Aquella tarde yo había sacado las cintas plateadas y doradas, las había desenredado y había adornado la cocina con ellas, y mamá había puesto el pequeño arbolito con las bolas de colores.
Cuando llegó papá, mamá lo descalzó en silencio y sacudió las virutas de madera que quedaban pegadas a la lana cuando talaba con la motosierra los árboles en el monte.
Me encantaban esos olores de sudor mezclado con eucalipto.
Sergio y yo recogimos los juguetes y nos dispusimos todos a cenar. Ésa noche papá se acostó temprano y nosotros bajamos a casa de los vecinos de abajo sin que papá lo supiera.
Cuando llegamos a casa de Conchita, un humo denso cubría toda la cocina. Sobre la mesa había bandejas plateadas con turrones, peladillas y polvorones envueltos en papeles brillantes y muchas botellas vacías de sidra y de vino.
No comimos nada.
A mí no me apetecía mucho esa fiesta, pero dijimos que sí los dos, porque Soraya nos había invitado y no queríamos contrariarla, pues de todas las niñas de los tres bloques de edificios frente al mar, era la más mala.
Su hermana mayor Carol, sacó un cofre pequeño con unas sombras de ojos, rímel marrón y barras de labios.
-¿Quieres que te pinte?
No me aguanté las ganas y pasé el dedo índice por una sombra rosa y repasé el polvo nacarado por mis párpados.
Conchita, la madre, puso la música alta y agitó las manos:
-Venga, venga, a bailar todos. Era música flamenca.
Sergio se quedó en la mesa, leyendo unos tebeos de Mortadelo y Filemón.
Y todo sucedió tan rápido. Primero me cogió Conchita y me arrimó contra su pecho, olía a sudor fuerte. Yo sentía las mejillas ardiendo, pues tenían la cocina de carbón encendida.
Luego el marido apartó a la mujer de mí y me cogió fuerte por la cintura. Sentí su aliento a vino muy cerca y luego su barba que me pinchaba. Intenté soltarme, busqué con los ojos a Sergio que seguía leyendo y grité:
¡Sergio!
Conchita tiró de mi brazo y me lanzó contra la mesa, después tiró del cable del cassette, quitó la música y vociferó:
¡Se acabó la fiesta!
Subimos las escaleras de dos en dos a oscuras y se lo conté todo a mamá que me dijo que ni se me ocurriera contárselo a papá o nos reñiría a los tres.
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