Aquella mañana se despertó sobresaltado. Se sentía inquieto, más de lo normal, y torpe, con las extremidades entumecidas y los huesos que le dolían. Aunque no entendía qué le estaba pasando, pensó que de seguro le había acaecido algo raro, porque vio que los botones del pijama estaban saltados, los pantalones se habían acortado, los pies le salían de la manta, y las manos parecían las de un gigante.
«Vaya, ¿qué me pasó?» se preguntó en voz alta, y, asustándose por su tono viril, de golpe bajó de la cama, para controlar si debajo de ella había alguien escondido. Comprobado que estaba solo, buscó un espejo donde mirarse. Al ver su reflejo, dio un paso hacia atrás: cada parte de su cuerpo seguía creciendo, mientras que todo a su alrededor se volvía más y más pequeño. Deslumbrado por su grandeza, empezó a enorgullecerse e inflarse aún más.
«¡Qué estrecha es esta habitación!» exclamó lleno de soberbia. «No es adecuada para un ser tan grande como yo». Y decidió irse de allí.
Entonces se quitó su pijama de niño, y, robándole el traje a su padre, salió de aquella jaula de oro, en busca de un lugar digno de él. A medida que procedía, sentía unas descargas de adrenalina atravesar su cuerpo, y saboreaba el placer de la libertad.
Pero un día, observando el mundo desde un pico muy alto, se quedó decepcionado.
«¡Qué pequeño es!» exclamó. «Un ser como yo merecería algo más grande» añadió.
Entonces, decidió construirse unas alas gigantes para que pudiera volar al espacio. Y así hizo: con las ramas y las hojas de los árboles se fabricó dos alas dignas de su tamaño, que lo elevaron a los cielos, más y más alto. Y allí transcurría su tiempo, revoloteando por el Universo o fijando el firmamento, tumbado en una estrella.
«Ahora que por fin he encontrado mi sitio, tendré que buscarme un trabajo digno de mí» se dijo a sí mismo, y, con la arrogancia que lo distinguía, pensó gobernar los destinos de los hombres.
«Daré al mundo un nuevo orden» farfulló.
Pues, con un soplo hacia aquí y hacia allá, provocó tormentas y terremotos que sacudieron la existencia de todos los seres, incluso de sus familiares.
Jamás pensó que causaría tantos problemas, y, sintiéndose por primera vez aplastado por las responsabilidades, quiso volver a ponerse su pijama de niño.
Pero ya no fue posible.
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