Elías sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. ¿Un mapa?
Miró el cuaderno con nueva curiosidad, como si de repente sus páginas
escondieran algo más que historias.
El anciano tomó el cuaderno con manos temblorosas y pasó las páginas con
cuidado. Se detuvo en una de ellas y, con la yema de los dedos, acarició las
letras desvaídas.
—Cada historia aquí escrita —susurró— es una pista. Un fragmento de algo más
grande.
Elías se inclinó hacia él, ansioso por comprender.
—¿Qué es exactamente lo que estoy buscando?
El anciano levantó la vista y lo miró con gravedad.
—La razón por la que el bosque te permitió quedarte.
Elías sintió que el aire se volvía más denso. ¿El bosque lo había
permitido? Siempre había creído que su decisión de aislarse había sido
suya. Pero ahora… empezaba a dudar.
El anciano continuó:
—Este lugar… no es solo un refugio para quienes buscan paz. Es un umbral. Un
sitio donde las almas perdidas encuentran respuestas, si saben escuchar.
Elías sintió que el fuego de la chimenea titilaba, como si respondiera a
aquellas palabras.
—¿Y qué debo hacer? —preguntó con voz tensa.
El anciano sonrió débilmente.
—Escribir. Seguir escribiendo. Cada historia revelará su verdad cuando estés
listo para verla.
Elías miró las páginas en blanco. Ahora le parecían más intimidantes que
nunca.
—Pero… ¿qué pasa si no descubro la verdad?
El anciano se puso de pie con dificultad y caminó hacia la puerta.
—Entonces el bosque decidirá tu destino.
Y con esas palabras, desapareció en la tormenta.
Elías se quedó solo, con la mente llena de preguntas y el sonido del viento
susurrándole secretos que aún no comprendía.
Con manos temblorosas, tomó la pluma y escribió su primera frase:
«El bosque me ha elegido. Ahora debo descubrir por qué.»
OPINIONES Y COMENTARIOS