El ultimo caudillo

El ultimo caudillo

Miguel Perez

27/02/2025

Buenos Aires, martes 15 de agosto 1806

Mi amada:

Espero esta carta le llegue lo más pronto posible, la he escrito en el primer descanso que nos han dado. Ya, yo y mis compañeros nos encontramos descansando en una barraca improvisada. No tema por mi estado, he logrado salir ileso de todos los embates. No sé, si se estará enterando mediante esta carta que ya recuperamos Buenos Aires o la noticia ha ya recorrido todo el Virreinato.

Quiero que sepa que escribo esta carta con gran satisfacción y dicha de encontrarme vivo para poder escribirle y que usted me lea, desde el que ahora es nuestro hogar. Lamento que hayamos compartido tan breves momentos después de nuestras nupcias. Pero el deber se hizo a las puertas de forma inesperada y eso está más allá de cualquier explicación que yo pueda darle, pretendo que me entienda y acompañe en el sentimiento que me moviliza.

Quisiera seguir diciéndole lo mucho que la extraño y cuanto me dio coraje y dirección el pensar en usted para despeñarme como soldado, pero debo abrir el espacio para el dolor y compartirlo con usted, espero me perdone.

Le contare que, mi camarada y entrañable amigo José Mauricio cayó en batalla, en unas de las primeras ráfagas que intercambiamos con los casacas rojas, lo vi caer a mí lado. La pena no pudo darse por satisfecha en ese momento y debí seguir marchando como nos ordenaron, eso es lo que más queja me sigue causando. Ahora su cuerpo está por ser enterrado aquí, lejos de casa. Le suplico que, si la madre de José no se ha enterado, busque el temple y la ayuda necesaria para comunicárselo, sé que no es una terea que deba hacer, pero mi corazón busca un poco de reparo en esa acción. Lo que me atrevo a contrastar con esta dolosa perdida, es el seguir teniendo a mi otro hermano de vida a mi lado, el buen Ceferino, con él nos hacemos compañia y me contagia siempre de su buen juicio. También le pido que recé por el alma de mi buen Mauricio y las de todos mis hermanos caído en el combate.

Debo despedirme, sin más detalles le dejo mis afectos, con mi amor incondicional y la promesa de pronto marchar para verla.

Ezequiel Ernesto Rodríguez.


Buenos Aires, Jueves 25 de julio 1810

Mi amada:

No sabes cuan feliz me ha hecho la ultima noticia que me ha mandado. No había pedido mas que sea un niño sano y que usted salga sana y salva del parto, pero no puedo ocultar que me da mucha alegría que también me haya dicho que es un varón.

En respuesta a su pregunta, quiero que el niño se llame Joaquin. Es el primer nieto de mi padre y quisiese que llevase su nombre, se que al él le encantara, mas allá de todos los desacuerdos que nos distancian.

Siempre le dije que el deber es algo que es muy difícil poder explicar, cosa que dudo de haberle podido hacer compartir a usted, aunque sé que lo respeta. Pero ahora tengo una criatura que va a vivir en esta nación que estamos ayudando a formar, siento que no hay que explicarlo y debe bastar con sentirlo.

Me despido dejándole mi amor eterno que ahora debe de compartir con nuestro nuevo retoño, los amo.

Ezequiel Ernesto Rodríguez


Buenos Aires, lunes 10 de enero 1811

Mi amada:

Fue bello pasar tiempo con ustedes y fue con dolor que tuve que partir. Desde aquí todavía disfruto la sensación de tener a mi niño en brazos.

Sinceramente no sé cuándo pueda volver a escribirles, ni cuando esta campaña termine. No se nos dijo mucho, pero avisto cuantioso movimiento de tropas, escuche que nos van a hacer subir a la Banda Oriental o a El Litoral.

Debo confesar que también me cuesta adaptarme a mi nuevo rango de Sargento, el que creo que gane solo por tener la suerte de continuar con vida. Lo que más cuesta de ello es el trato con mis hombres que hace unas semanas eran mis pares. El continuo advenimiento de la soldadesca cada vez más joven, es también algo que no se si sabré manejar. Le vuelco todas mis dudas para que usted me vierta tranquilidad en buenas y tiernas palabras como solo usted sabe.

