Recuerdo con fervor casi religioso, la luz que cada anochecer se erigía cuan estandarte de las fuerzas del bien contra las hordas del mal; en medio de una barriada demasiado tranquila, con escasez de iluminación y triste.
La oscuridad que invadía mi estancia con alevosía no podía penetrarme, porque la luminiscencia que vislumbraba a través de los ventanales – a ratos blanca y a otros escarlatas- me escudaba. Le hablé muchas veces, como quien reza o encomiada, abstrayéndome en sus cambiantes tonalidades lumínicas. Era como un faro en medio del tumultuoso mar; ¡Cuán de paz me llenaba observarla entre la penumbra que rodeaba mi cama, junto a fantasmas, monstruos y quimeras que deseaban devorarme el alma!
Un día, mi prima mayor me vio observando los neones que producían luz por las noches, apagados me parecían muertos y sin vida. <<A mí también me gustaba mucho mirarlos hasta que descubrí lo que eran>>.
Luego, me explicaron que era un burdel.
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