El día de la ira

El día de la ira

Lazlo Blanco

16/01/2025

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El día está frustrado en el conjunto de melancolías propias del mes de enero y, sin embargo, un ápice de esperanza nace revoltoso de un grito matutino.

–¡Asume las consecuencias! –tras ello, la puerta concluye la conversación con un cierre que, posteriormente, desparrama pasos por el portal. El frío y el eco, que son dos sentimientos propios de los inmuebles, y no de los hombres, generan una sensación de desazón y desánimo en todo el bloque. La propiedad horizontal erige su figura urbanita entre sentimientos de pertenencia a la comunidad, relaciones de vecindad más o menos bien avenidas y besos escondidos al sobrepasar el rellano de escaleras.

La vida que nos toca tiene la lucha dialéctica de la prole que amanece cada mañana con un examen a cuestas. Es la misma vida del obrero, del desempleado, del precario, que aúnan las fuerzas isquémicas del estrés y la falta de oxígeno. Aprobar inglés. Dar un servicio hipocondríaco de simpatía. Madrugar y picar tecla y picar cemento y pintar de blanco perla las ilusiones.

–¡Asume las consecuencias y no vuelvas! –de nuevo la misma expresión, pero más contundente. Y no vuelvas. Si volver fuera una elección, no habría una consecuencia: la de no regresar. Y la causa de no volver es la ida, quizá, más bien, la ausencia de ida. El patio comunitario queda en silencio. Las mirillas de las puertas suenan como gatillos encasquillados. La puerta del portal y principal clausuró el murmullo de forma definitiva.

Las cortinas descorren la privacidad de la cristalera. En la acera camina el hijo de Paqui, la del tercero, parapetado en tres mochilas. De pronto frena el paso y gira melancólico su cuerpo. Alza la mirada y señala con el índice lo que anhela del futuro y reproduce entre dientes. Volveré.

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