La inocencia se quedó en el árbol

La inocencia se quedó en el árbol

Maite Doménech

13/01/2025

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Ilenia se dirige lentamente hacia la ventana. Su habitación está fría, como frío y triste se halla su corazón. Un invierno gélido invade de dolor el universo que habita y su alma. A través de los cristales empañados ve todo a su alrededor. El mundo exterior está ahora demasiado alejado de ella. Aquella estancia es su prisión, su amurallada fortaleza, su amordazada pasión. Su espíritu clama por la libertad que aquel aciago día perdió. Sus pensamientos dolorosos la acorralan entre el sufrimiento y la resignación. La niña avanza despacio desde su silla de ruedas. Ya nunca más caminará.

Después del accidente de Ilenia, aquel pequeño árbol que su padre había plantado en el jardín la acompañó durante años en su soledad. Había crecido tanto que llegaba hasta su habitación. Cada día Ilenia se acercaba a la ventana y cada día el árbol, que tenía la capacidad de hablar, le enseñaba nuevas lecciones de su sabiduría, cambiando progresivamente la mente de la niña y sus emociones, permitiéndole acceder al autoconocimiento y a la aceptación de sí misma.

Pero un día el árbol murió, alcanzado por un rayo. Y la niña, convertida ya en adolescente, enmudeció de pena. Ya no le apetecía hablar con nadie, ni siquiera con su familia, que no sabía qué hacer para alejarla de ese estado. Ilenia, aunque solo fuera por inercia, continuaba acercándose a la ventana cada mañana, a pesar de que ahora ya no había nada en su lugar, solo un doloroso vacío.

Por fin un día la niña se atrevió a bajar desde su habitación para reunirse con su familia en el comedor. Sus padres, como la vieron ligeramente más animada, parecieron recuperarse de su tristeza. Era una familia pobre. De aquellas que luchan sin tregua para dar a sus hijos la comida de cada día.

Pero aquella mañana, algo había cambiado en la monótona rutina de la dura pobreza. El padre de Ilenia simplemente se dirigió a su hija, visiblemente feliz, como quien se halla ilusionado con un secreto deseoso de compartir. “Ilenia, querida, acércate al fuego”, le dijo. “Hoy podremos calentarnos gracias al árbol que el rayo partió”. Y la niña supo entonces que su inocencia se quedó en aquel árbol, consciente de que la diferencia entre la vida y la muerte a veces reside en un trozo de pan y en una chimenea en la que calentarse.

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