Un grupo de chicos africanos pasa todos los días por delante de mi instituto.
Nos miran.
Nosotras también les miramos a ellos, de reojo, mientras charlamos en el patio del recreo.
Han llegado en pateras. Lo vemos en los informativos de la televisión todas las noches, mientras cenamos en casa. Les ayudan a bajar y les dan mantas. Algunos bajan en camillas, otros no bajan porque se han muerto por el camino y los han tirado al mar.
Hoy han pasado por delante de nosotras mientras comprábamos chicles en el puesto que está a la salida del colegio.
Se acercan y sus cuerpos son como tallos de bambú, recubiertos de una piel tirante y satinada, como bañados en chocolate amargo.
Viene a mí la conversación de mis padres cada noche ante el televisor:
–Esta gente va a acabar arruinando el país –dice siempre papá.
–No digas eso, Felipe, ¿no ves que están desesperados? Hay que estarlo para meterse en una cáscara de nuez y atravesar el océano. Desesperados y valientes –responde mamá.
–Pues por eso precisamente, Berta, no van a parar hasta que consigan quitárnoslo todo. El buenismo no conduce a nada. Ya me lo contarás cuando les quiten el trabajo a tus hijas –así da siempre papá la conversación por finalizada.
Los chicos se acercan y entonces uno de ellos me mira.
Me mira y noto el suelo bajo las plantas de los pies y unas raíces, calientes y suaves, que suben por mis piernas y entran en mi cuerpo. Las siento expandirse y florecer por dentro de mi vientre mientras el corazón se hace notar en mi pecho.
Él sonríe.
Sonríe con esos labios tan acogedores.
Noto el ardor del sol en mis mejillas, la ternura de la brisa en el vello de mis brazos, la ansiedad de mis piernas por acercarse a él.
Pero mis piernas no se mueven.
Pasan por delante de nosotras, se alejan calle abajo y yo no puedo apartar los ojos de él. Le sigo con la mirada entre los codazos, grititos y risas de mis compañeras.
Esta noche vemos en la tele que ha llegado otra patera a Canarias.
Empieza la conversación de todos los días, mi padre la zanja como siempre y de pronto me doy cuenta: yo también me marcharé.
No puedo permitir que se pudra la planta que ha comenzado a germinar en mi interior.
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