Florecer

Florecer

Silvia Eslava

29/01/2025

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Esa mañana, había despertado con sus ojos más brillantes y grandes que nunca. Una maraña en la cabeza la hacía sentir diferente. Recordó las palabras de su madre:

– Se te va a caer la vejiga y la matriz de tanto saltar. Y si algún día quieres tener hijos, no podrás. 

Le molestaba el discurso que a esa edad las niñas deberían ser un poco más desprovistas de energía. Y debían adoptar una calma y feminidad enjaulada a su aparato reproductor. Mientras que a los niños se les instaba a revolotear. 

Para ella había que correr, saltar y jugar para desprenderse de la ráfaga de energía que le corría por el cuerpo. Una tierna euforia en ella habitaba, cómo una tormenta en medio del mar. 

Cada poro desprendía vitalidad; así que poco le importó el botón marrón que encontró entre sus bragas. El sol abrazador era fiel compañero para empapar el pelo de satisfacción y curtir la ropa de experiencias hasta que lo reemplazara la luna. No había tiempo para nada más. 

Bastaba un calcetín que entre cruzaba por la melena para poder descubrir su rostro en la jornada escolar. Lo importante era poder verle la boca al docente, quería saberlo todo y se maravillaba cada vez que le hablaban del espacio. 

De repente una brisa fría parecía habitar su cuerpo; a pesar del sol abrasador y el hedor de los cuerpos abarrotando el aula. Un arañazo de tigre le desgarraba las tripas. Cómo si todos sus órganos se fueran a desprender. Se sentía débil, como si alguien le hubiera arrebatado la energía de su ser. Desconocía las gotas frías que sentía bajar por la frente. 

Se dirigió al baño aceleradamente. En las escaleras chocó con un niño de finos rasgos y con punticos que adornaban sus enrojecidas mejillas. Lo miró y le sonrió mientras se reconocía caminando tímidamente. El corredor parecía eterno cuando se hacía conciencia de cada pisada. 

Al llegar al baño de sus piernas brotaron pétalos rojos. Se esparcieron por el piso ante los ojos precoces de quien solo esperaba hoy volver a jugar. Se hizo una compresa improvisada y al salir el calcetín cayó desatando suavemente el pelo sobre sus mejillas mientras se miraba en el espejo. 

Nunca nadie le dijo aquella niña que su ruidosa alegría desplegaba una luz enceguecedora. Ahora ella está aprendiendo a reconocer ese destello que tímidamente ha mermado con las decisiones y los años. Se vuelve a ver en el espejo cada amanecer y anochecer. 

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