De niño los jesuitas me enseñaron que el sacerdocio no es para escapar de problemas amorosos ni de despechos bien propinados por atractivas mujeres así que me vi obligado a buscar otra solución, y esa fue irme a Marte, planeta rojo. Cuando por fin se resolvieron los problemas técnicos y económicos así como una eternidad de tiempo flotando solo en una nave autodirigida, pude ver la superficie de Marte y entonces descubrí algo más que su superficie, sino que en realidad debí de haber ido a amarte.

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