Se ha nombrado también un nuevo jefe de las fuerzas, un político de renombre que no se cuanto puede saber del mando de esto, que ya esta dejando de parecerse a la milicia que se improvisó contra los ingleses. Se llama Belgrano, su porte no desprende lo severo que he visto en mis anteriores superiores, como lo tuviese el ya fallecido Liniers, pero se da de fácil trato con los soldados y me parece ameno.

Te escribiré en cuanto pueda, los amo y los extraño, dios vele por ustedes.

Ezequiel Ernesto Rodríguez


Montevideo, martes 7 de mayo de 1811

Mi amada:

Tristemente la primera noticia que debo darle es que fuimos totalmente derrotados, y el plan de campaña, que era el de rendir al Paraguay, fue un fracaso. Lo peor lo sufrimos a las orillas del rio Tacuarí, donde la desorganización fue total y muchos cobardes se hicieron a la huida. Me avergüenza decirlo, pero no pude sostener el mando de mis hombres y tuve que ver como varios huían del miedo, si no fuese por los hermanos José y Ramón Espínola, con los que combatí lado a lado, no estaría escribiéndole. Si, ellos sobre los que tanto supe quejarme con mis superiores y con usted, acompañandome por el resto de las inconformidades de los otros oficiales, esos que son las parias del Paraguay y que Belgrano tomo como nuestros baquenos. Esos hombres toscos e indiciplinados fueron los mejores compañero de combate con los que pude verme hasta ahora.

Ahora me encuentro con las tropas que están sitiando Montevideo. Nuestro general fue llamado por alguna de las Juntas de Buenos Aires a responder por el fracaso militar. Sinceramente no temo por él, ya que no hubo nada que se pudiera hacer y aunque algunos infames quisieran embaucarlo con sus palabreríos, no podrían. Debería conocerlo, es tan dúctil y bien llevado con las palabras que me recuerda un poco a usted, no le falta una coma a lo que dice.

Ahora estamos al mando de Artigas, la gente lo trata como el protector de los Orientales. Debiéramos de estar bajo las órdenes de un lustroso estirado que la Junta envió, pero el señor Belgrano en otro acierto, se reusó y nos dejó con el Protector de la Banda Oriental, no se mucho de él, pero la milicia y todos los descalzos con tacuaras no dudan en seguirlo.

No creo que los Realistas vayan a darnos la oportunidad de combatir, así que no sé cuál será mi siguiente destino o si podre volver en este año.

Espero no se entristezca por sentirme desanimado en algunas líneas. Las ganas de luchar no me han abandonado ni menos el espirito libertario que me hace estar aquí.

Los amos, por favor cuídese y cuide de nuestro hijo.

Ezequiel Ernesto Rodríguez


Buenos Aires Viernes 12 de marzo 1812

Mi amada:

Seré breve. La noticia de la muerte de mi padre me ha abatido, mas usted y yo debemos sobreponernos. Solo me permito decir que el hijo que usted nos dio, a mi como padre y el como abuelo, les dio una escusa a esas reacias cabezas para unirse y entenderse, y por lo menos no tengo esa carga inimaginable de que pudiese haberse ido sin que hiciéramos las paces.

Ahora usted quedara a cargo de la estancia, le aconsejo que confié en Antonio, hábil capataz y mi tío de crianza.

En una caratula de noticia menos importante le comunico que he vuelto a ser promovido de rango. También que partimos en breve para el norte a fortalecer al ejercito que allí se encuentra. Y si en algo quiere apertrechar mi seguridad, que sea, en que repetiré al mismo comandante, ya que han delegado a Belgrano como jefe del Ejercito del Norte.

Cuide de los míos mi amada, que ahora son también los suyos. Rece por mi padre todo lo que yo no podré hacerlo.

Ezequiel Ernesto Rodríguez


Fraile Muerto, Córdoba, lunes 14 de noviembre 1817

Mi amada:

Espero me perdone las largas temporadas sin escribirle. Se ha hecho difícil conseguír los recursos o los momentos para ello. Por algo que no me atrevo a llamar suerte, hoy puedo hacerlo, y asegurarme de que le llegue mí correo.

