Llegábamos al sur de Chile, como todas las vacaciones de verano, a posar en la casa de mis abuelos. Ellos dirigían una pequeña iglesia, y junto a ella tenían su casa.
Llegamos, y mi madre estaba contenta de que nos encontráramos con mis abuelos y con mi tío Beto. Beto no tenía casa, así que vivía con ellos.
Un día, mi abuelo me dijo que lo siguiera, y salimos al patio de la casa. Mi tío se encontraba sentado en una banca de jardín junto a los arboles que daban con la entrada principal de la iglesia.
Yo jugaba mientras tanto mi madre cocinaba dentro de la casa con mi tía y mi abuela.
De repente, mi abuelo después de conversar con mi tío, me hizo señas con los ojos para que lo siguiera. Pero no le entendí. Seguí jugando y el se fue a la casa.
En eso, mi tío se acercó y me alzó en sus brazos. Pensé que estaba jugando conmigo. Me llevó con él hacia la banca de jardín, me sentó en sus piernas, y me agarró a besos en la boca. Cosa que sentí asquerosa.
Salí corriendo asustada cuando por fin me dejó de besar.
Por miedo me callé y guardé silencio, y nunca se lo conté a mi madre, hasta el día de hoy.
Ella ahora tiene 70 años, y su hermano que me besó tiene 99 años. Está postrado en su casa en una cama. Mi madre angustiada me dice: «¡¿Porque no me lo dijiste?! Yo lo hubiera retado».
Pero creo que solo un reto no es suficiente.
Entonces se lo comenté a mi padre, que tiene seis años menos que mi madre. Y dijo así: «Esos son cariños de tío. No hay nada de malo, fue solo un beso».
Siento que en parte, mi tío asesinó mi infancia. Y no solo eso. Un abuso o acoso sexual no es un «Cariño de tíos». Encuentro que se vulneró mis derechos no solo como niña, sino como mujer. Quizás sea buena idea colocarle una denuncia. Pero ya con esos 99 años, sería terrible pasar por la cárcel. Siento hasta pena por el.
Mi vida no se desarrolló de forma normal. Siempre tuve miedo a los hombres debido a ello. En el colegio fui introvertida. Nunca tuve amigos o amigas.
Cuando crecí, me gustaban las mujeres. Algunos creen que se trata de un trauma.
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