Refugio.

Refugio.

Menguti

16/01/2025

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Debo tener doce o tal vez trece años. Recuerdo un recinto enorme, con varias piscinas, la familiar, la pequeña, la olímpica, una redonda… Grandes espacios de césped están salpimentados de sombrillas, con las cubiertas de ramitas finas.

Salgo de los vestuarios de los mayores y noto en mi espalda tostada una agradable sensación por haber tomado el sol. La luz comienza a languidecer, tal vez estemos ya en septiembre. Las piscinas están cerradas y el olor a cloro mezclado con el agua invade mis fosas nasales, es un aroma agradable que me sabe a verano. Bajo las escaleras y veo el puesto de perritos calientes que se encuentra a la salida, y tengo un hambre atroz después de correr, saltar y jugar en el agua toda la tarde. Me acerco y me quedo mirando, creo que pediré uno.

Momentos después estoy sentado en un banco de madera, disfrutando cada bocado. La servilleta de papel semitransparente a duras penas retiene la mezcla de tomate y mostaza. Vuelve el olor a verano, el de las últimas horas del día, cuando comienza a soplar una brisa ligera. Mastico despacio, todo es perfecto y quiero que el tiempo se detenga.

– Clap, clap, clap. Mi psicólogo chasquea los dedos y me dice que abra los ojos. Quiere que ese recuerdo tan placentero sea mi refugio, que cuando sufra un ataque de ansiedad me sumerja en él, que lo evoque para calmar mi mente cuando se disparan los miedos.

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