Podría haber huido, haber resuelto un viaje intempestivo a coordenadas inexistentes. Podría no parpadear – el ojo, sin el vaivén de la pestaña, adquiere la dureza de una piedra y de las piedras, ya se sabe, la mordedura y la succión no devuelven, ni en mil años, savia, sangre, piel – O, por la costumbre de no mirar de frente – quizás, si cerráramos los ojos, no nos vieran – no mirar. O entumecerte el pensamiento con discursos. Podría haber gritado no me mates. Pero, ¿sabés?, estoy cansada, voy a ofrecerte el flanco izquierdo. Me desabrocho la camisa, inclino treinta grados la cabeza, percibo el vaho turbio, adivino tu incisivo y me abandono al dolor mientras sueño que soy libre.

(La rata, última carta a la anaconda encontrada en la mesita de luz)

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