Sólo una vez me enojé con mi mamá. Recuerdo que aquella vez, en cuanto sonó la campana del recreo, corrí fuera del salón antes que todos; pero en vez de ser el primero en ocupar la portería de futbol, me fui directo al baño más solitario de la escuela. Apenas atravesé la puerta de los sanitarios, comencé a bajarme los pantalones y todavía no comenzaba a sentarme en el retrete cuando me vino a chorros la diarrea.

Ese olor ácido del excremento viscoso que inundó el ambiente y esa sensación húmeda que escurría entre mis piernas me causaron tanta náusea que evité mirar mis pantalones, los cuales se sentían como una bolsa llena de gelatina cálida. Me apresuré a buscar papel para limpiarme, pero no encontré nada en el dispensador; me asomé por un orificio a los retretes de los costados, pero tampoco había; desesperado y sin saber qué hacer miré al techo como rogando al cielo por ayuda y obtuve una respuesta de inmediato: como es costumbre en las primarias, el poco papel que alguna vez hubo fue ocupado por los niños en una salvaje guerra de proyectiles húmedos que se incrustaron al techo cual esquirlas de las balas en un campo de batalla.

El dolor de panza había cesado tras liberar todo lo que tenía, pero yo ya ni siquiera estaba pensando en eso. Sólo miraba arriba arrepintiéndome de haber participado en aquella batalla de papel mojado el día anterior, además estaba enojado con mi mamá porque no me hizo caso aquella mañana cuando le dije camino a la escuela que no me sentía bien, y sentí tan injusto que la maestra no me dejara salir desde que descubrió que me escondía en los sanitarios cada que revisaba la tarea, que estaba a punto de soltarme a llorar. Alcanzaba a oír las risas de mis amigos jugando, correteándose unos a otros en el patio de la escuela. Cuánto deseaba estar exactamente como una semana antes, cuando yo solo había logrado congelar a todos en el juego de Los Encantados. Cuánto deseaba estar en mi casa reposando entre las cobijas de mi cama. Pero para volver a mi casa, hubiera tenido que atravesar el patio en pleno recreo y llegar hasta la dirección de la escuela para pedirles a las maestras que le llamaran a mi mamá. Yo no quería que me viera así Bruno, mi mejor amigo en aquel entonces, ni mucho menos Diego -que era un tonto burlón- ni que se enterara Daniela, porque me hubiera muerto de la vergüenza frente a la niña que me gustaba.

Contuve mis lágrimas y comencé a pensar en cómo salir de esa situación. Me parecía que el receso se eternizaba, y esa húmeda y olorosa sensación en mis piernas ya me estaban desesperando, así que grité “¡MIIIIIIIISS!” y volví a gritar “¡MIIIIIIIISS!” rogando por alguna maestra que me auxiliara; pero nadie me escuchaba. “Mejor me espero a que se termine el recreo”, pensé mientras me secaba una lágrima que logró escaparse, “y entonces ya pido ayuda”. Fue en ese instante que se me ocurrió una idea.

Aunque se ensuciaron más mis piernas y las manos y los zapatos, terminé de quitarme los pantalones y los puse sobre la tapa del tanque de agua. El excremento comenzó a escurrir despacio por un costado del inodoro hasta gotear sobre el azulejo. Me dio tanto asco que mejor miré hacia otro lado y me enfoqué en cumplir mi meta. No me quité los zapatos para no ensuciar mis calcetines, así que, con las suelas embarradas de caca viscosa, me subí sobre la orilla de la tasa del baño cuidando que mi pie no fuera a deslizarse, luego, estiré mis brazos al techo tanto como pude hasta rozar con mis dedos el papel más próximo. Mis dedos estaban tan cerca que con un mayor esfuerzo iba a alcanzar a golpearlo para que se desprendiera; entonces tomé vuelo y…

No logré despegar el papel del techo, pero sí había logrado que mi pie cayera dentro del retrete. El agua que salpicó, junto con mi zapato empapado, diluyó todavía más el excremento que estaba sobre el suelo, lo que hizo que se extendiera por todos lados y que su olor se exacerbara hasta volverse insoportable. No sabía qué hacer así que permanecí sentado sobre el inodoro con un chorro de lágrimas que no podía contener. Mientras lloraba, iba leyendo cada rayón que había sobre el azul de la pared y me parecía que se burlaban de mi situación: “Puto el que lo lea” y «Ay, mamá, no hay papel». Volví a gritar “¡MIIIIIIIS!”, pero sólo las risas fueron la lejana respuesta que obtuve desde el patio. El tiempo se alargaba y yo ya no soportaba estar allí. Grité de nuevo y la respuesta fue la misma.

Yo no sé qué tenían los brazos de mamá que eran tan reconfortantes que, a pesar de mi coraje, deseé un abrazo de ella en ese momento. Me imagino que no me hizo caso aquel día porque yo solía inventarme excusas para faltar a clases. Nunca lo sabré.

El caso es que deseaba que mi mamá me rescatara y me mimara con un té y con un caldo de pollo por lo que me convencí de que tenía que salir de allí para llamarla. Traté de calmarme tanto como pude -ya que las lágrimas seguían saliendo- y me concentré en pensar: “¿Qué hago? ¿Qué hago?”. Buscando opciones, me asomé por un pequeño hueco a través de la puerta y, entonces, lo vi: en frente estaba el lavamanos. Me pareció que, si nadie andaba alrededor, podría salir sin temor de que algún niño chismoso (que ¡cómo son chismosos!) me viera desnudo enjuagando mis calzones y mis pantalones y, si lo lograba, al menos iba a poder ir hasta la dirección un poco menos sucio.

Grité para cerciorarme de que en verdad no hubiera nadie cerca. Y nadie contestó. Entonces salí con confianza del retrete y caminé hacia el lavamanos más cercano. Con el calzón en mano, justo abrí la llave del agua para comenzar a enjuagarlo, cuando Andrés y Jaime entraron correteándose. Recuerdo sus caras de sorpresa al verme y estoy seguro de que todavía alcanzaron a ver claramente cómo, con mis nalgas descubiertas, me encerraba de vuelta en el sanitario. Escuché cómo el par de niños se fueron gritando hasta el patio: “¡Miguelito se hizo popó en los pantalones y está sin calzón dentro del baño!”. Se empezó a oír un barullo abrumador que se acercaba y a los pocos segundos, ya había dentro de los sanitarios un montón de voces que preguntaban por mí. Y yo, simplemente, ya no podía parar de llorar.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS