Un despertar inesperado

Un despertar inesperado

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Aurora dormía plácidamente, después de haber tenido un día ordinario. Uno de esos tantos días en los cuales, por la edad, no existen las preocupaciones ni las complicaciones de la gente adulta. De pronto, un flujo inesperado le despertó con sobresalto…

– ¡Me ganó del baño! Pensó de manera inmediata.

La preocupación de las reprimendas por recibir se agolpó en su aún infantil cerebro. Por instinto, se llevó la mano a la entre pierna. Y, palpando por sobre su prenda interior, sintió que el líquido era espeso, abundante y muy diferente al del orín.

El miedo le hizo estremecer y, con todo y ello, metió su mano por debajo de la pantaleta y tentando entre sus dedos la consistencia pegajosa de la sustancia, con más miedo aún, sacó la mano y encendió la pequeña lámpara de su mesilla… ¡la luz iluminó su mano ensangrentada!

Estremecida, espantada y con su voz a punto del llanto, le llamó a su mamá…

–¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá!

–¡Ahora qué chingados quieres a estas horas de la madrugada! Le respondió furibunda su mamá desde su habitación.

Aurora, llorando y temblorosa, contemplaba su entrepierna ensangrentada sin atinar a comprender, aún, que era lo que le estaba sucediendo.

Al llegar al quicio de la puerta, su madre, con las manos en jarra y contemplando la sangre derramada, sin un atisbo de maternidad ni de sentimiento alguno, le dijo contundente:

–¡Ya te cargó la chingada! Fue la expresión imperante y tajante que cortó la distancia que había entre su madre y ella.

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