Nos encontramos muy adentro en el territorio nacional, en Córdoba. Algunos regimientos fueron elegidos para eliminar a los caudillos que se oponen al gobierno de Buenos Aires. Estamos enfrentando al líder de ellos, Estanislao López un aguerrido luchador, que sabe bien como usar a sus escasos hombres, junto con él supe luchar a las orillas del rio Tacuarí.

Me frustra tanto estar aquí, cruzando sables con los que son mis conciudadanos. Debiera de estar en el norte, defendiendo la frontera que con sangre hemos marcado o marchando con el Gral. San Martin al otro lado de los Andes. En cuanta de eso, estoy aquí luchando con esta gente, con la que no me he sentado a hablar para comprender sus deseos y, aun así, tengo que guiar a mis soldados en una causa que no comprendo, apresando a algunos hombres y fusilando a otros que no dejan que se les venden los ojos. Federales se autodenominan, sus ideas comparten muchos principios con las que proferiese mi finado padre, aunque se las encuntran mas desarrolladas.

Viviendo esto que le estoy contando, quedan muy atrás, las cosas que goce al escribirle en anteriores cartas, las heroicas cargas que nos pusieron a pocas leguas de tomar el Alto Perú o las desesperadas defensas en los polvosos desiertos del Norte. Varios de los tenientes hablan de sublevarse, y el Coronel Bustos no se ve incomodo con la idea. Sinceramente desconosco lo que devendra. Ya no es de los de los españoles de los que debo de preocuparme, sino de los incongruentes mandatos de nuestros gobernantes.

Me despido mi negrita, rezo por la salud de mi Joaquin y de su hermosa madre. No tema.

Ezequiel Ernesto Rodríguez


Buenos Aires, jueves 29 de Febrero de 1820

Mi amada:

Sin disimulos le dire lo que se bien que ya sabe; nos derrotaron. Todavía había algo de fe acunada en mi cuando me reintegre a las fuerzas, pero fue inútil en el campo de batalla.

Nos enviaron otra vez a suprimir a lo que los porteños llaman traidores a la patria. Íbamos ha la Banda Oriental a darle caza a Artigas, pero los entrerrianos y santafecinos nos tomaron por la espalada y derrotados debimos retroceder hasta Buenos Aires. Allí no tardaron en llegar los caudillos, Pancho Ramírez y Estanislao López. En el campo de batálla, la Cañada de Cepeda, nos envolvieron velozmente con sus caballos y en pocos minutos nos vimos avasallados y rendidos.

Ahora me encuentro refugiado en casa de unos amigos de la capital. Al reconocerme, López, un comandante que no es para nada indulgente, decidido darme libertad temprana a mis hombres y a mi, por algo que supongo debe venir de la camadería que hay entre enemigos que alguna vez combatieron juntos.

Aquí se habla de revueltas, y derrocamientos. Usted sabrá que la duda desde hace tiempo me anda rondando. Seré sincero y diré que no me he ido, porque creo que si lo hiciera, seria para dejar las armas definitivamente. Y esa es una vida en la que todavía no me imagino, con tantos inescrupulosos sueltos y tantos que son menos que unos pocos. Abandonar seria callarme y eso hoy no pude ser permitido. Si hay tantos lobos que guían a mi patria a la oscuridad, el pastor que mira a otro lado no sería mejor que ellos.

Espero me perdone por no darle razón concisa para continuar lejos de ustedes. No depare en sus ocupaciones para no preocuparse por mí, cuide a mi niño y trate de hacerle entender que su padre lo ama mas allá de lo que su pequeña cabeza puede comprender. Y no dude de que le soy enteramente suyo y que esa es la única duda que en mi cabeza jamás ha podido trascender.

Ezequiel Ernesto Rodríguez


Buenos Aires, Lunes 21 de 1820

Mi amada:

No sé cómo empezar a decirle esto, le diré que me encuentro destruido en todos los aspectos que a un hombre de verdad pueden importarle. Hoy me he enterado de la muerte de mi Comandante, Manuel Belgrano, quien más que un comandante fue un amigo, mentor y fundador de todos los nobles pensamientos por los que por un tiempo supe preciarme de ser un hombre digno.

Ahora este benemérito de la patria a pasado a la inmortalidad con tan poca importancia y en condiciones tan indignas de alguien que todo lo ha dado por el bien nacional, que no comprendo si hay justicia alguna en este mundo.

