La paradoja del barco de Teseo

La paradoja del barco de Teseo

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Era una tarde como muchas otras, Maribel ávida lectora, acababa de leer la paradoja de Teseo y reflexionaba en esto, cuando fue interrumpida por su hija que salía animada a jugar a la calle.

En un instante que solo duró un par de segundos pudo ver cuanto había crecido su hija. Luego volvió a su lectura.

La pequeña se sentó en la acera a la espera de la llegada de sus amigos para divertirse en un juego que duraba hasta que empezaban los insistentes llamados de sus madres para entrarse.

Su hermano mayor estaba apoyado en el marco de la reja exterior. Leía con interés una revista junto a una de sus amigas.

Algo le llamó la atención a la pequeña Yolanda.

Leyó por curiosidad el título “Soy virgen, pero espero un hijo” decía en grandes letras negras sobre un rostro que lloraba en penumbra.

No logró entender qué podía significar eso.

¿Por qué la virgencita diría algo así? y ¿por qué se veía tan triste? Se preguntó curiosa. Luego, sin darle mayor importancia, mientras ataba los cordones de sus zapatillas rosadas concluyó convencida: el niño Jesús le quitará la penita.

Su mente dispersa entre el plan de juego que estaba elaborando para esa tarde y la confusión que le estaba provocando el interés en la lectura que demostraba su hermano con esa risita nerviosa que ya conocía, fue olvidada con rapidez cuando empezaron a llegar sus amigos.

El marcador estaba 4 a 2 a su favor. Yolanda celebraba dichosa su gol, rodeada de sudorosos compañeros que vitoreaban su conquista.

En el último partido en aquel campo imaginario de paredes y rejas del vecindario, Yolanda, con el puño en alto, y con el número nueve en su camiseta, pudo percibir la ovación de un estadio enloquecido por sus habilidades.

Fernanda, su archienemiga, era incapaz de detener sus endiabladas fintas y con las manos en jarra y con un enojo que no podía disimular, esperaba el fin de los festejos para reiniciar el encuentro.

No fue una falta, ni una temprana lesión. El juego se interrumpió ante la retirada abrupta de la goleadora. Corrió como nunca hacia su casa, abrió desesperada la puerta de acceso y luego la del baño. Se arrodilló y recordó la voz de su madre insistiendo que no comiera tanta pizza, mientras vomitaba con un palidez y angustia que nunca había sentido en su corta vida.

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