie, observando la dirección en la que se habían llevado a Hina. Su expresión, normalmente controlada, mostraba una grieta de vulnerabilidad. Cerró los ojos un momento, apretando los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Finalmente, tomó aire y habló, su voz ronca pero firme:
—No podemos darnos el lujo de perder más. Hina arriesgó todo, y nosotros debemos asegurarnos de que su sacrificio no sea en vano.

Joe, por su parte, se acercó a Sara, quien seguía con lágrimas en los ojos, aun temblando por la desesperación del momento. Colocó una mano en su hombro, un gesto inusualmente compasivo para él.
—Sara… sé que duele. Pero ahora mismo, tenemos que mantenernos en pie. Si Hina está luchando por su vida, lo mínimo que podemos hacer es asegurarnos de que esto valga la pena.

Sara no respondió de inmediato. Su mirada seguía fija en la nieve teñida de rojo, donde aún podían verse las marcas del cuerpo caído de Hina. Finalmente, asintió lentamente, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
—Lo sé, Joe… pero verla así… fue como perder una parte de mí misma.

Omar, quien normalmente era el más racional, estaba notablemente afectado. Se sentó en una roca cercana, su rostro oculto entre sus manos. No era alguien que mostrara sus emociones abiertamente, pero el temblor en sus hombros lo delataba.
—Esto… esto no debería haber pasado. Deberíamos haber previsto algo así. —Levantó la mirada, buscando a Arturo—. ¿Qué hacemos si la perdemos?

Arturo lo miró con dureza, pero no por falta de empatía, sino porque sabía que debía mantenerse como la roca del grupo.
—No vamos a perderla. Hina es fuerte. Ha superado cosas peores.

Kenso, quien había estado silencioso durante toda la escena, finalmente habló. Su tono era bajo, casi un susurro, pero cargado de gravedad.
—He visto a demasiados buenos soldados caer en esta guerra. No dejaré que Hina sea una más. Si hay algo que podamos hacer para asegurar su supervivencia, lo haremos.

Martina, quien había estado revisando los drones y los equipos médicos, levantó la mirada con determinación.
—Hina nos necesita ahora más que nunca. Voy a trabajar con el equipo médico. Si sus heridas son graves, encontraré la forma de ayudarla. —Se giró hacia Arturo—. Pero si queremos que esto signifique algo, necesitamos un plan sólido. No podemos permitirnos más bajas así.

Arturo asintió, observando a cada uno de ellos. Sabía que todos estaban al límite, tanto física como emocionalmente.
—Hemos recuperado parte del territorio ruso, pero esto es solo el comienzo. Sepuku sigue viva, y eso significa que la amenaza está lejos de desaparecer. Hina luchó con todo lo que tenía para darnos esta ventaja. No dejemos que sea en vano.

El equipo permaneció en silencio un momento, sus miradas cruzándose con una mezcla de dolor y determinación. Finalmente, fue Sara quien rompió el silencio.
—Por Hina. No importa lo que pase, vamos a terminar lo que empezamos.

Con ese juramento tácito, cada uno volvió a sus tareas. Aunque la herida emocional tardaría en sanar, la rebelión encontró en este momento de pérdida una razón más para seguir adelante. La guerra apenas había comenzado, y el precio de la libertad seguía aumentando.

CONTINUARA….

Etiquetas: guerra violencia

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