La respuesta de mi madre era siempre la misma: «Papá está de viaje». Con apenas seis años, solo recordaba las facciones de mi padre por alguna que otra fotografía extraviada que aún se podía ver por nuestra casa.
Por aquel entonces aparecían en la gran pantalla las aventuras de Indiana Jones, un salvador de reliquias cuya misión era evitar que algunos de los tesoros más valiosos de la historia de la humanidad cayeran en manos perversas, aunque para lograrlo se viera obligado a viajar por todo el mundo, poniendo su vida en riesgo, incluso hasta lograr sobrevivir de milagro.
Pensaba que mi padre debía dedicarse a algo así y por ese motivo me convertí en fan incondicional de aquel arqueólogo aventurero. Quizá su trabajo en el extranjero era la causa por la que nunca pudo estar presente en mis cumpleaños, en nuestras fiestas navideñas o en mis actos de finales de curso escolar, pero, aún en la distancia, me sentía orgulloso de él.
«Papá está de viaje».
Sin embargo, hasta mi héroe encontraba un hueco para estar con sus alumnos de la universidad, aunque para ello se viera en la necesidad de atravesar el planeta.
Cuando el paso del tiempo comenzó a hacer mella en el físico de mi héroe cinematográfico, pensé que también le ocurriría a mi padre y que pronto regresaría de su fantástico viaje, pero no fue así y un doloroso silencio al respecto comenzó a ocupar espacio entre mi madre y yo. Para entonces, todas las fotografías de mi padre habían desaparecido de la casa.
Cuando mi madre encontró en la basura las cintas de vídeo de Indiana Jones, en perfecto estado aunque muy desgastadas por el uso, también halló en mi mirada la pregunta que llevaba haciéndome tanto tiempo, pero esa vez quería la verdad por muy triste que pudiera ser, y la tuve: «Poco después de que nacieras, tu padre nos dejó y se fue para no volver».
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