Raquel era una pequeña ballena que nadaba con sus grandes hermanos por todo el océano pacífico, en este pequeño viaje los acompañaban también su tía, era una ballena vieja y simpática; todo era tranquilidad en la odisea de la vida hasta que se cruzaron un pequeño pez con ansias de experimentar las olas gigantes del gran mar, la anciana ballena le responde que en ello está y el pequeño pez le responde que no, quiere la adrenalina de surfear con la oleada, y sentir el agua esto no es lo que esperaba. La pequeña Raquel le responde que alerte sus escamas porque eso que quiere ya lo está viviendo, ésto es el gran mar, si no pones atención en el camino se te pasa tu vivir en un cerrar y abrir de branquias. No busques algo que no se te ha perdido, mejor ama cada oportunidad por más mala que sea ella trae consigo una experiencia invaluable.
En otras palabras nuestro pequeño pez cayó en la cuenta que ya no era tan joven y que había perdido tiempo buscando la «felicidad». Dicho esto, así nos pasa a los humanos, vamos por ahí buscando nuestro propósito cuando no lo hay; sólo es vivir. Pues bien, aquí se pierde la inocencia de un niño, cuando una charla nos pone otra perspectiva y somos ese pequeño pez, pagando cuentas, intentando respirar con el ajetreo de la ciudad, hablando con grandes ballenas sobre las preocupaciones que nos agobian, cuidando a nuestros padres como ellos cuidaban de nosotros, porque los roles se han invertido y ahora son ellos nuestro pequeño mar.
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