El niño está tumbado en la cama, boca arriba, con las manos cruzadas sobre el pecho como si estuviera muerto. “¿Qué es lo que hago mal?”, piensa. Su madre le ha gritado y se ha echado a llorar, pero él no entiende por qué. Esa noche, a través de la ventana no se ven las estrellas, sólo ramas sin hojas balanceándose con el viento.
Desde la cama observa los regalos sobre la mesa de estudio. Intenta no recordar con qué papel ha envuelto cada uno, para que cuando amanezca la sorpresa sea mayor. En el centro comercial las dependientas lo miraron raro. Una le preguntó dónde estaban sus padres, y otra le vendió a regañadientes la cajita con los soldaditos de plástico: “Vuélvete a casa”, le dijo, “con once años no debes andar solo”. A lo mejor no sabían que es hijo único, que sus padres se acaban de separar y que cuando su madre está triste no tiene con quién hablar.
Finalmente consigue dormirse. Esa noche sueña que juega con sus primos. Que están la abuela, joven, igual que en la foto del salón, y su padre, como si nunca se hubiera ido de casa. Todos hacen bromas, su madre se ríe y él siente que está donde tiene que estar.
Al amanecer ha nevado, en la calle se oyen voces alegres y ahora le acompaña un extraño sentido de las cosas.
“Fui hasta allí yo solo”, piensa.
Coge con cuidado uno de los regalos, envuelto con esmero, y sale al pasillo. Lentamente recorre los metros que le separan del otro dormitorio. La casa le parece más pequeña. Se fija por primera vez en la poca altura hasta el techo, en las grietas de la pared, en el desgaste del barniz sobre el suelo de tarima.
La puerta está entornada. La empuja suavemente evitando que chirríen los goznes y asoma primero la cabeza. Trata de contener la respiración, su corazón late muy deprisa. Sobre la mesilla de noche hay un frasco con pastillas, iluminado por un rayito de luz. La mano de su madre yace blanca sobre las sábanas.
Duda.
Se aproxima hasta el borde de la cama y la coge con suavidad.
Espera.
Fuera la nieve empieza a derretirse.
Al fin su madre abre los ojos. Sonríe. El niño le muestra el regalo y le dice: “Fui hasta allí yo solo”.
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