“Cuando me trepaba al árbol de caucho de la tía o al frágil techo de la casa de mamá siempre tenía en mente desaparecer por un tiempo y sumarme a las nubes para olfatear el olor a libertad y la seguridad de sentir que podía permanecer en el anonimato por un tiempo, caer desde una altura de 4 a 6 mts hubiera dejado huellas de memoria para reconocer mi fragilidad, sin embargo aprendí a caminar de largo sintiendo el viento poco solidario en mi rostro de los amigos de ocasión y eso me reconforta pues desde entonces no he parado de caminar y el viento helado sobre mis narinas es una experiencia nueva cada vez que salgo de casa”
Carta a un hijo, CESAR LORQU 05-2023.
Los rayos de sol, inmorales, broncearon la piel de tus hojas con la convicción de que tu color permanecería incólume, resguardado de la arrogancia de tus rizos dorados, Astro Rey, Solecito de mi mañana.
Reconocer que ya no estaría para tu regreso anunció una angustia serena, de esas como las que me acompañaban al esperar a mamá tras de la cortina, en mi sala lúgubre; volverme sobre mí mismo y esperarla regresar de sus viajes a Barranquilla, en procura de mercancías para ofrecer por unos cuantos pesos y traer panderitos y dulces de leche que avivaran nuestros juegos a mi hermana y a mí. Descubrir cuánto habías cambiado, cuánto habías dejado de ser niña.
Engullir sobre mi rutina, deglutir mis ansias de un solo golpe como lo hacían las gaviotas reidoras detrás de Las Tenazas con los jureles y dorados, tiernos y retraídos pececillos que no alcanzaban a escaparse de la corriente y terminaban sofocados en las gargantas estrechas de quienes les hacían su presa.
Levantarme de mi silla de vista al mar donde esperaba por ti para que bajaras del autobús de las 5:00 pm en punto, sobre la acera de mi casa, con una mirada dulce y fresca, con una fragancia de aires nuevos y aliviados, con una certeza de volver al día siguiente, a esperarte en la parada de los buses a mostrarte una más de mis cartas, cartas donde le juraba amor a una mujer inexistente pues tú, mamá, jamás podrías conocer quién era la mujer diez, habitante y compañera de mis sueños, recuerdos que aún me acompañan en mi camino de regreso al hospital.
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