El efecto que pesa en mi por su muerte, no puedo describírselo con palabras, solo diré que antes y después de esta carta, las lágrimas se harán de un honroso espacio en mi persona.

La muerte de este hombre, en el contexto nacional que se esta viviendo, me deshabita de esperanzas. Aunque mi amigo en sus últimos días solo tuviese palabras de esperanza y una partida resuelta en el salvoconducto de que, lo que había hecho, valía toda la pena de sus calvarios, yo no puedo responder con lo mismo.

Sus secretos ruegos han sido escuchados mi negrita y he decidido deponer mis armas y volver a nuestro hogar, dejando atrás este soldado que la necesidad supo forjar. Este hombre que ya no sabe por que mataba, ni la razón por la cual privaba a su esposa de su marido y a su hijo de su padre.

Con mi eterno amor me despido hasta un pronto y seguro reencuentro.

Ezequiel Ernesto Rodríguez

San Antonio, La Rioja, martes 15 de 1828

Mi amada:

Le seré franco y le diré lo que espero comparta con prudencia.

La reunión con los estancieros termino el lo que desde un principio se supo que sería. Facundo Quiroga nos convoco para confirmar nuestro apoyo en el sustento de la causa federal, ante un posible advenimiento de conflicto con los unitarios que volverán de la guerra con el Brasil. Yo me uno a esa razón y la comparto.

Con los galos ya desterrados, ahora queda este país movido por los intereses de particulares domésticos. Repleto de gente que asegura saber cual es el motivo, deber y consecuencia de ser un argentino, sin haber puesto jamás un pie lejos de sus intereses. Buitres y alacranes es todo lo que veo en el poder, mas allá del titulo que porten, si son unitarios o federales no importa, y es mediante estas herramientas, el facón y el fusil que deberé de hacer oír a mi gente.

Ya, después de largos años de rumiar con mis dudas, he decidido comprometerme. Espero que me perdone por volver a el mundo de la pólvora y la sangre. Debo también tráele la realidad y decirle que no será algo que carece de ocurrencia en el futuro, y una vez que inicie, porque le aseguro que iniciara, no será un conflicto corto. Seria de mentes precoces y aceleradas decir que las diferencias serán resueltas en pocos pasos. Esta guerra llegara también hasta nuestros campos y a nuestros paisanos. Nuestras hijas la verán y Joaquín querrá participar en ella, desearía que no fuese así, pero ya es un hombre al que no puedo detener.

Le ruego por su apoyo y por sobre todo, por su incondicional amor que tantas armas me da para afrontar los funestos tiempos que se avecinan.

Ezequiel Ernesto Rodríguez


La Rioja, Marte 18 de febrero 1835

Mi amada:

Hoy es un día triste para nuestra causa. Me he enterado que nuestro querido líder, Facundo Quiroga, nuestro Tigre de los Llanos a sido emboscado y asesinado por una partida de matones en Barranca Yaco, a su paso por Córdoba. Toda nuestra gente debe de darse el tiempo y el lugar para sentir la perdida de un hombre que nunca dudo en dárnoslo todo.

Esta picardía no quedara sin escarmiento, ya nos encontramos marchando a Córdoba para darle justicia a mi compañero y castigo los hermanos Reinafé, perpetradores de la ejecución.

Comuníqueselo a nuestro paisanaje y recen por él que fuese uno de los mortales más devotos que haya conocido.

Ezequiel Ernesto Rodríguez


Agua Negra, Chile, lunes 2 de diciembre de 1842

Mi estimada:

Desde mi exilio son contadas, las cartas que le enviado y lamento mucho que quizá esta sea la última.

El hombre que le ha de entregar esta carta es uno de mi confianza y le acompañara un niño que le pido que cuide. La criatura es él hijo de una inocente mujer y de un hombre que a usted no le merece. Espero me perdone por haber caído en la debilidad que menoscaba a los hombres.

