Canicas

Canicas

Sofía

17/01/2025

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Aquella tarde de abril, Sonia llegó al río con los bolsillos llenos de canicas y los zapatos en la mano. En la orilla la esperaba Joseph, con su bicicleta vieja y la cara manchada de barro. Siempre se encontraban allí, bajo el puente de piedra, donde el mundo aún parecía sencillo, pero ese día, Joseph tenía una noticia que iba a cambiarlo todo.

—Me voy al instituto en septiembre —dijo él, con el tono de quien quiere parecer entusiasmado pero no lo está del todo.

Sonia sintió que algo se rompía, como si las palabras hubieran golpeado una ventana invisible entre ambos. Joseph era apenas un año mayor, pero en su voz había algo nuevo, algo que Sonia no entendía del todo.

—¿Y qué pasa con el puente? —preguntó ella, lanzando una canica al agua para disimular el temblor en su voz.

—Supongo que no vendré tan seguido. Hay cosas más importantes que hacer.

Esa frase «cosas más importantes», quedó flotando en el aire. Sonia pensó en las tardes interminables construyendo diques en el río, en los juegos de escondite, las risas y en todas las historias inventadas. ¿Qué podía ser más importante que eso? Pero Joseph no dijo más, y el silencio se llenó con el canto de los pájaros y el murmullo del agua.

Esa noche, al llegar a casa, Sonia encontró a sus padres discutiendo en voz baja. La puerta de la cocina estaba entreabierta y ella escuchó fragmentos de frases «No podemos seguir así», «Es lo mejor para todos», «Sonia entenderá». Su corazón latió con fuerza.

Al día siguiente, cuando volvió al puente, Joseph no estaba. En su lugar, encontró una nota garabateada en una hoja arrancada de un cuaderno «Nos vemos pronto. Cuida el río.»

La letra era apresurada, como si no quisiera quedarse demasiado tiempo en el papel, como si ya estuviera en otro lugar.

Sonia se sentó en la orilla y miró el agua correr, llevándose consigo las últimas hojas secas del invierno y por primera vez entendió que el mundo no se quedaba quieto, que las personas cambiaban, que los lugares se vaciaban y solo te quedabas.

Esa primavera, Sonia dejó de jugar con canicas aunque siempre volvía al puente, porque aunque crecer significaba perder cosas, también era aprender a dejarlas ir sin que doliera tanto.

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