Apoyo las suelas infantiles de mis zapatillas en el suelo anciano de la plaza y comienzo a correr sobre esta tierra por la cual paseamos todos para llegar a su juego universal: el tobogán. La pigmentación de su piel lo disfraza de colores primarios y chillones, intentando desviar mi atención de lo que sucede dentro del juego. Me dio la bienvenida su parte frontal, una boca abierta en forma de círculo hecha a la medida de mi cuerpo, para tentarme a que se lo entregue y así tragarme. Siempre me pregunté: ¿cómo se juega al tobogán? Sabía muy pocas cosas al respecto, pues las reglas para jugar al tobogán eran tácitas: no existía manual que explicara cómo jugarlo. Había jugadores que intuían cómo hacerlo, en ellos la acción de jugar se desencadenaba a partir de un instinto interior muy profundo. Existían otros que miraban como lo jugaba alguien más, observaban atentamente a los jugadores que se asomaban a la boca del tobogán, intentando deducir qué jugadas podrían llevarlos a cometer una infracción y qué jugadas les asegurarían el triunfo. Mi preocupación no era solo equivocarme en mi única jugada y perder el juego sino que también había oído rumores que me asustaban. Según lo que le escuche decir a jugadores experimentados, a veces la garganta del tobogán no tolera a sus visitantes. Esta invasión interna irrita a la garganta, plagandola de un dolor desgarrador que se traduce inevitablemente en un grito. Esas circunstancias condicionan nuestro juego: podemos llegar al arenero final siendo eyectados silenciosamente o escupidos en forma de lamento.

Mientras contemplo la enorme y abierta boca del tobogán, intento buscarle la lengua, y le pregunto:

―¿Cual es el momento exacto para hacer mi jugada?¿Qué sensaciones voy a experimentar adentro tuyo?¿Cuánto tiempo voy a estar resbalando en tu interior?¿Tu garganta, al sentirme pasar, me callará o me gritará?

El tobogán escuchó mis preguntas y guardó silencio: su mirada fija y desafiante me invitó a buscar mi propia respuesta. No alcanzó con preguntarle a él o a viejos jugadores, tampoco con analizar jugadas ajenas, es necesario adentrarse en el tobogán para llegar a su solución. Esa es mi única meta en este juego: jugar.

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