Se llama Juan Nahuel Lemuncuyen, darle mi apellido no puedo y ahora tampoco mi cuidado. Su madre era una aborigen de los altiplanos chilenos que murió cuando intentamos regresar al país, pero las fuerzas del Brigadier la Madrid nos emboscaron y en la reyerta una bala la encontró. Permitame que le comparta tambien el pesar de saber que la informacion a Lamadrid le llego por medio de un hombre que era mi hermano, entendera que hablo de mi compañero Ceferino.Esta pluma con la cual le estoy escribiendo ya a sido usada para enviar una misiva a mi gente, con las instrucciones de ajusticaiar la traicion. Esta fecha es triste, preferira haber muerto en esa quebrada, no estar aqui administrando la despedida a mi amada y la partida de un hermano.

Entenderé si no quiere volver a saber de mí, solo le pido que cuide al niño.

Ezequiel Ernesto Rodríguez


Entre Ríos, lunes 20 de Septiembre de 1961

Mi estimada:

Se que prometí no escribirle más, sepa que lo hago porque esto que le voy a decir va mas allá de nosotros dos.

El 17 de Septiembre Joaquín Alfonso Rodríguez, nuestro hijo, nuestro eterno niño, ha muerto en el campo de batalla. Los detalles no importaran.

Una vez le dije que el amor a la patria solamente se siente y no se explica. Pero este dolor lo envuelve todo y dudo de alguna vez poder volver a sentir algo. Ahora solo soy recuerdos y arrepentimiento. Recuerdo la primera vez que detone la pólvora en mis manos, y me arrepiento de ello; recuerdo la primera vez que manche mis manos con sangre y me arrepiento de ello; recuerdo la primera victoria que logre y también de ella me arrepiento, y de todas las demás, si tuvieron que llevarme hasta este momento.

No me queda mas nada, todo se lo he entregado a mi nación y mis ideales. Lo único que tengo sos mis viejos huesos, que obligare a seguir marchando, para que los que menos tienen y aun así tienen algo que perder, no pierdan las esperanzas. En eso acompañare a mis gauchos y paisanas hasta el final, para poder llenar esta vida de algo que entiendo y aprecio, pero que la verdad ya no siento.

Una última cosa le pediré, que no me responda ni me perdone por que yo jamás lo hare.

Ezequiel Ernesto Rodríguez


Las Cañas, La Rioja, Lunes 21 de diciembre de 1863

Mi amada:

Permítame que la trate así, una vez más. Yo sé que lo años y mis errores nos han distanciado. Quiero que sepa, que mas allá de ellos, nunca mi corazón a dejado de pertenecerle, si bien algunos de mis actos no lo han demostrado, yo estoy muy seguro de ello. Y como un hombre que se encuentra ante el ocaso de su vida, le aseguro, que mis palabras no guardan más que la verdad.

En estos momentos le escribo, porque no hay nadie mas relevante a quien pudiera entregar, las que serán mis últimas palabras.

El gobierno me esta persiguiendo. Esos seres, a los cuales no se con que adjetivo caratular, se llevaron el alma y la dignidad de mi buen amigo Chacho Peñaloza, de una forma que no me atrevo a narrarle, esos mismos que nos etiquetan de salvajes. Lamentablemente él era el último Caudillo verdadero y su muerte marca en fin de la esperanza de muchos. Mis gauchos también me han dicho que andan preguntando por mi y que de a poco me vienen cerrando el paso. Algunos viejos amigos me tientan con la posibilidad de asilo en el exterior, pero esa ya no es una vida que desee para mí.

En breves momentos podre fin a mi vida, le ruego que no entristezca con esta noticia, eso haría que, desde alguna parte, yo me arrepienta de haberle escrito. También me seduce la posibilidad de que así, estos sangrientos pacificadores, dejen de perseguir a mis paisanos y ni siquiera vean necesario el ir a por usted o nuestras niñas. A ellas dígales que las amo y también a mi hijo Nahuel y que hagan caso a su madre, mujer de inabarcable sabiduría.

Muy bien, me despido de este mundo y por adelantado de unos confundidos enemigos, que no pueden esperar para ver morir a este temible caudillo que ya ni cabalgar puede. No piense que me queda alguna duda de que me voy perdonado por lo de nuestro hijo, yo sé que su corazón jamás me culpo.

A todos mis enemigos perdono. A todos mis amigos les agradezco.

Y a usted le digo que siempre la ame, que en este momento la amo y por siempre la amare.

Ezequiel Ernesto Rodríguez

Al que llamasen, el ultimo Caudillo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS