Dos cuerpos jóvenes, ardientes y libres,

se encontraron en la noche, con ojos que brillaban de deseo.

La pasión los consumió, sin miedo ni vergüenza,

se entregaron al placer, con un amor que parecía eterno.

El tiempo pasó, la vida los separó,

cada uno siguió su camino, con sueños e ilusiones.

Se casaron, tuvieron hijos y nietos,

la pasión de juventud se convirtió solo en recuerdos.

El destino es implacable, la vida un ciclo,

50 años después, se reencontraron, sus ojos aún brillaban de deseo.

El, viudo y ella separada, con arrugas y canas,

se miraron, se reconocieron, el amor no había muerto.

Había pasado mucho tiempo desde que se vieron la última vez,

50 años de vida, de amor, de muerte y de pérdidas.

En ese momento todo eso pareció no importar.

No hubo palabras, solo silencio.

Solo el silencio y el calor de sus cuerpos.

Se acostaron juntos,

como si no hubiera pasado nada,

como si el tiempo no hubiera sido capaz de cambiarlos.

La pasión se reavivó, la llama nunca se apagó,

se entregaron de nuevo, con un amor más intenso.

Experiencia y madurez fueron maestros que enseñaron,

a valorar más el amor, y a disfrutar del placer sin miedo.

Sus corazones se reencontraron, con un amor más fuerte,

la pasión nunca había muerto, solo dormía, 

esperando el momento para reavivarse y consumirlos de nuevo,

como aquellos tiempos.

Dos cuerpos maduros, ardientes y libres,

se encontraron en la noche, con ojos que brillaban de deseo.

Con serenidad, sin miedo ni vergüenza,

se entregaron al placer, con un amor ya eterno.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS