De nuevo te escribo esta misiva acostumbrada, esperando una respuesta. Claro que ésta es distinta a las anteriores y a las por enviar. Me refiero a que no hablaré del increíble amor que dejaste encendido en mí y que me consume lentamente en tu ausencia. Nada de eso, aunque me ilumine con este fuego mientras escribo y ya lo haya hecho.
Es otro asunto el que quiero tratar contigo, algo que me ha estado sucediendo entre sueños y que me resulta incomprensible. Sé que te gustan los asuntos inauditos y quiero apelar a tu gusto y a tu buen juicio, me concedas el placer magnífico de una explicación que rompa de una vez con el misterio.
Todo empezó tiempo atrás en un sueño. Su presencia logró espantarme y sabes lo difícil que es eso. Me espantó porque no le encontré un lugar en las taxonomías existentes que me enseñaste tan metódicamente, con esa paradójica paciencia de los que no tienen esperanza. Lo recuerdo tan bien y eso que soñé no encajaba en nada. Sin embargo, al despertar estaba tan presente y nítido, casi palpable en ese primer umbral de la consciencia; pero me atreví a ignorarlo durante toda la vigilia esperando a que se disolviera en la nada más profunda de los sueños olvidados. Mala idea. Cuando me venció el cansancio y caí rendido, estaba esperándome en el último umbral de la consciencia, igual de presente, palpable y nítido, para acompañarme como un Virgilio onírico en un viaje abismal que duró toda la noche y que tan solo acabó para iniciar de nuevo el mismo ciclo.
No me atrevo a aventurar una posible respuesta a esto que está entre sueños y que me espera en el umbral de la consciencia para cuando caiga rendido, pues no quiero atropellar con mi ignorancia tu intelecto tan espléndido. Claro que no he llegado al meollo de lo inaudito que quiero compartirte y que me ayudará a explicarte.
En la terrible angustia y el desvelo que nació por causa de eso, busqué a mi hermano que conoces aún más que yo, a quien amas y escribes de vez en cuando, sin hallar más respuesta que el silencio. Lo sé. Su arte no son las palabras y lo sabes tan bien como yo, su amor se dirige a un horizonte inalcanzable. Rayaba con ahínco una hoja de papel. Cuando lo interrumpí me miró con la misma angustia de noches sin dormir. Quedé atónico cuando me confesó espantado que algo había invadido sus sueños y lo estaba esperando en el umbral de la consciencia. Claro que la estupefacción se volvió paroxismal cuando me atreví a ver lo que estaba bosquejando con tanto empeño en la hoja de papel. ¡Era eso, tal cual! Desde su perspectiva de artista consumado en un delirio espantoso.
Me atrevo a compartirte ese bosquejo, sin apelar a su favor, pues si sabe quién es la destinataria seguramente no lo permitiría. Aun así, sin su permiso, te lo envío con la satisfacción del deber cumplido y la esperanza que encuentres en éste la inspiración que necesitas para escribirme.
Hasta entonces…
OPINIONES Y COMENTARIOS