• No tienes por qué preocuparte. Seguro que lo vas a hacer muy bien. Ya eres casi un hombre.

Yo, que soy de natural entusiasta, me tragué todas y cada una de las frases con las que mi madre trataba de convencerme, halagando mi vanidad, ¡cómo me conocía!

Lo que había generado mis dudas y mis reticencias era la propuesta (orden irrevocable) de mi padre para que, a partir del próximo, acudiera todos los sábados, aprovechando la ausencia de obligaciones escolares, a ayudar en el negocio familiar. Una tienda de ultramarinos.

  • Debes tener en cuenta que tú, al ser el mayor, serás el continuador del negocio. Estamos hablando de tu futuro. Debes empezar cuanto antes. Por supuesto que lo primero son los estudios, pero los sábados no tienes colegio así que deberás asumir tus obligaciones.
  • Pero papá – interrumpí tímidamente – yo no soy el mayor, y los sábados prefiero ir a jugar al fútbol con los amigos. Además, solo tengo seis años.
  • ¡No digas necedades, chico! Tu hermana no cuenta, que es mujer. Y el fútbol no te va a dar de comer en el mañana. ¿Y es que te parecen pocos seis años? Yo a tu edad estaba pasando por una guerra y tenía que salir todos los días con un caldero a recoger el carbón de las vías que se caía de los trenes, así que no me vengas con remilgos. El sábado te quiero en la tienda como muy tarde a las nueve de la mañana. Empezarás repartiendo pedidos por las casas de los clientes. ¡Y no se hable más!

Era principios de Enero, al finalizar las vacaciones de Navidad, del año… no me acuerdo, o sí, fue el último año que vinieron los Reyes. El año que pasé de la niñez a mis asuntos. O a los asuntos de mi padre.

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