SE LLAMABA TOTO

Se llamaba TOTO, y tan pronto escuchaba mi risa o mi llanto, se mostraba y dejaba su mundo imaginario para entrar en el mío y pintarlo con sus colores y su magia.

Un día de sol, arena y caracolas, TOTO apareció, en cuanto le vi, comencé a seguirle y me olvidé de todo lo demás. Se metió en una pequeña cueva, la cueva estaba llena de destellos centelleantes y le seguí gateando, porque TOTO era pequeño, como yo y como la cueva. Los destellos eran insectos fosforescentes que se movían en un baile nervioso e incesante.

De pronto TOTO desapareció y detrás de él yo también.

Nubes lilas y verdes, arcoíris de colores desconocidos, árboles naranjas y azules, la luna iluminaba el cielo de día y el sol parecía estar escondido entre las sombras. Empezó a llover, una lluvia cálida y seca, que nos abrazaba y empujaba a continuar el camino. TOTO caminaba a mi lado y parloteaba sin parar, en ese lenguaje suyo, desconocido, pero que yo entendía mejor que el de los mayores.

TOTO dejó de parlotear, las nubes empezaron a cambiar de color, se tiñeron de azul y gris enfadado, la lluvia se volvió mojada y fría y caía sobre la arena y las caracolas que dejé atrás, cuando comencé a seguirle.

Le busqué, pero TOTO se había desvanecido…

Y yo, volvía a estar en el mundo de los mayores.