Volteó de cerca a ver los ojos del Juez, durante la sentencia. La deuda a cuestión del peso era la turba sonada en los oídos del pueblo. El aturdido afán del tiempo dormitaba en sus ojos; ahondado en la culpa. El Juez en su última orden, llevaría al preso a la cárcel; sentenciado a una condena de culpabilidad.
— ¿Cuáles serán sus palabras? — Compuso en señalamiento del ladrón.
— No es necesario un discurso su señoría; sino un perdón. He caído en desgracia frente a un tumulto de oradores, han ordenado el pago de mi condena. ¿Qué más respecta a la corte?
Había objeto en los ojos del magistrado; ceguera en la corte; causa en el tránsito abstracto de las lecturas. Las conclusiones se veían anotadas en el papelillo de la historia, trazadas por un pincel moderno. La letra del Juez anotaba con seguridad el resoluto; el detallado informe qué elegía anunciando sin cordura la acción del culpable. Y, en plena confusión de los expedientes sostenía el dictamen de su sentencia.
Entre tanto, la noticia rondaba por las calles de la ciudad. Los periódicos citaban a voces el juicio que se llevaría a cabo en los tribunales. Un alboroto se escuchaba a lo lejos de la ciudad. El ciclo del bullicio despertaba los parpados de la gente. El cielo, con el mismo azul de enero ocultaba las estrellas. Las estaciones del año, volverían a su antigua tranquilidad después del juicio. Sería poco imaginar la misma tarde, en un falto gramatical. Salvo a la invención del radio, la polémica daría tema a las conversaciones en los mercados. Era el paso de papelillos entre los pupitres de la audiencia, qué advertían en un vistazo la llegada del certamen. La lejanía, daría margen a las palabras en las que batallaría Ruben. Después de haber revisado el informe redactado, el Juez, levantaba sesión con un golpe de mallete:
— Se le acusa de fraude — Señaló.
— Se le atribuyen quince años de prisión, ¿Un último deseo? — Preguntó a Ruben:
Su señoría, permítame redactar mis últimas palabras antes de volver a ver el sol. La vida, me ha dado lugar en el tiempo. Siempre procuré seriedad a mis actos; en mi máximo esfuerzo de lo correcto basé mi vida entre líneas y párrafos; sujeté mi fe a la razón: Pido perdón por mis faltas.
— Proceda oficial — Ordenó el Juez al unísono del mallete.
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