Verdad, beso y consecuencia

Verdad, beso y consecuencia

Lady Enowi

06/02/2025

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Saludé a través de la ventanilla del tren despidiéndome por segunda vez. La primera había sido en el andén con el calor de los abrazos. Desde mi asiento pude ver a dos niños jugando. En verdad, nunca pensé que pudiera sentir tanto alivio mientras mi corazón comenzaba a encogerse por esa breve distancia física.

El viaje fue improvisado, mi desazón no. Hace ya algún tiempo que no me sentía bien con ellos. Su manera de hablarme me resultaba agotadora y me hacía pensar que, separarme por un tiempo, podría ser la única vía de escape. Decir que era una huida me parecía exagerado. Mi marcha no pretendía abandonar un territorio para sustituirlo por otro completamente desconocido, ni mucho menos abanderar esa frontera.

Tenía otro sentido, y ambas lo sabíamos.

—¿Y te vas sin más? —dijo sobrecogida.

—No tengo otra elección —respondí con resignación.

—¿Estás contenta con la decisión? —preguntó intentando comprenderme.

—No ha sido mía —contesté mientras cerraba la cremallera de mi bolsa de viaje y la colocaba en el portaequipajes.

—Nos preocupas, ya no nos tratas como antes. En cambio, yo seguiré abrazándoles —expresó con voz juiciosa.

—Siento que debo conocer otros lugares —contesté intentando esquivar su último comentario.

—¿Dónde te diriges?

Después de haber reflexionado, le dije:

—No lo sé.

Me miró con incertidumbre y aclamó suavemente:

—¡Te echaré de menos!, sé que algún día volveremos a vernos.

La observé con reticencia, y dejé de contestarle con el ánimo de apagar esa conversación llena de dudas y demandas. Me hubiera gustado darle un beso. Por última vez, les miré desde la ventanilla. Uno de ellos intentó subir al tren para decirme algo que, probablemente, se le habría olvidado con el revuelo de la despedida. Mientras, el silbato del jefe de estación indicaba el inicio de la marcha.

El tren arrancó con cierto brío, fue entonces cuando me sorprendió una lágrima que se iba desbordando por mi mejilla derecha aterrizando en el extremo del mentón. Me la sacudí rápidamente con la mano en tanto que mi corazón de advenediza se aceleraba.

Después de quince minutos el tren hizo una parada. Al poco, se sentó enfrente de mí un chico que debía tener un par de años más que yo. Nos reconocimos con una breve mirada. Al iniciarse la marcha de nuevo, abrió su bolsa de viaje y sacó El guardián entre el centeno.

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