El globo azul turquesa casi verde

El globo azul turquesa casi verde

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Un globo se desliza por el suelo. Lo mueve un viento tormentoso y cálido. Es azul turquesa, casi verde, igual que el lazo que decora la coleta de la niña que lo acaba de ver. Aparenta menos edad de la que tiene. Deja lo que está haciendo y corre hacia él. El viento cada vez sopla con más fuerza, y éste le arrebata el lazo de la coleta alzándolo hacia el cielo. Se le suelta el pelo y le cosquillea las mejillas, pero no le molesta. Aunque se le enreden los mechones de cabello fino, solo quiere alcanzar el globo. Es con lo que quiere jugar ahora, así que aprieta el paso, corre con furia, se tropieza, se endereza. Por fin el globo se para: ha chocado contra unas macetas que un tiempo atrás guardaron vida. El cielo ruge como si alguien estuviera moviendo millones de sillas al mismo tiempo. Las primeras gotas empiezan a caer, pero la niña ha conseguido lo que quería: alcanzar el globo. Lo coge y lo abraza con ansia. Ella apenas lo recuerda, pero ese abrazo es como el que le daba a su mono con el que ya no duerme por las noches. Lo abraza tan fuerte que el globo explota. Se asusta y rompe a llorar. Al bajar la cabeza descubre cómo los pedazos azul turquesa casi verdes se los lleva el viento igual que se llevó su lazo, igual que se está llevando un poco más de su ingenuidad: aún no comprende que un globo es frágil, tan frágil como su inocencia.

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