Perder la inocencia
El sol se colaba tímidamente por las cortinas de la habitación, anunciando otro día más en el pequeño mundo de Ana. A sus ocho años, todo lo que conocía era la calidez del hogar, el aroma del café que preparaba su madre y los cuentos de hadas que su padre le leía antes de dormir. La vida para ella era un collage de risas, colores brillantes y promesas de un mañana perfecto.
Esa tarde, mientras jugaba en el patio con su muñeca favorita, escuchó a sus padres hablando en la cocina. Algo en sus voces la hizo detenerse. No eran los tonos alegres de siempre; eran susurros tensos, cargados de algo que no entendía pero que le hacía sentir un nudo en el estómago. Curiosa, se acercó sigilosamente.
—¿Cómo le diremos? No quiero que sufra —decía su madre entre lágrimas. Su padre suspiró profundamente, como si el peso del mundo descansara sobre sus hombros.
—No podemos esconderlo más. Es mejor que lo sepa ahora. Ana empujó la puerta suavemente, dejando que el eco del chirrido la delatara. Sus padres se sobresaltaron al verla allí, pequeña, frágil, con los ojos llenos de una inocencia que temían romper.
—¿Qué pasa?—preguntó con la voz temblorosa. Su madre la tomó de las manos, guiándola hasta la mesa. Su padre comenzó a hablar, pero las palabras salían torpes, fragmentadas. Finalmente, lo dijo:
—El abuelo se ha ido, Ana. Se fue al cielo.
Ana parpadeó, intentando comprender.
—¿Ya no va a venir los domingos?—preguntó con la voz quebrada. Su madre negó con la cabeza, y las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de la niña. El abuelo, el hombre que siempre le contaba historias, que le enseñaba a armar castillos con cartas, que la hacía reír con su voz de oso, ya no estaría. Aquella noche, Ana miró por la ventana. El cielo estaba lleno de estrellas, pero ninguna brillaba como antes. Sentía un vacío nuevo, una tristeza que no entendía del todo, pero que sabía que formaría parte de ella para siempre. Ese día, Ana aprendió que la vida no siempre es justa ni mágica. Y aunque su corazón aún albergaba la esperanza de los cuentos de hadas, algo dentro de ella había cambiado para siempre. La inocencia, tan dulce y frágil, había dado paso a la realidad.
Fin…
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