Sufriendo de una enfermedad mortal acostado, ve seres de pie y sentados a su alrededor que lo miran como buitres a la espera de su muerte.
—No los conozco, ¿quiénes son? —pregunta aquel hombre famélico, de ojeras y pálida tez.
—Somos tus ancestros, vinimos por ti y esperamos con paciencia.
—Prefiero mi soledad; estuve en muchos sanatorios y no estaban ahí, no necesito parientes que no conozco.
Ellos se desvanecen y observa a través de la ventana el revolotear de las aves. Ve vida en su total pureza y el observa sus manos temblorosas en la espera de su muerte. Tragando con dolor cada bolo alimenticio, es una enfermedad muy dolorosa. Aparece un anciano de barba larga y blanca.
—Ya pronto… Ya no sentirás nada. Desaparece y ve a una mujer sentada que teje un escarpín azul. De ropas antiguas que no pertenecen a su época.
—No ha nacido, ¡pronto vendrá! —dice ella.
—¿Quién vendrá? —pregunta él.
La mujer se levanta de la silla con una sonrisa y le muestra al bebé, y él ve el rostro viejo de su padre haciendo los sonidos de un bebé. Retira la mirada de manera abrupta. Y la mujer se desvanece.
«Moriré torturado con imágenes escalofriantes», piensa él.
Un hombre alto vestido de negro con rostro de enterrador aparece de la nada, parado a su izquierda; lo mira inmóvil y ve el reloj en su muñeca derecha en un silencio incómodo.
—¿Ya es la hora? —pregunta asustado y más frío que antes—. ¿Ya moriré?
—¡No! —responde con voz lúgubre.
Desapareciendo esa visión escalofriante.
«No son reales, es producto de la enfermedad», pensando se tranquiliza.
—Franz, ¿cuándo fue la última vez que fuiste feliz? —pregunta alguien.
—¿Quién habla?, ¿quién está ahí?
—No hay nadie, solo yo, ¡tu mente!
—Max una vez me preguntó si yo era feliz en mi infelicidad.
—¿Y qué le respondiste?
—¡No supe qué decir, solo callé!
Logra dormir, pero sus sueños son aterradores: en la oscuridad parada lo mira con la hoz en la mano la muerte y ve unos seres negros infernales, de cuerpo esquelético, que se arrastran con pequeños cachos rojos en sus frentes. Despierta atemorizado, con sed y hambre, pero con miedo a comer. Recordando su sueño, piensa que sería mucho mejor que esa hoz le rebanara el cuello. Luego ve unos niños.
—Hola, niños, vengan, jueguen conmigo.
—Morirás pronto —dice la aparición.
—No temas, el lugar al cual vendrás será mucho mejor —dice la otra aparición.
Y se esfuman. En su interior siente la necesidad de escribir. Se imagina que está siendo elevado con todo y cama, sale por la ventana y le salen dos largas alas blancas a la cama y se dirige hacia el cielo azul, libre, sin dolor alguno; su cuerpo ya no lo atormentará más.
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