Elena solía ver por su barrio a un perro que parecía estar abandonado. Poco a poco comenzó a llamarle y el animal iba hacia ella. Había perdido el miedo. Era feo, muy feo, el típico perro callejero, de color blanco y negro, con pelo áspero, pero muy cariñoso. Un día la siguió hasta su casa y Elena le sacó a la puerta algo de comida y agua. El perrito comió con ansia.
Sus padres notaron como la niña se fue encariñando con él. Elena parecía quererlo mucho y a veces se asomaba a la puerta para ver si lo veía. Decidieron llamarlo Tobi.
Poco después se enteraron que era de un vecino del pueblo y fueron a hablar con él. Este hombre dijo que se lo podían quedar, porque se iba a ir a vivir a otro lugar y no lo quería.
Elena se sintió tan feliz al escuchar la noticia que abrazó a su papá con fuerza.
Le hicieron una cama en el hueco de las escaleras del corral, donde colocaron una rueda de tractor con un saco de lana en su interior.
A la niña la gustaba salir de paseo con Tobi. En invierno, a veces lo metían en la cocina y este se tumbaba en el suelo, en una mantita, al calor de la estufa.
Tobi ya era parte de la familia y todos lo querían mucho, especialmente Elena.
Un día de verano echaron en falta al perro. No lo encontraban por ninguna parte. Cuando llegó la hora de comer el padre de la niña dijo con voz muy triste:
—El perro se ha muerto. Ha aparecido en la casa vieja en el corral. Debe haber comido veneno de los ratones.
Elena se puso tan triste que ese día no comió. Tenía tal nudo en la garganta que era incapaz de probar bocado.
—No te preocupes, cariño—le dijo su madre, al ver su aflicción—Ya buscaremos otro.
La niña estuvo durante un tiempo con cara triste, más callada y pensativa. Sus padres lo notaron.
Un día su padre trajo una perrita a casa. Era de color arena, del mismo tamaño que Tobi.
Elena se quedó sorprendida al verla.
—Nos la ha dado Antonio, el vecino. ¿Te gusta?—preguntó su padre con incertidumbre.
—Claro que si. Es muy bonita—asintió mientras la acariciaba.
—¿Has pensado algún nombre?
—Sí, la llamaremos Kety—expresó con una sonrisa mientras abrazaba a su padre.
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